Estadios deportivos: espectáculo y diferenciación social

Hace poco más de una semana se llevó a cabo el Super Bowl LIX, la final del fútbol americano y uno de los mayores espectáculos mundiales. A pesar de que otras disciplinas deportivas atraen la atención del público estadounidense, no cabe duda que este es el deporte más popular o, al menos, el que capta más espectadores además de ser un orgullo nacionalista del vecino del norte.

Más allá de los aspectos meramente deportivos, de la competencia entre escuadras o de las tácticas utilizadas, uno de los aspectos más relevantes para el público es el carácter de espectáculo de este acontecimiento. De hecho, al entretenimiento meramente deportivo se le agregan, en el Super Bowl, las actuaciones musicales de intérpretes, hombres y mujeres, destacados por su trayectoria o por contar con éxitos populares recientes.

Si algo caracteriza a Estados Unidos es convertir en espectáculo cualquier actividad pública o privada. Aunque no sean los inventores de ello, como se demuestra en estudios históricos y antropológicos sobre espectáculos políticos, no cabe duda que los han llevado a su máxima expresión como se demuestra en las competencias deportivas. Una metáfora de la propia sociedad testificada en los estadios donde se llevan a cabo las competencias.

Acceder a cualquier juego, y no digamos al Super Bowl, representa un esfuerzo económico no disponible para cualquier bolsillo. A la vez, la propia construcción y distribución espacial de los estadios cuenta con separaciones donde quienes tienen un mayor poder adquisitivo están aislados del público general, además de contar con servicios especiales como los representados por los de alimentos y bebidas, por sólo mencionar alguno de ellos. Es decir, la diferenciación social visible en nuestras sociedades se despliega a la perfección en espacios tan reducidos como los representados por los estadios.

Si tal lógica lleva tiempo establecida en los Estados Unidos, y también es visible en algunos estadios mexicanos, no era tan común en Europa, donde el carácter popular del fútbol observaba diferencias en los estadios, pero nunca llegaban a exclusivismos tan radicales como los de Estados Unidos. De hecho, los palcos eran destinados, principalmente, a representantes políticos o invitados especiales. Sin embargo, desde hace varios años esa circunstancia se ha modificado para establecer marcadas desigualdades en los estadios europeos. Ello se observa en algunos de Gran Bretaña y queda certificado en el Estado español con la construcción del nuevo estadio del Real Madrid, el Santiago Bernabéu, y el todavía en obras del F.C. Barcelona, el Spotify Camp Nou. A ello hay que aunar la introducción, nunca al nivel ofrecido en Estados Unidos, de ciertos espectáculos antes de los partidos o en el momento del descanso.

De esta manera, la espectaculirización de los eventos deportivos, junto a la marcada diferenciación social en el espacio en el que se llevan a cabo, se incorporan a Europa para transformar paulatinamente las relaciones entre los aficionados y reafirmar la elitización de esas actividades. Los sueños de igualdad social, pensados como transformación de nuestras sociedades han quedado atrás para certificar, en esta época, que ellos viven un real y visible retroceso. En los deportes, pese a que muchos lo duden, se ejemplifican a la perfección los cambios en nuestras sociedades. Una nítida señal de los tiempos en los que vivimos y que, sin reservas, se expresan con argumentos añejos por dirigentes políticos en demasiados países del planeta.

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