La (nueva) guerra cultural

En menos de cuatro meses, Donald Trump ha modificado el escenario del mundo. Muchos llaman a esto la era del “trumpismo”, porque este personaje no viene solo y tampoco de la nada. Ya en su primer periodo de gobierno se estaba gestando esta nueva forma de hacer política, asolando a las democracias instituidas en las naciones, donde una derecha cada vez más sofisticada en sus maneras de potenciar sus discursos, ha avanzado inexorablemente en cualquiera de los escenarios políticos, principalmente de Europa.

Donald Trump. Foto: https://www.whitehouse.gov

Viene de la mano de un bloque político que es más que un grupo conservador. Es la ultraderecha, siempre presente aun cuando estaba marginalmente y, a veces, a oscuras, agazapada, esperando el momento de salir. Ya lo hizo. Esta mezcla de polític@s, empresarios, magnates, aventureros populistas ultraconservadores, proto-nazis analfabetos, entre otra fauna política, trata de dominar la escena política internacional, envalentonados por el ascenso al poder de Donald Trump, en Estados Unidos.

El “trumpismo” es más que el presidente de los Estados Unidos; no representa una persona, sino una postura, una perspectiva política que siguen algunos líderes de países europeos y en Latinoamérica, Javier Milei de Argentina, Nayib Bukele de El Salvador y el ex presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, principalmente. En Europa hay varios líderes y lideresas que se toman en cuenta por el peligroso avance que los partidos políticos de extrema derecha (algunos confesionalmente “nazis”) han tenido en los parlamentos europeos. Por tanto, puede verse como un bloque uniforme que salió a la luz pública debido a diferentes contextos locales y regionales, pero cuando Donald Trump irrumpe salvajemente en la política mundial, tratan de tomar posiciones en el tablero del mundo, saliendo de sus cavernas históricas.

Al margen de estos eventos políticos internacionales, lo que se viene también es una guerra cultural constituido por el discurso del “trumpismo”: lo que ellos llaman el “universo woke” contra lo suyo, el regreso de viejos y arcaicas formas de construir el mundo social. Con base a la fuerza y la imposición, quieren tomar revancha de lo que, según esta versión de la ultra derecha, el discurso woke les ha arrebatado.

Lo woke representa los avances en el campo de lo social, inclusión de todos y todas las ciudadanas a cualquier espacio de decisión pública; la diversidad social y cultural de las sociedades. Nuevos discursos en cómo pueden ser los nuevos valores democráticos, donde quepamos todos y todas. El trumpismo, por el contrario, intenta negar absolutamente eso. El conservatismo en su máxima expresión, al intentar detener el flujo de la historia y de los movimientos sociales que han construido estas posibilidades para esta generación y las futuras.

Hay y habrá muchos espacios sociales para dirimir esta guerra cultural. Uno de estos son las poderosas industrias culturales de medio y de gran calado a nivel global.

El primer round de esta batalla cultural fue iniciado con Kendrick Lamar, en el show de medio tiempo del Súper Bowl. La puesta en escena del espectáculo del rapero ocasionó muchas posturas diferentes en cuanto a la calidad del mismo. Para los no conocedores del hip hop, el show fue deprimente y aburrido. Pero en las redes sociales brotaron cientos de versiones del “sentido oculto” de Lamar en su discurso musical. El plato se colmaba de ingredientes para la polémica. Donald Trump asistió al juego, siendo el primer presidente de Estados Unidos quién lo hace. Quizá para refrendar (y defender a sus huestes) lo que ya sabía que pasaría con el show que, en la lógica de Trump, sería una oda a la cultura woke. Y lo fue, según las explicaciones de las redes sociales.

Un gran amigo mío, Ramón Chang, experto en Hip Hop, me explicó que quizá vimos lo más elaborado políticamente hablando de un evento a nivel de masas. Antes de todos los análisis en las redes sociales, Ramón ya había diseccionado todo el discurso de Lamar. Todo tuvo sentido y con las obvias alusiones al invitado VIP de las tribunas, Mr. Trump.

Curioso, porque el Futbol Americano en Estados Unidos, para muchos expertos, es un deporte “de derecha”, de miras conservadoras, donde siempre se pregona lo más pulcro del American way of life.

El segundo round de esta batalla cultural fue la entrega de los premios Oscar, en Hollywood, otra mega industria cultural global. Hubo expectativa en torno a lo que la familia artísticamente hollywoodense podía decir, porque es bien sabido de sus sentimientos anti derecha. Es lo que se podrían llamarse “los progres” en la industria del espectáculo en Estados Unidos.

Aunque no hubo discursos ni speeches frontalmente contrarios al trumpismo. Pero sí hubo guiños al respecto, cuando premiaron al mejor documental a una historia de la Franja de Gaza (No other land), en plena guerra Israel-Palestina. También mensajes a la migración (uno de los temas estrella de Trump) con los premios a The Brutalist. En general, no hubo asomo de estar dentro del espectro de los republicanos en el poder. Holywood respondió bien, tal y como dicta su tradición.

¿Cuál será el siguiente escenario? Tal vez el Mundial de Futbol el próximo año, donde Canadá, Estados Unidos y México, otrora una vigorosa relación comercial, ahora destrozada por la paranoica perspectiva comercial de Trump, tienen que aparentar estar en consonancia y en reciprocidad empresarial y deportiva, cuando a punto de insultos y de amenazas de Donald Trump prácticamente desapareció el T-MEC.

Lo que sí queda claro es que es hora de tomar partido en estos cuatro años que durará la administración Trump. Si se detiene en ese tiempo, será tiempo de acomodar los desajustes al orden mundial. Si logra avanzar, estaremos hablando de un ciclo político complicado para el mundo. De nosotros, la sociedad toda, también depende el avance de esta ultraderecha, con tufos neo nazis.

No es la primera ni la única guerra cultural que se enfrenta, pero es inusitada por la forma en que aparece y cuál es el fin que persigue. Lo menos peor que nos puede pasar es que el saludo de Elon Musk solo sea la teatralidad de un ignorante de la historia. Pero, atento el mundo, porque en su voracidad empresarial hecha política, puede llevarnos a otras pesadillas que, según, ya habíamos sepultado.

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