Lo genuino en las mujeres

Casa de citas/ 723

Lo genuino en las mujeres

Héctor Cortés Mandujano

 

Si ríes, el mundo reirá contigo;

pero si lloras, llorarás sola

Margaret Atwood,

en Por último, el corazón

 

Leo, electrónicamente, uno más de los muchos libros que he leído de mi admirada Margaret Atwood: Por último, el corazón (2015), con traducción de Laura Fernández Nogales.

Instalado en un futuro utópico (en la línea de El cuento de la criada, también de Atwood), narra la historia de Charmaine y Stan, quienes han perdido casi todo (ella es mesera y él nada consigue) y viven-sobreviven en un auto, y tienen que cuidarse de los extraños, de los merodeadores (“Lo mejor que se puede hacer con los locos –en realidad, lo único que se puede hacer– es alejarte de ellos”), hasta que les llega la propuesta de habitar en la ciudad de Consiliencia, de donde se comprometen a no salir, y a recluirse, alternativamente, en la Penitenciaría Positrón. Ed y los dirigentes del proyecto les proveerán de todo. Aceptan. Un mundo feliz, en apariencia, hasta que la grieta aparece y se va ensanchando.

. En la calle no había oportunidades laborales, ni se vislumbraban cambios en el futuro. Piensa Stan: “Antes, el mundo empresarial ofrecía muchos trabajos de lameculos, pero ahora esos culos ya no están a su alcance”; piensa Charmaine: “Antes, el sexo en las películas era mucho más sexi, cuando no se podía mostrar sexo explícito. Era lánguido y dulce, con suspiros, rendición y ojos entornados. No iba sólo de cuerpos atléticos”.

Después de vivir en la miseria descubren lo maravilloso que es tener ropa, toallas, comida, bebida, una casa. El asunto es que la ocupan un mes y, mientras ellos están en la penitenciaría, otra pareja vive en su hogar. Es, pues, una casa para cuatro. Como todo está programado no coinciden, hasta que sí: Charmaine conoce al guapísimo Max (esposo de Jocelyn, la otra pareja) y con él el deseo. No sabe que él es parte de un plan que redirigirá, de nuevo, sus vidas.

Ilustración: Leonora Ventura

El trabajo que Charmaine tiene en la cárcel es inyectar una sustancia letal, que al principio da placer, a quienes desobedecen las reglas. No los conoce, no sabe qué hicieron. Los trata con amabilidad, incluso con cariño antes de inyectarlos: “Charmaine cronometra el procedimiento: cinco minutos de éxtasis. Es más de lo que mucha gente experimenta en toda su vida. Luego se queda inconsciente. Ya no respira. Por último, el corazón falla”.

Joselyn, la esposa de Max (que en realidad se llama Phil), busca a Stan y le muestra los videos donde la pudorosa Charmaine se comporta como una insaciable amante, como una esclava sexual que hace todo lo que Max le pide. Son videos de seguridad. Joselyn es la jefa y le obliga a ser su amante y a repetir con ella lo que su esposo hace con Charmaine. Si la denunciara, la matarían. Jocelyn es la vigilante, pero también debe estar vigilada, piensa Stan: “Debe tener vigilado hasta el último pelo del coño”. Ella se sabe fea y Charmaine es muy guapa, así que para que Stan la tome “tiene que animarlo a pensar con la polla, un apéndice visiblemente exento de tejido cerebral”.

Con lo que Jocelyn le explica cae el velo de maravilla: La ciudad y la cárcel, el proyecto, comenzó con buenas intenciones, pero ahora se dedica a vender órganos y, pronto, sangre de bebés.

Charmaine también sufre cuando se entera de que su amante (que ni siquiera se llama como decía) en realidad sólo la enamoró como parte de un plan, donde tirársela no era tan importante: “Se limpia la comisura del ojo y esconde la mancha del rímel negro en la servilleta. A los hombres no les gusta pensar en el maquillaje, quieren creer que todo lo que ven en una mujer es genuino. A menos, claro está, que quieran pensar que sólo eres una raja y que todo lo demás es falso”.

El plan de Jocelyn es sacar a Stan de Consiliencia, disfrazado de muñeco Elvis (también hacen muñecas y muñecos sexuales). Lo ponen en una caja y va, siente, en la panza de un avión. Oye un ladrido: “Algún animalito triste, esclavo y juguete de alguna concubina enjoyada, que sin duda será a su vez el animalito triste de un delicado plutócrata sádico”.

A Stan le parece raro que lo disfracen de Elvis Presley. Extrañamente termina pareciéndose al cantante: “¿Eso es todo lo que somos?, piensa. ¿Un vestuario inconfundible, un peinado, algunos rasgos exagerados, un gesto?”.

Una de los cierres del libro tiene que ver con la esclavitud de algunos personajes hecha a partir de lo que podríamos llamar, ahora, inteligencia artificial; en El parásito, colección de cuentos de Arthur Conan Doyle (publicados originalmente en 1894), en el relato que da título al volumen se logra lo mismo con el hipnotismo o como se llama allí, con el nombre antiguo: el mesmerismo. La vieja y la nueva idea de hacer que los demás nos obedezcan ciegamente.

Por último, el corazón, de Margaret Atwood, es una novela que se lee, que se bebe; son páginas escritas por una escritora pletórica de recursos, de inteligencia, de conocimiento, de saberes artísticos.

 

***

 

Yo te bendigo, vida. Amado Nervo: crónica de vida y obra (Gobierno de Nayarit el al, 2002), de Carlos Monsiváis, libro elegantísimo y caro, repasa la vida y obra de este hombre cuyos versos incluso (p. 7) “reaparecen siempre en donde no se lee”.

Trascribe Monsiváis apuntes biográficos de Nervo (p. 9): “Como los pueblos felices y las mujeres honradas, yo no tengo historia: Nací en Tepic (hoy capital del territorio del mismo nombre) el 27 de agosto de 1870. […] Mi nombre de bautizo fue José Amado Nervo Ordaz, pero desde pequeño mi madre sólo me decía ‘Amado’, así que crecí siendo el Amado de mi dulce madre”.

Nervo no quiso dejar de ser pueblerino y en Mazatlán (p. 22) “con tal de amistar con sus nuevos vecinos y probables lectores, y porque no le queda otra, Nervo elige el exceso (la cursilería)”.

Emigra a la Ciudad de México (p. 33): “Yo he vivido poco porque he soñado mucho”. Era religioso y educado (p. 45): “Mi vida es mi argumento mejor./ Todo yo soy un acto de FE./ Todo yo soy un fuego de AMOR”.

No aceptó canonjías políticas, fue fiel a su credo, aunque conoció los pecados de la carne (“La carne es triste, ay, y yo he leído todos los libros”) y también vivió el amor a plenitud. Sus versos siguen vivos. Murió el 24 de mayo de 1919 (p. 116): “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz./ ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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