La religión universal

Casa de citas/ 735

La religión universal

Héctor Cortés Mandujano

 

Para mi fortuna, y la de muchos, George Steiner (1929-2020) escribió muchos libros. Leo ahora Errata. El examen de la vida (Siruela, 1998), con traducción de Catalina Martínez Muñoz, en la que Steiner hace varias referencias biográficas y, por supuesto, también bibliográficas.

Cuenta de cuando niño se dio cuenta, oh maravilla, que nadie puede saber todo, que la vida es un infinito y constante descubrir lo que falta (p. 15): “en un momento de exultante aunque horrorizada revelación, se me ocurrió que ningún inventario, ninguna enciclopedia heráldica, ninguna summa de animales fabulosos, inscripciones, sellos de caballerías, por exhaustivos que fuesen, podrían ser completos. […] Ninguna medición repetida, hasta la calibrada con mayor precisión y realizada en un vacío controlado, podría ser exactamente la misma. Acabaría desviándose por una millonésima pulgada, por un nanosegundo, por el grosor de un pelo –rebosante de inmensidad en sí mismo– de cualquier medición anterior”.

Su familia emigra y llega a Francia. A su padre no le caen bien los franceses (p. 22): “Mascullaba entre dientes (injustamente) que cualquier ciudadano de cualquier nacionalidad vendería su propia madre, pero que los franceses eran capaces de regalarla”.

Su padre le regala un libro que definirá su futuro (p. 29): “¿Quién iba a decirme, además, lo que encontraría sobre mi mesilla de noche al entrar en mi habitación? Salí disparado como una flecha. Y allí estaba mi primer Homero. Puede que el resto no haya sido más que una apostilla a aquel momento. La Ilíada y la Odisea me han acompañado durante toda mi vida. […] He coleccionado traducciones en inglés de las epopeyas y los himnos homéricos. Se cuentan por centenares”.

¿Qué es un clásico para Steiner? (p. 32): “Un ‘clásico’ de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía es para mí una forma significante que nos ‘lee’. Es ella quien nos lee, más de lo que nosotros la leemos, escuchamos o percibimos”. Dice más adelante que, incluso, un clásico (p. 36) “nos interroga”.

Era un admirador de Shakespeare (p. 49): “Shakespeare parecía capaz de poner voz de inmediato a cualquier hecho verbal que oyese, incluso dentro de sí mismo. […] Ningún concepto, por abstruso o elaborado que fuese, ninguna proposición, por general y anónima, parecía llegarle en silencio. Llegaba encarnado”.

Se conduele de que la mayoría no tenga a la cultura y las artes como acompañante esencial de su vida (p. 149): “El (triste) hecho es que el noventa y cinco por ciento o más de los seres humanos se las arregla más o menos a gusto o a disgusto, según el caso, sin el menor interés por las fugas de Bach, los juicios sintéticos a priori de Immanuel Kant o el último teorema de Fermat (cuya reciente resolución es un rayo de luz en la penumbra de este siglo que concluye). […] Sigue siendo un hecho irrefutable que la religión universal de la mayoría de los homo sapiens-sapiens no es otra que el fútbol”.

Un rechazo que comparto con Steiner y con muchos es la política (pp. 153-154): “Nunca he tenido ni el impulso ni el valor necesarios para entrar en política. En términos aristotélicos, semejante abstención equivale a necedad. Confiere a los matones, a los corruptos y a los mediocres incentivos y posibilidades de imponerse. […] Me considero un anarquista platónico. No una papeleta electoral”.

Como profesor y escritor, como crítico y académico, dice Steiner, se considera un conservador de recuerdos y cree que (p. 195) “ante Homero o Goethe, Beethoven o Rembrandt, lo demás es de segunda fila”.

Ilustración: HCM

No tiene una buena opinión de los humanos (p. 211), “pero soy incapaz, incluso en los peores momentos, de renunciar a la creencia de que los dos milagros que validan la existencia mortal son el amor y la invención de los futuros verbales”.

 

***

 

Rabindranath Tagore (1861-1941) fue Premio Nobel de Literatura en 1913. Leo varios libros suyos en uno: La luna nueva, El jardinero (poemas), El cartero del rey (obra de teatro), Las piedras hambrientas y otros cuentos (Porrúa, 1976).

Dice en la introducción que su padre (p. XVII) “jamás atentaba contra nuestra independencia […] con una sola palabra hubiese podido detenerme; pero él prefería que la corrección me saliese de mis adentros”. No cree en las grandes empresas (p. xx): “Verdaderamente, la poca belleza y paz que aún se puede hallar entre los hombres, es debida al cumplimiento cotidiano de los pequeños deberes y no a las grandes empresas ni a los altos parloteos”.

Escribe en el fragmento XLVI de “El jardinero” (p. 64): “Venid, noches lluviosas de pies mojados; sonríe otoño de oro; ven, abril despreocupado, que envías besos desde lejos./ Venid todos”. En el fragmento L, del mismo poema, dice (p. 65): “Amada, mi corazón desea encontrarte día y noche, como se encuentra la noche devoradora./ Quiero ser arrastrado por ti como por un huracán. Toma cuanto tengo, destruye mi sueño y llévate mis fantasías. Róbame la vida./ Gracias a esta destrucción, a esta absoluta desnudez de mi alma, convirtámonos en un solo y hermoso ser”.

Le dice a la tierra en el fragmento LXXIII (p. 78): “Hace siglos que compones colores y canciones, pero tu paraíso es todavía un mero proyecto” y me pregunta en el LXXXV (p. 85): “¿Quién eres tú, lector, que dentro de cien años leerás mis versos?”.

En la obra de teatro “El cartero del rey” un niño está enfermo y quiere salir. No lo dejan, le dicen que quieren que sea uno de los hombres sabios, que nunca salen de casa. Le dice su tío Mahhav (p. 96): “¿Cómo quieres que salgan? Desde que se levantan hasta que se acuestan están leyendo, y no les queda tiempo, no tienen ojos para otra cosa. Cuando tú seas mayor, serás sabio. Siempre estarás en casa leyendo librotes”. Ruega el niño: “No, tío, no; por lo que más quieras; ¡no, yo no quiero ser sabio; ¡no quiero, no quiero!”.

Me encantaron los cuentos. En “Una vez hubo un rey…” otro niño pide que llueva para que no llegue su maestro, y llega bajo la lluvia debajo de un paraguas. Piensa el niño (p. 160): “Si hay castigo, después de la muerte, para el crimen, mi maestro volverá a nacer hecho yo, y yo hecho mi maestro”.

Dice en “La vuelta al hogar” (pp. 167-168): “En este mundo humano, no hay estorbo mayor que un muchacho de catorce años. No es decorativo ni útil, no se le puede querer como a un niño chico, y siempre está molestando”. El narrador de “Los Babus de Nayanjore” no se anda con cuentos (p. 219): “mi apariencia, tan hermosa, que si yo me llamase guapo, podría decirse que yo estaba prendado de mí mismo, pero nunca que era mentira”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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