La tristeza del pensamiento en el mundo de hoy: razones para su comprensión
Por María del Carmen García Aguilar[1]
La crisis sistémica que hoy vivimos puede traducirse en la tensión radical entre las producciones discursivas y las prácticas sociales hegemónicamente instituidas. Van estas notas sobre la historicidad del pensamiento desde una de sus particularidades, la tristeza que le acompaña, y la capacidad humana para vivirla y hacerle frente.
En Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, Steiner (2020)[2] recupera la obra de Schelling para quien la existencia humana porta “una tristeza fundamental, ineludible (…) proporciona el oscuro fundamento en el que se apoyan la conciencia y el conocimiento. Es más “este fundamento sombrío debe ser la base de toda percepción, de todo proceso mental”, “es así mismo creativa”. Para Steiner, Shelling ofrece una analogía con la cosmología actual: “La existencia humana, la vida del intelecto, significa una experiencia de esta melancolía y la capacidad vital de sobreponerse a ella”. Dos son sus interrogantes: ¿podemos intentar aclarar alguna de las razones para ello? ¿tenemos derechos a preguntar por qué no ha de ser alegría el pensamiento humano?
Steiner ofrece diez posibles razones. La primera es la finitud del pensamiento: “podemos pensar en algo, acerca de algo. Lo que hay afuera o más allá del pensamiento es estrictamente impensable”; la segunda; “el pensamiento no está bajo control”; la tercera: “el pensar nos hace presentes a nosotros mismo”. “La capacidad de mentir, de concebir y representar ficciones es inherente a nuestra humanidad”. “Pensar es algo supremamente nuestro; se halla oculto en la más íntima privacidad de nuestro ser. Es también el más común, manido y repetitivo de los actos. La contradicción no puede resolverse”. La cuarta razón: “no puede haber verificación definitiva de la verdad o el error del pensamiento subjetivo, de su sinceridad o falsedad”. Refiere a la “antinomia entre las pretensiones que tiene el lenguaje de ser autónomo, de estar liberado del despotismo de la referencia y la razón. El quinto motivo lo define el hecho de que pensar “es algo increíblemente despilfarrador. Es un conspicuo consumo de la peor especie”. “No hay quizá ninguna actividad humana más extravagante”.
La sexta parece simple: el “pensamiento es inmediato sólo para sí mismo. No hace que suceda nada directamente, fuera de sí mismo”; la séptima: el velo de la pesadumbre alude a que el pensar no se detiene mientras se vive, su imposibilidad “es una aterradora constricción. Impone una servidumbre de un despotismo y un peso singulares”; la octava, refiere a la imposibilidad de saber más allá de la duda lo que cualquier otro está pensando. “La ambigüedad es inherente a la palabra”. “Al final, el pensamiento puede hacer que seamos unos extraños los unos para los otros”. El amor más intenso, quizás más débil que el odio, es una negociación, nunca concluyente entre soledades. La novena refiere al desequilibro entre las funciones corporales y el pensamiento, esto es, “el desajuste del gran pensamiento y la gran creatividad con los ideales de la justicia social”.
La última razón refiere a la preposición entre el verbo “pensar” y su objeto. “La verificabilidad, la refutabilidad de las ciencias, su triunfante progreso desde la hipótesis hasta la aplicación, dan lugar al prestigio y al creciente dominio que ejercen en nuestra cultura. Pero en otro sentido, también dan lugar a su soberana trivialidad”. “El dominio del pensamiento, de la misteriosa rapidez del pensamiento, exalta al hombre por encima de todos los demás seres viviente. Sin embargo, lo deja convertido en una extraño para sí mismo y para la enormidad del mundo”.
El discurrir de este pensamiento copa a la filosofía primera, a la filosofía antropológica, y al despliegue mismo de las ciencias disciplinarias del mundo contemporáneo. Y como dice Steiner es un pensamiento que exalta al hombre, la razón de su tristeza, propio de la ambigüedad de la palabra, y de la inherente paradoja de la realidad. A la pregunta ¿Qué es el hombre? Martin Buber (1986)[3] nos alerta sobre su sentido de incompletitud y la sensación de orfandad. En el mismo Kant se explica “toda una plétora de preciosas observaciones su pensamiento (…). Pero para nada se ocupa de qué sea el hombre ni toca seriamente ninguno de los problemas que esa cuestión trae consigo. (…). En esa antropología no entra la totalidad del hombre”. El conocer al hombre le es su cometido, pero con ello “se le presenta al hombre él mismo, en el sentido más exacto, como objeto”.
