Febrero loco

Foto: María Gabriela López Suárez

 

La alarma del despertador sonó, a lo lejos, muy a lo lejos, Genoveva alcanzó a escucharla. Se levantó y la apagó. Había olvidado desactivarla. Era sábado, no iría a la prepa, así que volvió a dormirse.

El resplandor del sol se coló a través de la ventana de su cuarto, esos rayos la hicieron despertarse. Abrió lentamente los ojos, se estiró y se quedó un rato más en la cama. Saber que era sábado le hizo dibujar una gran sonrisa en su rostro. Abrazó su almohada favorita, intentó dormitar un ratito más. Sin embargo, el canto de varios pájaros, en distintos tonos, la hizo recordar que era hora de despertarse.

Se levantó de la cama, se asomó a la ventana, observó el paisaje soleado y siguió escuchando el canto de los pájaros. Era un regalo tan bello, se sintió afortunada de poder escuchar y de contemplar el cielo azulado.

Genoveva se dirigió al baño y cepilló sus dientes. Se recogió el cabello y se detuvo unos instantes frente al espejo. Sonrió. Salió del cuarto en espera de que hallara a más integrantes de su familia despiertos. Verificó la hora, eran las 8:30. Lo más seguro era que doña Dora, su mamá, no estuviera en casa. Los sábados solía asistir a los desayunos que organizaban en la junta vecinal. Edmundo y Gustavo, sus hermanos mayores eran más dormilones que ella, así que ni las luces de ninguno.

Se sirvió un vaso con agua. Luego preparó un licuado de manzana con avena y se asomó a la ventana de la cocina. La ropa que habían lavado la noche anterior ya estaba seca. Llamó su atención que la ropa se movía al compás del viento.

—¿Viento en día soleado? —preguntó para sí.

Salió al patio para cerciorarse, de nueva cuenta percibió el canto de los pájaros. Además, sintió el airecillo fresco que soplaba esa mañana. Alzó la vista, unas nubes cruzaban con prontitud el cielo, como si alguien las apresurara.

Con algunos restos soñolientos Genoveva intentó encontrar la explicación al clima de esa mañana, antes de hacer una consulta a la aplicación del clima. Sonrió para sí, estaba dándose un receso para no usar el celular tan temprano.

El soplido del viento trajo consigo unas hojas que fueron directo al rostro de Genoveva, como un susurro para darle la respuesta.

—¡Con qué esas tenemos, ya recordé, estamos estrenando mes! Febrero loco, mira lo que nos has traído —dijo en voz alta.

El canto de los pájaros seguía acompañando el ambiente de esa mañana, el viento no les distraía para nada, más bien parecía que les agradaba y los motivaba a seguir cantando.

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