Andrés Fábregas Roca: el humanismo de un exiliado
Los llamados Niños de Morelia fueron los primeros migrantes españoles que arribaron a México en 1937; llegaron a bordo del vapor Mexique. El 26 de julio de 1940, descendieron 600 exiliados del Saint Dominique, este navío trajo desde Burdeos al joven Andrés Fábregas Roca, quien fue enviado a Tuxtla Gutiérrez. A mediados del siglo XX, fue miembro fundador del Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas, que fomentó el desarrollo científico, la literatura, la danza, el teatro y el grabado; en el ámbito editorial, la revista Ateneo fue su principal producto.
Los colaboradores del Ateneo lucharon contra los daños que provocaron las guerras en el mundo y se plantearon exaltar las obras del espíritu. Sobre estas bases aparecieron en sus páginas artículos y ensayos de alta erudición. Ahí se expresaron artistas e intelectuales del país y de otras naciones. Fábregas Roca también formó parte de los fundadores del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, el valioso ICACH, e introdujo a Chiapas a los pensadores clásicos de Occidente a través de sus clases en las aulas del ICACH donde enseñó Historia de la Filosofía, Ética, Francés y Psicología.
Formando parte del grupo de refugiados que llegaron a Chiapas, estuvieron, además, Faustino Miranda, que arribó a la Ciudad de México donde se incorporó a la UNAM; de esta universidad fue enviado a nuestra entidad para que realizara sus investigaciones biológicas. Más adelante, apareció Luis Alaminos. Ellos son los pilares de la cultura chiapaneca actual. Entre otras cosas Faustino Miranda clasificó las plantas de Chiapas; Luis Alaminos enriqueció el teatro y Andrés Fábregas Roca fue determinante en la edición del Ateneo, ICACH y los primeros cuatro números de la Revista de la UNACH, tan parecidas entre sí en cuanto a la tipografía y el formato, que fácilmente se advierte la mano del mismo editor.
Como se ha señalado con mayor amplitud en el libro Andrés Fébregas Roca, Obra reunida (Compilación y edición José Martínez Torres y Antonio Durán, UNACH / AFÍNITA, 2014), el estado debe mucho a la colaboración de Fábregas Roca en proyectos culturales como el mencionado Ateneo, donde participaron los chiapanecos Fernando Castañón Gamboa, Eliseo Mellanes, Eduardo J. Albores, Agripino Gutiérrez, Armando Duvalier y José Casahonda Castillo. Hubo ahí variedad de aportaciones: Rómulo Calzada fue un gestor del grupo; Jorge Olvera, Jorge Tovar, Héctor Ventura, Franco L. Gómez, Francisco Cabrera Nieto, Isauro Solís y Máximo Prado elevaron la calidad de la plástica chiapaneca contemporánea; Fernando Castañón Gamboa enriqueció e interpretó la historia documental de Chiapas.
Eraclio Zepeda dijo que los estudiantes de su tiempo tenían un patrimonio extraordinario, era el ser alumno del maestro Fábregas y haber escuchado sus enseñanzas. Carlos Navarrete afirmó que la figura señera de los intelectuales aglutinados alrededor de la revista ICACH era el maestro Fábregas Roca por su vasta cultura y su orientación ética y política a toda prueba. El grupo al que perteneció realizaron sus actividades a partir de la segunda mitad del siglo XX, entre las que también destacan la institucionalización del Premio Chiapas, la formación del Ballet Bonampak, las contribuciones arqueológicas de Franz Blom, Gertrude Duby y Carlos Frey, en la zona Lacandona, la organización de congresos y las exposiciones de diversos grabadores y pintores, la publicación de libros relevantes y de artículos que aparecían en las revistas arriba mencionada cuyos prestigios trascendieron el ámbito local y nacional.
Fábregas Roca dijo que la humanización del arte, la aplicación del progreso científico, los principios políticos-sociales están ligados a postulados éticos y que debemos luchar para que nuestra existencia forme el clima mental de la convivencia. Lo humano consiste en que si alguien sobresale en algo, se apoye en esa superioridad no para dominar sino para ayudar a los demás. Los senderos culturales que labró Fábregas Roca marcan las rutas que debemos seguir para la edificación de una sociedad altamente espiritualizada; su huella cultural tiene el sabor de lo inagotable.

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