El Canal de Panamá y la doctrina del destino manifiesto
Entre las muchas amenazas, expresadas como anuncios, pronunciadas en la toma de posesión del actual Presidente de los Estados Unidos se encuentra la que involucra a Panamá, país donde se encuentra el Canal que conecta los dos océanos de nuestro continente, el Atlántico y el Pacífico. El mensaje del mandatario estadounidense iba dirigido a recuperar el control de dicho canal bajo el pretexto de que los barcos con bandera estadounidense eran peor tratados que los de otros países. Una realidad que tiene como nítido trasfondo la creciente presencia de empresas chinas en ambos puertos del Canal. En tal sentido, hay que recordar que el país centroamericano estableció relaciones con la República Popular China en junio de 2017, después de romper sus históricos nexos con Taiwán. Estrategia claramente relacionada con el creciente poder económico y comercial de la china continental.
La amenaza del mandatario estadounidense fue rechazada y tuvo respuesta inmediata por parte del Presidente panameño, José Raúl Mulino, con la lógica rotundidad de quien debe defender la soberanía territorial de un Estado moderno. El mandatario centroamericano aseguró en X que “El Canal es y seguirá siendo de Panamá y su administración seguirá estando bajo control panameño con respeto a su neutralidad permanente”.
Muchas vidas costó la monumental obra del Canal de Panamá, aquella que involucró la participación de varios países y empresas, así como a un sinnúmero de trabajadores de distinto origen. Control del Canal ejercido durante muchos años por Estados Unidos, quien se encargó de finalizar su construcción, y que ha dejado una huella visible en ciertos espacios de la ciudad de Panamá, como lo es la Calzada de Amador, zona también conocida popularmente como Causeway.
El Tratado Torrijos-Carter (1977) significó asegurar que el 1 de diciembre del año 2000, al iniciar el siglo XXI, Panamá recuperara el completo control del territorio y de las operaciones del Canal. Una realidad que enorgullece a los panameños, al mismo tiempo que significa una buena parte del Producto Interno Bruto (PIB) del país. Un Canal que, al menos, de manera formal es operado y administrado por una entidad autónoma denominada Autoridad del Canal de Panamá.
Esta realidad contemporánea, establecida por el mencionado Tratado Torrijos-Carter, es obviada por el Presidente Donald Trump, quien además de erigirse en ejemplo y paladín de del uso de la mentira como arma política parece recuperar, sin ningún rubor, la predestinada doctrina del destino manifiesto, aquella de nefastos recuerdos históricos en distintos continentes. Doctrina que su propio país, Estados Unidos, certificó con sus actos de expansionismo territorial durante el siglo XIX en el continente americano. Hecho que, por supuesto, tuvo continuidad con la también conocida como Doctrina Monroe, misma que ha justificado la arbitraria intervención política y militar de Estados Unidos en distintos países de su entorno regional e, incluso, más allá de América.
En definitiva, la recuperación de la presidencia estadounidense por parte de Donald Trump augura despropósitos como el referido al Canal de Panamá. Un canal que, a través de un Tratado internacional, quedó legalmente bajo el manejo del país centroamericano. Habrá que ver si el anuncio de la recuperación del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos queda en un recurso más del discurso, aquel destinado a satisfacer y convencer a sus votantes, o realmente se convierte en realidad sustentado en doctrinas como la del destino manifiesto. Se auguran años complejos para las relaciones diplomáticas planetarias, y de los organismos internacionales, como las Naciones Unidas, si los discursos de Donald Trump traspasan su carácter discursivo para convertirse en acciones.

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