De nuevo debatir sobre el proteccionismo económico

Imagen del proyecto llamado «Zona Económica Especial de Puerto Chiapas». Foto: Archivo
Como si se tratara de una recurrencia histórica de acontecimientos, hoy en día nos encontramos en un momento en el que ciertos hechos considerados superados retornan en forma de acciones y debates. Ello está sucediendo con las discusiones sobre el libre cambio y su contraparte, el proteccionismo económico.
La administración del presidente estadounidense Donald Trump con consciencia o sin ella, porque no siempre es fácil saberlo, ha creado, gracias a sus decisiones proteccionistas demostradas con el aumento de impuestos a productos importados de ciertos países, esta nueva y vieja situación que quienes estudiamos historia, aunque haga muchos años, nos encontramos durante la edad moderna europea y que ha tenido una simulada continuidad hasta el presente.
Los debates entre el proteccionismo, también conocido en la historia como mercantilismo, y el libre comercio se extendieron entre pensadores de distintos países para comprender lo que era más pertinente para el desarrollo económico. Las medidas proteccionistas fueron llevadas a cabo, como forma de desarrollo interno, por países que durante años defendieron el libre comercio; acciones que todavía se aplican a través de la intervención del Estado para proteger a ciertos productores y productos en sus países. Véanse, como ejemplo, los subsidios que se otorgan en Estados Unidos o en la Unión Europea a la producción agropecuaria para evitar la competencia de productos extranjeros, con certeza más baratos que los locales.
Por lo tanto, la defensa del libro comercio que llevaron a cabo figuras como Adam Smith o David Ricardo, como forma de beneficiar a todos los países involucrados en el intercambio de mercancías, no siempre ha sido o es real, y sobre todo por parte de los países más defensores de la economía de mercado.
No debe resultar extraño que siempre se tenga la tentación de pensar al proteccionismo como una posibilidad de desarrollar un modelo de crecimiento económico autárquico, donde cada región o país pueda lograr producir todo lo necesario para una vida digna de la población. Modelo ideal que, ni siquiera en los futuros distópicos de películas o series, logra llevarse a cabo dadas las múltiples y diversificadas necesidades de nuestras sociedades contemporáneas.
Nadie parecía cuestionar, hasta el segundo desembarco de Trump en la Casablanca, las bondades o necesidad del libre comercio, aquel que permite vender y comprar los productos necesarios para la población. Sin embargo, las medidas proteccionistas que está impulsando el presidente estadounidense, y replicadas por quienes se sienten agraviados por los impuestos al comercio establecidos por el gobierno del vecino del norte, parece que nos regresan a debates históricos, aunque nunca se han olvidado en los hechos. Unos hechos que demuestran, por supuesto, las desigualdades mundiales entre países ricos y pobres, o las prácticas extendidas del colonialismo económico. El dato más fehaciente se observa en las balanzas comerciales donde los países ricos obtienen más beneficios que los pobres, puesto que estos últimos suelen vender materias primas y comprar productos manufacturados y tecnología, insumos mucho más caros.
Lo que resulta evidente, dado lo apuntado de forma breve, es que el debate entre proteccionismo y libre comercio no es tal, puesto que ambas modalidades llevan tiempo aplicándose en los intercambios entre países o como forma de proteger, en algunos casos, a sus productores. Así, la pregunta que parece trascender lo que se vive en estos días con la guerra de los aranceles es si lo que impulsa Donald Trump no tiene como finalidad la sumisión política, ahora efectuada a través del temor extendido a los países que han sido y son sus principales socios comerciales. Los imperios no son tales si no lo demuestran, y ese parece ser el camino emprendido por el mandatario estadounidense, aunque habrá que ver las repercusiones que tendrá para la propia economía estadounidense.

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