La espera que no desespera
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La familia de Marisol se había puesto de acuerdo para cenar tamales por la celebración de la virgen de la Candelaria. A ella, a su prima Cristina, su tío René y la tía Domi, les había tocado llevar los tamales. Sin embargo, ante la insistencia de tía Domi accedieron a no comprar tamales y a prepararlos.
Marisol, poco afecta a la labor de cocinar, había expuesto sus argumentos para la compra de tamales.
—Oiga tía, pero si cocinamos los tamales tendremos más trabajo, una, ponernos de acuerdo para comprar los ingredientes y otra, prepararlos. Ya sabe que no tengo habilidades culinarias y luego nos llevaría más tiempo —dijo Marisol ante la mirada y escucha atenta de la tía Domi.
—Mirá hija, es más bonito que uno haga los tamales, podés aprender a hacerlos, así tendrás la receta familiar. Entre todos nos ayudamos, ya verás que la familia quedará bien contenta y más con el sazón que tendrán —comentó la tía Domi, con ese tono indicador que no había más que discutir, algo así como ‘no hay pero que valga’.
Ese lunes Cristina, tía Domi, tío René y Marisol habían ido al mercado a comprar los ingredientes, cada quien tenía su encomienda. La que terminó primero fue Marisol, les avisó que los esperaría en la entrada de la tienda de semillas y condimentos.
A diferencia de otras ocasiones Marisol se hizo el propósito de no presionarse con el tiempo, lo puso en práctica desde que comenzó a hacer el pedido de la lista de ingredientes que requería. Mientras la atendían en la tienda, se percató que las tres personas que trabajaban ahí se coordinaban muy bien. Por momentos la tienda se llenaba e iban tomando los pedidos conforme la clientela llegaba, nadie quedaba sin atención, la gente salía contenta con sus compras. Marisol se acordó del refrán, el que tenga tienda que la atienda. Una vez que compró sus ingredientes, decidió esperar a sus familiares a la entrada del negocio.
Se colocó en una parte donde no atrasaba el paso de la clientela que iba a la tienda. El clima de esa mañana era cálido. Alzó la vista, el tono azul del cielo era sumamente hermoso. Marisol se alegró de haber llevado puesta la gorra, así se resguardaba un poco del sol. Su atención se centró en el ir y venir de tantas personas en las calles aledañas al mercado. Observó la fluidez vehicular, supuso que porque no era quincena. Los conductores de taxis se percibían sofocados por el calor, uno que otro se secaba el rostro con la toalla que llevaba.
Volvió la atención hacia ella. Se observó tranquila, mimetizada en el entorno, disfrutando de ese momento, con todo lo que la rodeaba. Ni siquiera se había percatado de cuánto tiempo llevaba ahí, estaba experimentando la espera que no desespera. El timbre de su celular la hizo volver la mirada a su bolsa, era un mensaje de Cristina que le avisaba que estaban muy cerca de la tienda, que saliera a la calle, pasarían por ella.
—Ahora toca la experiencia de hacer tamales —dijo para sí Marisol con una sonrisa, mientras se acercaba a la calle.
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