México una fosa, un gran dolor

El mundo es eso –reveló. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores

Eduardo Galeano. El libro de los abrazos

Foto: AFP

El país es un hervidero y no es para menos: Trump y sus aranceles, las desapariciones en el país, la oposición y el partido hegemónico y su pobre debate en el espacio público, la gente no es ajena, aunque la virulencia del debate en redes parece que nos parte en dos polos, nada que ver con la realidad que es mucho más compleja.

Parece que la sociedad llega tarde de un problemón que crece y nadie lo puede parar, y las madres buscan por todos lados ¡son cientos de miles!, las personas que fueron engañadas, secuestradas, levantadas, y asesinadas ¿dónde estaba el Estado? ¿dónde están las instituciones que previenen, protegen imparten justicia?

En el siglo pasado, el Estado mexicano desapareció a personas indígenas, campesinas de Guerrero que simpatizaron con la guerrilla de la década de los setenta de Lucio y Genaro, se ensañaron con los del Partido de los Pobres ¡los arrojaron al mar! Son crímenes como los del 68, del 71. Pero víctimas las hubo en Chiapas, Nuevo León, Jalisco, Puebla, Veracruz ¿en qué lugar del México del PRI no hubo víctimas?

México es impune, la muerte no tiene permiso y más si es de opositores. La guerra sucia le nombraron, y muchos lo repetimos ¿sucia?  ¿torturar, desaparecer? Pero no nos detengamos en ello dirán, son cosas del pasado.

Eso sí, en la década de los años ochenta, los narcos dieron un paso grande; siguieron corrompiendo soldados y policías, pero faltaban los que ejercieron el poder como viles capataces: los gobernadores, Recibieran parte de la creciente riqueza económica de vender marihuana a los estadounidenses, eso les dio una vida onerosa. Juntos narcos y políticos son la alianza perfecta, el mercado de armas fue creciendo a la par de la narcopolítica.

El régimen del PRI que ahora se jacta de que sabían cómo gobernar, olvida la riqueza que se produjeron, producto del robo descarado de las finanzas públicas -del petróleo-, una renta de la cual solo ellos se beneficiaron, de la venta de plazas, de la corrupción en los organismos públicos, si supieron cómo hacerle: robar y permitir el abuso a las personas.

El régimen de corrupción permitió hacer negocios para beneficio de unos cuantos, por eso en tiempos de las políticas de ajuste estructural década de los años ochenta, lo que hace crisis es el régimen, nos quiso vender idea de que éramos modernos, sin embargo, la alianza con los narcos poco a poco fue saliendo a flote.

Pasamos de enfrentamientos entre narcos por las plazas, a descabezamientos y a una guerra abierta por las plazas, ya es e siglo XXI, ya es el régimen de la transición democrática. Hay una historia espantosa atribuida al cartel de los Arellano Félix: contrataron a un personaje que enamora a la esposa del güero Palma, entonces jefe del cartel de Sinaloa, y a ella la asesinan, la descabezan y a los dos hijos pequeños, los arrojan a un barranco. El salvajismo de los carteles va en ascenso, las rivalidades se expresan destazando personas, poniéndolas en tambos con ácido, acribillan, cuelgan en puentes a sus víctimas, el horror producto de las venganzas del control de plazas son muy fuertes en Sinaloa, en Tamaulipas, y se extienden a Jalisco, Veracruz, entre otras entidades. ¿Dónde quedó la justicia?

El narco vende armas y drogas, pero también hace trata de personas, secuestros, extorsiones. Primero controlan centros penitenciarios, y nunca dejan a la política en particular a munícipes y regidores, lavan dinero (¿nos gusta narcoeconomía política?).

En los ochenta el narco es muy fuerte, obvio el narco mexicano, ya no solo produce la marihuana “sin semilla”, también introduce la cocaína colombiana que termina de darle una gran fuerza y ya puede hacer de la clase política lo que quiere, sus relaciones son intensas y extensas, es el maridaje de fin de siglo, y ya la sociedad mexicana identifica a los carteles: Guadalajara, Tijuana, El Golfo, Ciudad Juárez, Pacífico. Ya empiezan las víctimas, las siempre invisibles, las más vulnerables.

Madres buscadoras son las del Comité Eureka; su lucha de más de 40 años no ha parado, muchas de ellas se han ido ya sin saber dónde quedaron, cómo es que se les desapareció un hijo, un familiar. La tragedia es grande y creciente ¿alguien imaginó que el país iba a ser una gran fosa? Ahora sabemos que, a los disidentes políticos, las y los armados los arrojaron al mar, los llamados vuelos de la muerte. Del mar, ahora son fosas, hornos como los chicos de Ayotzinapa, al menos es la presunción, pero ¿dónde está la certeza? Si antes eran jóvenes, hoy lo mismo. Ser mujer y ser joven es el mayor peligro, ya sea por el patriarcado, ya sea por el narcotráfico, como pregunta Touraine, el sociólogo francés: ¿podremos vivir juntos?

Ahora estas son hijas, nietas de aquella lucha, pero como si fuera un nuevo ciclo, las madres, abuelas, hijas, hermanas, primas, sobrinas, son parte viva de un país que agradece su existencia, pero que no deberían de estar buscando, sino ser orgullosas de sus familiares pues les han quitado la vida, los han hecho desaparecer sin olvidar que, del luto y la memoria, también se lucha.

El ejemplo de las madres buscadoras es el ejemplo de las patronas en Veracruz, de las mujeres indígenas en Acteal y Polhó y las mujeres zapatistas de Oventik, la Garrucha, de la Realidad. Hoy las madres buscadoras deberían ser siempre escuchadas por el poder político, sin embargo, solas deambulan buscando fosas, buscando el menor indicio que los lleva a sus familiares con vida o saber, siquiera, si dejaron rastros.

La expresión más difícil de explicar es lo no humano de los narcotraficantes, amos y señores de la vida de personas que nada tienen que ver con sus propias existencias de asesinatos y vilezas. A veces las historias son tan horribles que cuesta trabajo hablar de ellas.

La lucha de las madres buscadoras es el ejemplo de dignidad, de un mundo que parece que se ha ido des-humanizando. Leer en redes a las personas con el odio en su palabra, en su reflexión; unos apoyando, otros criticando, nadie se salva, pero casi nadie piensa en que son miles de víctimas cuya lista es más grande pues las familias son víctimas de la ausencia, de la pérdida, de la que han dado en llamar “muerte en vida”.

En este siglo son más de 500 mil desaparecidos, y recuerdo la letra de una canción: “prepárame la cena” No vale el tiempo, pero valen las memorias. No se cuentan los segundos, se cuentan historias. La paciencia es lo que se cosecha. Mi calendario no tiene fecha (canción de Calle 13, 2010).

México es una gran fosa, es un dolor indescriptible, y esto no para, y al menos, a corto plazo no hay posibilidad de que así sea, el poder que hoy tienen los narcos, solo podrá detenerse con un Estado que prevenga y actúe, que escuche y acompañe. No es mucho pedir.

 

Correo electrónico: ggonzalez@ecosur.mx 

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