Jules Pascin y Fernando Botero, historias dispares para pintar las curvas corporales

Les petites américaines. Jules Pascin
Ciertas obsesiones forman parte de nuestra personalidad o intereses, en tal sentido reconozco que en literatura eso me ocurre con autores del antiguo imperio austro-húngaro. De ahí que las obras de uno de ellos, Sándor Márai, se hayan convertido en lectura recurrente.
En uno de sus libros autobiográficos Márai mencionó su encuentro en París con el pintor Jules Pascin,[1] hecho que motivó la búsqueda en internet de alguna referencia a su vida y obra. Alusión al artista plástico también rastreable en el libro póstumo y autobiográfico de Ernest Hemingway, París era una fiesta.[2] Libro en el que se dedica un capítulo a Jules Pascin y al Montparnasse bohemio del periodo de entreguerras.
Jules Pascin, pseudónimo de Julius Mordecai Pincas, nació en Bulgaria y falleció en París, y adquirió la nacionalidad estadounidense gracias a vivir en Estados Unidos al menos seis años. Entre las curiosidades de su estancia en el vecino del norte fue el matrimonio con su pareja Hermine David, también pintora, y del que fue testigo el artista plástico Max Weber, que es conocido por formar parte de la vanguardia artística expresada en el cubismo y la abstracción.
Su biografía acabó cuando se quitó la vida en 1930, pero sin entrar en detalles de este hecho lo que es destacable de este artista fue su labor como pintor y dibujante, aquella que estuvo marcada por reflejar una feminidad, a veces marginal como habían hecho otros pintores, en la que se mostraba las curvas de los cuerpos.
Por supuesto, Pascin no fue el único que pintó ese tipo de cuerpos, sólo hay que pensar en los antecedentes del gran pintor aragonés, Francisco de Goya, o mucho antes lo hicieron Tiziano y Rubens, por solo citar algunos de los pintores que influyeron en el más contemporáneo de los artistas plásticos que reflejaron esas formas humanas: Fernando Botero.
Con certeza Jules Pascin, a pesar de su popularidad en el París del esplendor de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, no ha pasado a la historia como un pintor reconocido. Como contraste se puede seguir la trayectoria del colombiano Fernando Botero, ensalzado y distinguido por la representación de hombres y mujeres de tallas desmesuradamente grandes, de innegable redondez en sus formas y expresadas tanto en pinturas como en esculturas.
No puede decirse que Botero haya sido un privilegiado en sus inicios colombianos, dados sus orígenes sociales, pero su tesón y formación, tanto en su país como en otros de América Latina y Europa lo convirtieron, hasta su fallecimiento, en uno de los artistas plásticos más cotizados del mundo. Según sus biógrafos, durante su estancia en Italia conoció y recibió la influencia de los pintores renacentistas, como lo fue Tiziano. Entre la referida formación se incluye su estancia en México, pero lo que resulta significativo, antes del contundente éxito que lo acompañó en las últimas décadas de su vida, fue establecer su particular visión figurativa de las formas humanas esculpidas y pintadas. Su longeva vida estuvo acompañada de exposiciones en todo el mundo, además de que sus obras se encuentran en múltiples ciudades donde, con certeza, las ubicadas en la plaza Botero de su ciudad natal, Medellín, son un buen ejemplo.
Distintas épocas y vidas las representadas por Jules Pascin y Fernando Botero, no cabe duda, y en especial si se piensa en la repercusión de sus obras y en el éxito alcanzado. Sin embargo, alguna de las características de la expresión artística de ambos no nace de la dudosa inspiración, sino de una labor ardua y nutrida por sus antecesores y contemporáneos.
[1] Véase Sandor Márai (2006).¡Tierra, Tierra! Barcelona: Salamandra.
[2] Hemingway, Ernest (2013). París era una fiesta. Buenos Aires: Editorial Lumen.

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