Amar las palabras
Casa de citas/ 724
Amar las palabras
Héctor Cortés Mandujano
Y ahora, conforme esperaba que volvieran las fuerzas a mí,
en una choza de gente que ni siquiera conocía, solté las amarras
de mi mayor deseo: nunca regresaría a casa
Amínata Diallo, inventada por Lawrence Hill,
en El libro mayor de los negros
Compré El libro mayor de los negros (Almadía-Secretaría de Cultura, 2016), de Lawrence Hill, traducido por Pura López Colomé, porque me pareció un título impactante. Nada sabía de su autor (Canadá, 1957), quien además ha publicado otros nueve libros y ha ganado varios premios.
El libro mayor de los negros cuenta la historia de Amínata Diallo, desde su niñez en África (en la aldea de Bayo) hasta su vejez, es un decir, en Inglaterra. Matan a sus padres y es hecha prisionera y vuelta esclava. La diferencia con los demás es que, aprendiz de su madre, es partera; aprende a leer y escribir y domina varios idiomas. Los personajes que aparecen en esta novela de ficción, lo aclara Hill, están basados en personas reales y, a veces, conservan sus nombres históricos.
La historia de Amínata (Mina como le dicen casi todos) es asombrosa, en especial durante los primeros capítulos donde es una niña (1745) y se va volviendo adolescente y luego mujer. En 1802, al final del libro, Amínata ha vivido tanto, que ya se siente una anciana. No es la primera vez que Hill toca temas similares (la negritud, la esclavitud), de los que sabe mucho.
Para trasladarlos como esclavos, los desnudan completamente. Los captores, dice Mina, no tienen “luz en los ojos” (p. 43): “Nunca he conocido a una persona que llevara a cabo cosas terribles y me mirara a los ojos apaciblemente. Mirar cara a cara a otra persona implica dos cosas: reconocer su humanidad y afirmar la propia. Cuando comencé mi largo recorrido desde mi hogar, descubrí que había gente en el mundo que no me conocía, no me quería, y a la que no le importaba un comino si vivía o moría”.
Conversa con un niño que ayuda a sus captores, Chekura, quien después se volverá su marido, padre de sus dos hijos, y único hombre en su vida. Ella le pregunta (p. 49): “¿Cuántos años tienes?”, y él da la referencia que usan para marcar el tiempo: “Tengo catorce temporadas de lluvia”.
Caminan por mucho tiempo, muchos días. El libro está contado directamente por Amínata (p. 53): “Tuve mi primer sangrado durante nuestra larga caminata. […] En mi desnudez, resultaba imposible esconder la sangre que me chorreaba por las piernas”.
En el camino ella pisa algo (p. 56): “Bajo el pie tenía el cuerpo de un hombre desnudo en plena descomposición. […] Frenética, como pude me limpié un amasijo de gusanos blancos retorciéndose sobre mi tobillo”. Y más (p. 57): “Pronto estaríamos topando al menos con un cuerpo al día. Cada vez que un cautivo caía, se le desencadenaba y se le dejaba pudrir ahí mismo”.
Llegan por fin al mar y los suben a un barco donde no la pasarán mejor. Golpes, abusos, muertos y heridos que son arrojados a los tiburones constituyen el día a día. Los tubabs, es decir, los blancos, pagaban todo para que ellos, desde distintas aldeas, llegaran a trabajar sus campos. A Mina le parece que tantas muertes, tantos sufrimientos, tanta violencia no puede ser justificada (p. 78): “¿Todo esto para que trabajáramos para ellos?”.
En el barco siguen encadenados y suplican, en sus distintas lenguas (p. 80): “Todos pedían a gritos las mismas cosas: agua, comida, aire, luz. Uno de ellos se desgañitaba por hallarse encadenado a un muerto”. No fue fácil sobrevivir (p. 97): “Los nativos iban muriendo constantemente, a un promedio de uno o dos al día”.
Llega hasta su comprador (p. 140): “Debo haber tenido unos doce años al llegar a la plantación de añil de Robinson Appleby. Creo que fue en el mes de enero de 1757”. Su amo la viola. Chekura y Amínata se descubren enamorados. Ella queda embarazada y da a luz a los quince años cumplidos. Le arrebatan el bebé, lo venden, y poco después muere.
Mina se vuelve rebelde y su amo la vende al judío Salomón Lindo; él le termina de enseñar a leer y escribir, y a llevar cuentas. Mina se entera de que él tuvo que ver con la venta de su hijo y cuando va con él a Nueva York, se escapa (p. 274): “Habían pasado casi veinte años de mi rapto en los bosques, a las afueras de Bayo; pero allí estaba yo, sola y mi alma, rodeada de árboles de otro continente y… libre una vez más”.
Mina enseña a otras negras, a otros negros a leer; uno de ellos, cuando se aproxima la guerra entre ingleses y norteamericanos (en esos tiempos eran colonia de Inglaterra), viejo, dice (p. 300): “Le he dicho a mi corazón que ya terminó su trabajo. ‘Se acabó el tiempo, querido, ya no hay chamba. Estás desempleado. Así que tranquilízate, recuéstate y muérete’ ”.
Le proponen a Mina trabajar con los ingleses, que prometen llevarse a los negros a nuevas tierras. Sólo a los que les fueron fieles en la lucha contra los norteamericanos. Los investigan y Mina escribe lo que llaman El libro mayor de los negros, donde se anotan nombres, medias filiaciones y otros datos. Al final, a ella no se la llevan.
Aparece de nuevo Chekura y nuevamente la embaraza. Nace May y un matrimonio blanco se la roba. Chekura muere y le ofrecen a ella llevarla a Sierra Leona. Se va en un barco con otros que anhelan la libertad.
No es idílica la realidad y hay esclavismo en todas partes. Ella decide volver a su aldea, a Bayo, y contrata a un hombre que, cuando ya están cerca de la aldea, confiesa a otros que va a vender a Mina como esclava. De nuevo a huir (p. 447): “La última vez que me vendieron en Carolina del Sur, Salomón Lindo había considerado que valía sesenta libras. ¿Quién tenía la culpa de toda esta maldad y quién había iniciado todo esto?”.
El hombre que la lleva a su aldea, negro como ella, no tiene ningún prurito en venderla. ¿En cuánto? (p. 463): “No importa. Ya veremos. Cinco rollos de tela, tal vez. Es una vieja, pero habla muchas lenguas. Los tubabs de Bance dicen que trae bebés al mundo con gran facilidad. Tenemos que venderla mientras esté sana. Muy pronto hará calor y se va a enfermar. Y no habrá quien la quiera comprar”.
Llega a Londres con los abolucionistas, luchadores contra el comercio de esclavos, que la protegen, hacen pública su historia y le piden que la escriba. Amínata incluso es recibida por la reina y, por tanta publicidad, aparece su hija May, que también ha escapado de sus captores blancos. Un respiro entre tanta desgracia.
May aprendió a leer y a escribir (p. 493): “Yo sabía lo mucho que amabas las palabras, mamá, y quería amarlas también”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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