El caso de Marcela, rehén de la violencia
La incursión de las fuerzas del orden público en la región Frailesca y Sierra no ha provocado hechos sangrientos, como algunos habían pronosticado. Es cierto que aún no concluye el proceso de restablecimiento del orden, pero hasta el momento los resultados son satisfactorios.
En casi dos meses de gobierno, se ha logrado casi el control de esa zona, con el encarcelamiento de dos presidentes municipales —aunque no se duda que casi todos están involucrados— y de más de 200 policías que estaban al servicio de las bandas delincuenciales o que ellos mismos ejercían su particular labor de extorsión y represión.
Los municipios de la Sierra se han quedado sin policías. Han sido detenidos o han preferido huir junto con miembros de los cárteles, muchos de los cuales han tomado los caminos hacia Mapastepec para salir por la costera Arriaga-Tapachula.
Los habitantes de la Sierra han padecido meses de terror por la presencia de los cárteles. Nunca pensaron que sus tranquilas comunidades fueran a estar sometidas por grupos armados.
Les cuento el caso de Marcela, quien hace cuatro meses desapareció de su comunidad en Siltepec. Su madre le enviaba mensajes a su teléfono celular. Esporádicamente contestaba. Decía que estaba bien, que estaba trabajando, pero que había tenido que irse sin avisar.
No era el único caso. Otras muchachas habían desaparecido, y por temor, sus familiares no denunciaron.
Marcela no era de las que se marchaban sin permiso, menos ante la inseguridad que se vive en la zona. Su madre llegó a pensar que su hija estaba muerta, pero se le renovaba la esperanza cuando recibía algún mensaje. No tenía certeza, desde luego, que fuera su hija quien escribiera.
La noche del 31 de diciembre de 2024, Marcela apareció en la puerta de su casa. Su madre la abrazó y lloraron juntas. Habían pensado que no volverían a verse.
En la cara de Marcela podía verse el sufrimiento vivido en estos cuatro meses de ausencia. Contó que había sido llevada a un campamento, en donde preparaba comida y atendía a miembros del cártel. En dos ocasiones, producto de los castigos a que fue sometida, estuvo a punto de morir. La atendió un médico de Jaltenango.
Dijo que le habían dado tres días de descanso, y que después debía regresar con ellos; si no lo hacía, acabarían con su familia. Pero ella no quería estar nuevamente con los delincuentes.
Su madre tomó la resolución de huir con Marcela de su comunidad. Se trasladaron a Frontera Comalapa. En el camino encontraron a policías y a Pakales, pero no quisieron informar de los motivos del viaje.
Poco después se dirigieron a Tuxtla, en donde estuvieron por una semana, pero no se sentían seguras. Pensaban que hasta aquí las perseguirían.
A través de un contacto encontraron alojamiento en Quintana Roo. Allá piensan trazarse una nueva historia. Ambas sufren insomnio y pesadillas.
Así como Marcela, muchachas y muchachos de las comunidades de la Sierra han sido reclutados, por las buenas o por las malas, por el crimen organizado.
¿Qué hacer con estos jóvenes que entraron de golpe en la violencia?
Después de que se recupere la tranquilidad en la zona debe ofrecerse a las familias apoyo psicológico. La experiencia traumática que han vivido no es fácil de superar. Esperamos que Marcela vuelva a sonreír y, sobre todo, que jóvenes como ella no sean más rehenes de la delincuencia.
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