Extensiones del cuerpo

Parachico y teléfono celula. Foto: Cortesía
La alarma del celular sonó. Aurelia despertó. El tono de la alarma que había elegido para no despertar de golpe la arrullaba más en vez de ayudarla a despertar. Aún así apagó la alarma. Se quedó unos minutos más en la cama. Luego se levantó. Era domingo pero había quedado de ir al mercado por un encargo de su mamá.
Escuchó el canto de las aves que se traían gran algarabía, eso era una manera de ir anunciando la llegada de la primavera. Al menos así lo percibía Aurelia. El canto quedó en un tercer o cuarto plano. Se dirigió a la cocina, se preparó un licuado de leche y manzana. Se dio un baño rápido y salió a la calle.
El clima ya se comenzaba a tornar caluroso, agradeció la sombra que aún permanecía y le daba cobijo. Revisó su reloj, eran las 7:50 de la mañana.
—Ni yo me la creo, levantarme temprano en domingo —dijo para sí, mientras sonreía.
Observó que había poca gente en las calles. Alzó la vista, el tono del cielo era un azul de los que apetece quedarse contemplando por un gran rato. Las aves parecían disfrutar el paisaje, Aurelia también se deleitó con la vista.
En su trayecto al mercado se dio cuenta que cada persona con la que se topaba en el caminar iba con el teléfono celular en uso. Una persona mandando mensajes, otra persona sonriendo mientras leía, otra más detenida en algún espacio de la banqueta para escribir, una más hablando por teléfono. A lo lejos vio a dos personas más, sentadas una al lado de otra pero sin tener un intercambio verbal. Cada una adentrada en su mundo, atrapadas por las pantallas de sus teléfonos móviles.
A su mente vinieron de inmediato como ráfagas algunos comentarios que había escuchado y un texto que había leído sobre los celulares, como extensiones del cuerpo y la dependencia que se tiene a ellos. Sin duda que ella también usaba el celular, era una herramienta no solo para tener contacto con personas, sino de trabajo y por supuesto, para revisar sus redes sociales.
Para su sorpresa ese domingo había dejado el celular en casa y su reloj no era de los inteligentes que se conectan al celular. Se alegró de haber olvidado el teléfono móvil y poder disfrutar en esos momentos del paisaje visual, del paisaje sonoro, de los elementos cotidianos de su día. Mientras avanzaba a su destino, atravesó un pequeño parque con varios árboles que le daban la bienvenida. Sonrió, pensó que le encantaría que las ramas de alguno de esos árboles fueran extensiones del cuerpo.
Apresuró el paso, la señora que vendía los tamales horneados de flor de cuchunuc[1] no tardaba en llegar y Aurelia quería ser de las primeras de la fila para alcanzar a comprar el pedido de su mamá.
[1] Esta flor nace del árbol que en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas se conoce como mata ratón. La flor forma parte de un ingrediente de la gastronomía zoque. El nombre científico del árbol es Gliricidia sepium. El cuchunuc se conoce también como cocuite, chanté, cacahuananche, yaité.

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