En busca de un hogar
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Perro y la luna/Rufino Tamayo-1973
Martina apresuró el paso, se le había hecho tarde para ir a traer un pedido de galletas que le encargó su primo Juan. Llegaría de viaje al día siguiente y le gustaban mucho unas galletas de mantequilla, que preparaban en la colonia donde vivía Martina. El negocio de los postres era pequeño pero el sabor era delicioso, tenían una tradición familiar que era reconocida.
Cada que Martina tenía prisa se acordaba de una frase familiar:
—¡Fíjate en tu camino, no te vayas a tropezar! Más vale tarde pero seguro.
Solo que en ese momento, recordó que a doña Fide, la dueña de la tienda de postres le gustaba que la gente fuera puntual.
Mientras estaba en esos recordatorios, se fijó en la acera de enfrente de donde ella iba. Tres adolescentes iban caminando, casi por orden de estatura, chico, mediano y grande. Parecía que también llevaban prisa, iban entre platicando y riendo. Sin embargo, la mirada de Martina también observó un detalle, a la par de los tres chicos iba un perro, como cachorro, que intentaba ir al paso de ellos. El perrito era blanco con manchas en tono café claro, las orejas algo largas. A Martina le pareció lindo.
Por su mente pasó la idea de que era raro que lo llevaran sin correa, sobre todo porque se veía pequeño. El perrito iba muy contento, esa sensación le dio a Martina. Tanto ella como los chicos y el perrito seguían por el mismo rumbo, en aceras distintas. Siguió atenta con la mirada y se percató que alguien de los chicos hizo un comentario como que el perrito iba siguiéndolos, de ahí ella dedujo que el perrito no era de ellos. ¿De quién sería? ¿Qué buscaba o a quién buscaba?
Los chicos apresuraron el paso, el perrito también lo hizo; uno de los chicos se cruzó la calle, casi corriendo, los otros dos esperaron, el perrito también. Posteriormente, cruzaron la calle los tres. Martina intentaba seguirles el ritmo, solo que los zapatos altos no se lo permitían. Por un momento pensó que los había perdido, pero no, iban un poco más adelante, el perrito no dejaba de seguirlos.
Dieron vuelta a la izquierda, justo el rumbo que también tenía Martina. Lo que le permitió seguir observando lo que pasaba. Los chicos llegaron a un parque, ahí se detuvieron, otros adolescentes les esperaban ahí. El perrito también hizo su pausa y se quedó al lado de ellos. Los amigos de los tres chicos quedaban viendo al perrito, y aunque Martina no alcanzó a escuchar la conversación dedujo que les preguntaban de quién era. El perrito los observaba y movía la cola. Si por ella fuera se habría sentado en una banca cercana para seguir viendo qué sucedía, qué haría el perrito, si lo tomarían en cuenta. Sin embargo, aún tenía el pendiente de las galletas, así que siguió su camino.
Por fortuna llegó en tiempo a la tienda de los postres. Revisó discretamente su reloj mientras entraba al negocio. Faltaban 2 minutos para las 6 de la tarde. Sintió un gran alivio, dejó salir un suspiro. Ahí estaba doña Fide que supervisó la entrega de las galletas y hasta le dio una cajita con unas galletas con nuevo sabor, cocoa con almendras. Martina pagó el pedido y agradeció el obsequio.
Retomó el camino a casa; pasó nuevamente por el parque, ni señal de los chicos ni del perrito. Regresó a su mente la imagen del cachorro muy contento intentando alcanzar a los chicos, como quien anda en busca de un hogar. Martina sintió un pequeño nudo en la garganta, imaginó cuántos perros y gatos estaban en situación de calle. Se prometió que si alguna ocasión tenía un perro o un gato, lo trataría con mucho amor y le daría el hogar que se merece.
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