En efecto, frente a la filosofía madre y a una filosofía antropológica que reducen el pensamiento del hombre a la teoría de la esencia del hombre (Kant), y a la teoría de la existencia (Heidegger), que definen la aprehensión del hombre en conexión con la naturaleza, de la que deriva la tesis de que el hombre “se hace a sí mismo y por algo”, Buber sostiene una “filosofía abierta”, la antropología filosófica, ineludible en el pensamiento contemporáneo, en tanto sostiene que “El hombre puede llegar a su propia Existencia únicamente si la relación total con su situación tiñe de carácter existencial, es decir, si todos los modos de sus relaciones se hacen esenciales”. El reconocimiento de la antropología como un problema filosófico, deviene de la “disolución progresiva de las viejas formas orgánicas de la convivencia humana directa”, y por lo propio de la historia del espíritu, factores ambos, producto de la inmersión del hombre en una crisis contemporánea relacional con las nuevas cosas y circunstancias que alteran el campo de la técnica, de la economía y de la acción política (ibid.: 77).
Para Buber, “el problema de la filosofía antropológica es el problema de una totalidad específica y de su conexión específica. Hace suya tres proposiciones de Edmund Husserl, en las que dimensiona la crisis de las ciencias europeas: la primera: “el fenómeno histórico más grande es la humanidad que pugna por su propia comprensión”; la segunda, “si el hombre se convierte en problema “metafísico”, en problema filosófico específico, es que se halla en cuestión como ser racional”, proposición que implica “poner en cuestión la relación en el hombre de la “razón” con la sinrazón; la tercera, “la hombría consiste, esencialmente, en un ser hombre en entidades humanas vinculadas generativa y socialmente”. Para Buber esta última proposición de Husserl significa que “no es posible encontrar la esencia del hombre en los individuos aislados, porque la unión de la persona humana con su generalogía y con su sociedad es esencial y, por lo tanto, debemos conocer la naturaleza de esta vinculación si queremos llegar a conocer la índole esencial del hombre” (ibid.: 81).
El ser humano y la vida son los hilos con los que, ayer y hoy, se teje el pensamiento de la filosofía “primera” y de la filosofía antropológica que nace con brío en el siglo XX con la primera Guerra Mundial y con el desarrollo de las ciencias sociales. Las diez razones (posibles) de este pensamiento triste, nos resultan tan actuales que nos llevan no solo a “pensar en el mundo” o a “pensar el mundo”, sino también a reconocer que la circularidad del pensamiento y su tristeza lo son por la ambigüedad de la palabra, y la paradoja de la realidad.
Afirmar la verdad o el error, pese a la centralidad que tienen en la explicación y comprensión de lo social, es una cuestión subjetiva, y su traducción en el lenguaje, hacen de éste el arma del “despotismo de la razón”. El despilfarro del pensamiento que indica Steiner tiene hoy un fondo oscuro, porque desde el lenguaje -la casa del ser y sus formas- hoy se impone un universo de sentido, que como ayer se traduce en “la policía del pensamiento”, en el regreso del “desprecio de las masas” (Sloterdijk, 2011)[4], o la conversión de “un vacío en voz” (Cueli, 2024)[5]. El neoliberalismo global que hoy azota a la población mundial no se va, y el lenguaje en todas sus formas, particularmente el mediático, lo hace posible. Paradójicamente, es el lenguaje y sus formas la fuente de su salida. Desafortunadamente las ciencias sociales, cada vez más, se traducen en “ciencia ficción”, y la sociedad cada vez más fragmentada y difusa, sostenida por el “poder absoluto” de la técnica.
[1] Investigadora del Observatorio de las democracias: Sur de México y Centroamérica (ODEMCA).
[2]Steiner, George (2020). Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento. México: FCE/Siruela.
[3] Buber, Martin (1983). ¿Qué es el hombre? México: FCE.
[4] Sloterdijk, Peter (2011). El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna. España: editorial PRE-Textos.
[5] Cueli, José. Thomas Mann: “vivir (con Trump) = sufrir”, en La Jornada, 20 de diciembre de 2024.
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