Jean-Paul y Simone, 1
Casa de citas/ 728
Jean-Paul y Simone
Héctor Cortés Mandujano
(Primera de dos partes)
Leo Sartre. El hombre es radicalmente libre y el único responsable de su vida (RBA Coleccionables, 2019), de Juan Carlos Gómez García, que examina vida y obra de este escritor-filósofo francés (1905-1980), de fama imperecedera.
Dice Sartre en Crítica de la razón dialéctica (p. 81): “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”.
En El existencialismo es un humanismo dice (p. 109): “El hombre se hace; no está todo hecho desde el principio”; apunta Gómez García sobre el pensamiento sartreano: “Era preciso definir al hombre, desde el hombre y para el hombre, no desde Dios; pero la eliminación de Dios implicaba que el hombre debía asumir todos sus compromisos y responsabilidades morales”.
Sartre diferenció varios modelos morales: La moral religiosa, la naturalista, la del deseo, la histórica, la normativa, la del intelectual (p. 113): “Y […] la moral existencialista, que definía al hombre como ‘condenado a ser libre’. Por un lado, esta definición contenía un elemento opresivo (la condena) frente a otro liberador (la libertad). De esta manera, el hombre se proyectaba a sí mismo de manera totalmente indeterminada, inconclusa y creando unos valores propios a medida que existía”.
La libertad puede producir angustia, dice Sartre (pp. 115-116): “El hombre, al ser en el mundo, crea la existencia y el mundo, al que da su exclusivo sentido. La angustia surge cuando el hombre es consciente de que todo depende de él, que con su desaparición también desaparece el mundo”.
Sartre también, no podía ser de otro modo, reflexionó sobre el lenguaje (p. 131): “El lenguaje contiene todas las palabras y cada palabra se comprende por todo el lenguaje: cada una resume en sí al lenguaje y lo reafirma”.
Dice Sartre sobre la paradoja del otro (p.133): “Estar en el mundo significa la aceptación de todo aquello que soy yo; dicha aceptación no es voluntaria, es necesaria: no hay más remedio que aceptar aquello que no soy yo para situar mi vida en un plano existencial, porque existir significa pensar sobre lo que me rodea, desde mi yo. […] El otro aparece como un ser necesario a la vez que intruso en mi vida, y esa paradoja dialéctica obliga a cosificar constantemente al otro, a la vez que yo también me veo cosificado en dicha relación”.
En 1964 lo designaron Premio Nobel de Literatura y Sartre rechazó el premio, algo que muchos consideraron que (p. 137) “se trataba de un ejercicio de coherencia” y otros sólo de “altanería”. Sartre, de hecho, había rechazado antes varios premios, porque le parecía que un escritor (p. 137) “debe actuar solo con sus propios medios, esto es, el mundo escrito”.
Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir fueron conocidos, no sólo porque los dos hicieron obra valiosa literaria y filosóficamente, sino porque se proclamaron y vivieron como una pareja no exclusiva, sino abierta (“amantes de la libertad”) a las experiencias con otras y con otros.
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Acepto la gran aventura de ser yo
Simone de Beauvoir
Leo, en uno de mis lectores electrónicos, Simone de Beauvoir. Del sexo al género (2016), de Cristina Sánchez Muñoz.
Simone, pese a que estudió para ello (p. 7), “no se consideraba filósofa” y dado que no “dejamos de ser construcciones culturales” ella propuso el aserto (p. 6): “No se nace mujer, se llega a serlo”.
Sus novelas, aunque son obras de ficción, tienen tramas filosóficas, donde se cuestionan los roles, especialmente en la mujer, que nos imponen la familia, el estado, la sociedad y donde, además, Simone hizo pública su vida.
La educación que recibió en casa, de sus padres, se dirigió a (p. 15) “afianzar en ella y su hermana la idea de que la virtud y la cultura contaban más que la fortuna”; su papá solía decirle: “Tienes la inteligencia de un hombre”.
En un recuadro sobre el existencialismo (en el que se adscriben ella y Sartre) dice (p. 44): “Es bien conocida la explicación que da Sartre al existencialismo: la existencia precede a la esencia. […] No hay una identidad previa, un sujeto previo desde el cual este se abre a su existencia. Por el contrario, somos lo que hacemos, nos vamos haciendo en un camino titubeante sin valores previos definidos que nos digan qué hacer”.
Con la publicación de El segundo sexo (1949), que supuso un parteaguas en la discusión sobre lo femenino y lo que después se ha llamado “La primera ola del feminismo”, a Simone le dijeron, cuenta (p. 52): “Insatisfecha, frígida, priápica, ninfómana, lesbiana, abortista, fui todo, hasta madre clandestina. […] Me dejaron perpleja la violencia de esas reacciones y su bajeza”.
[También escribió Simone sobre la vejez. En la fuerza de las cosas (1963) dice (p. 60): “Un día, a los cuarenta años, pensé: ‘En el fondo del espejo me espía la vejez, y me atrapará’. Y me atrapó. Con frecuencia me detengo, asombrada, ante esa cosa increíble que me sirve de rostro”.]
Escribe en El segundo sexo (p. 64): “La mujer se determina y diferencia con relación al hombre, y no éste con relación a ella; esta es inesencial frente a la esencia. Él es el Sujeto, él es el Absoluto; ella es el Otro”. También ironiza, porque la ciencia médica del siglo XVIII que identifica a la mujer con el útero (p. 70): “Todo ser humano hembra, por lo tanto, no es necesariamente una mujer, necesita participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la femineidad. ¿Es esta segregada por los ovarios? ¿Basta con una falda para hacerla descender a la tierra? […] ¿Acaso hay mujeres?”.
Dice Cristina Sánchez, siguiendo a Simone (p. 80): “El problema no es el cuerpo en sí, sino las interpretaciones culturales sobre el mismo, que dictaminan unos comportamientos diferenciales según sean cuerpos femeninos o masculinos”.
Escribe Simone (p. 101): “La verdadera mujer es un producto artificial que la civilización fabrica como en otros tiempos fabricaba castrados; sus pretendidos ‘instintos’ de coquetería, de docilidad, le son insuflados del mismo modo que al hombre su vocación viril”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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