De tormentos y falsos suicidios

Casa de citas/ 726

De tormentos y falsos suicidios

Héctor Cortés Mandujano

 

Ya escribí en una columna anterior del volumen uno, ahora leo el tomo II de la Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala de la Orden de los Predicadores (Coneculta-Chiapas, 1999), escrita por el reverendo padre predicador general Fray Francisco Ximénez de la misma provincia.

Muchas de sus páginas se ocupan de la biografía de sacerdotes. Cito la del P. Fr. Andrés del Valle, quien, al decir de los evangelistas (p. 100),  “traía a raíz de las carnes una piel áspera y dura de camello y que se sustentaba solo con langostas y miel silvestre”.

Se torturaba todo el tiempo y sus castigos eran (p. 103) “tan crueles y usándolos todos los días se colige el grande rigor con que se trataba”. Y más (p. 104): “A tanto llegó el rigor de disciplinarse que despedía de sí muy mal olor causado de la sangre podrida, poniéndose algunas veces en la llaga un ladrillo”.

Vivía para castigarse (p. 114): “Poco le parecía cuanto padecía y así le pedía a Dios nuevos dolores y nuevos tormentos […] se le pasaban ocho y diez días sin comer un solo bocado ni permitir a su boca el alivio de enjuagarse siquiera con un poco de agua”.

Su cama de tablas y un trozo de cabecera, tenía silicios para sentir dolor y a estos (p. 114) “añadió una cadena de hierro que se trabajó harto para quitársela después de muerto”; (p. 116): “viviendo estaba tan árido, flaco y seco como un cuerpo difunto”.

Ya muerto, llegó a su velatorio una mujer con un niño y, extrañamente, el pequeño (p. 118) “de los brazos de su madre se abalanzó al féretro donde estaba el cuerpo y abriendo los brazos le besó las manos y cara, cosa que vieron todos con grandísimo espanto”.

Ilustración: Jacobo Herrera Cortés

Fray Pedro de Santa María fue otro personaje impar (p. 147): “Desde los primeros años de su vida comenzó el demonio a perseguir a Fr. Pedro, que como tuvo de él poca parte, vivió siempre rabioso de no haberle podido hacer caer alguna vez. […] procuraba el demonio inquietarlo unos veces tocándole las campanillas, otras ojéandole los libros muy aprisa para inquietarlo y divertirlo. […] poníase delante ya en una forma, ya en otra, pero siempre horrible y feo […] lo sacaba el demonio de la celda y lo arrojaba por los claustros maltratándolo en extremo y luego lo volvía a la cama. Otras veces se le ponía encima apretándole en la cama y lo sentía tan pesado que no podía rodarse. En Chiapa estando en la capilla mayor se entraron por la puerta a deshora de la noche gran tropa de monos negros y horribles”. Fray Pedro, después de estos juegos diabólicos “quedaba más devoto y atento”.

También (p. 148) “le abría la boca y con una cuchara le daba a beber una escudilla de materias podridas y hediondas”; pese a eso, “jamás, a honra y gloria de Dios fue engañado”.

 

***

 

En esta vida todos los hombres padecemos,

pero mucho más padecemos los indios

Fray Juan de Albornoz,

citado por Jan de Vos

 

La batalla del Sumidero. Antología de documentos relativos a la rebelión de los chiapanecas, 1524-1534 (1985, Editorial Katún), de Jan de Vos, busca aclarar, con historia, lo que se ha plagado de leyendas.

Dice que esta batalla donde los españoles arrinconaron a los chiapanecas hasta el cañón del Sumidero, supuso que (p. 18) “los sitiados en vez de rendirse, se arrojaran al precipicio, con sus mujeres y niños a cuestas. Murió en este suicidio colectivo gran parte de la población. Según una fuente colonial fueron más de quince mil los despeñados y no llegaron a dos mil los sobrevivientes”. Esa es la leyenda. Sin embargo, dice De Vos (p. 21): “En ningún momento hubo aquel suicidio colectivo de quince mil personas del que habla Remesal. […] En cuanto al motivo del suicidio, los chiapanecas murieron ‘por huir’, es decir, bajo el efecto del pánico”.

No hubo suicidio colectivo en 1524, dice el historiador belga (p. 34), “¿tal vez la leyenda tuvo su origen en un episodio de la conquista de 1928?”. No hay mención histórica, salvo una que “dice textualmente que los chiapanecas se rindieron a Diego de Mazariegos sin ofrecerle resistencia alguna”. No hubo ni en 1524 ni el 1528 ningún suicidio colectivo. Sin embargo (p. 39), “los tiempos de la conquista y de la rebelión han sobrevivido en el baile de los Parachicos y en el combate naval que se celebra cada año en el río”.

Los varios historiadores (Antonio de Herrera, Antonio de Remesal, Vicente Pineda, Manuel B. Trens), de donde tomó fuerza la leyenda del suicidio de chiapanecas, se equivocaban en el año de la conquista y la rebelión, porque no consultaron documentos confiables, verídicos; ni, en algunos casos, conocían ni conocieron Chiapas ni Chiapa de Corzo. Copiaron las copias.

Existen sobre la conquista de 1524 dos fuentes (p. 63): “el capítulo 166 de la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, y la Carta de relación de Diego de Godoy”, aunque el texto de Bernal Díaz la escribió “alrededor de 1565, es decir, unos cuarenta años después de los hechos”.

En La conquista de 1528, según Luis de Mazariegos (1573), se asienta que (p. 79) “no hubo en 1528, por parte de los chiapanecas, ninguna resistencia digna de mencionar” y según Baltasar Guerra (1532), en Probanza de Méritos y Servicios (p. 91), “sólo unos pocos rebeldes se despeñaron. Los que cayeron, no lo hicieron por heroísmo patriótico, sino única y sencillamente por pánico”.

En las conclusiones, dice De Vos (p. 179): “En una palabra, llegamos a la inevitable conclusión que la famosa epopeya del Sumidero, tan celebrada por poetas, pintores y políticos patrioteros, no es más que una hermosa leyenda”. Con base en documentos históricos, también concluye que (p. 180) “durante los años 1532-1534, los chiapanecas vivieron efectivamente en el Sumidero y pelearon allí contra las tropas españolas. Son estas batallas las que conmemora el escudo del Estado. En ellas, algunos rebeldes se despeñaron efectivamente en las aguas del río Chiapa”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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