Chiapas: ¿hacia la configuración de comunalidad?
Parafraseando a Hannah Arendt, observemos al mundo con los ojos despejados del pensar. Explicar para estimular la transformación de un mundo, como el de hoy, sumergido en la violencia inherente a la lógica de la economía política del capitalismo y su criatura, el colonialismo. El pensamiento implica un discurso y éste, a su vez, una práctica, una acción. La Historia es lo que hacemos nos decía el antropólogo Lawrence Krader en aquellas inolvidables sesiones del Seminario de Verano, en el CIS-INAH, en Tlalpan, en 1977. Y justo ese hacer de la Historia es lo que crea los símbolos y sus significados. Es ese hacer cotidiano de la Historia lo que posibilita elaborar el contexto del ámbito público, es decir, dotar de sentido a la acción. En ese contexto dicho antes, el concepto de chiapanequidad pretende contribuir a la elaboración de un ámbito público expresado en el sentido de comunalidad. En Chiapas, además, esa pensada comunalidad está vinculada a la diversidad cultural cuya expresión plena está boicoteada por la desigualdad social. Desde los ámbitos del poder habría que pensar en “cómo dejar de ser poder” para contribuir a la configuración de una chiapanequidad que apunte hacia la equidad social y cultural, hacia una interculturalidad simétrica, no jerárquica, sino horizontal. Así, entonces, la nombrada “acción política” que emana del poder estaría en la posibilidad de acceder al humanismo pregonado, entendido este como una vía para lograr la expresión plena de la riqueza cultural de Chiapas como una Comunidad Diversa de Cultura en búsqueda de la equidad social, inexistente en el tiempo de hoy. En una palabra: la diversidad cultural de Chiapas existe en el contexto de una sociedad desigual, de interacciones interculturales asimétricas, que profundizan la inequidad social y son la causa profunda de un devenir empañado por la injusticia. En un entorno así, la chiapanequidad es un componente del humanismo, entendido este como una convicción que invoca la congruencia entre el discurso y la praxis (Adolfo Sánchez Vázquez, dixit). Trascender la inequidad social y cultural es una vocación del humanismo sin adjetivos. Y eso es lo que representa el sentido de la chiapanequidad si es que el concepto llegara a captar la dinámica para instalar una vía hacia la equidad. La palabra dicha en un discurso debe dotar de sentido a la acción. La Utopia de establecer un mundo mejor exige el destierro de la violencia, como se ilustra hoy en contextos internacionales y como la que padece Chiapas. Al tiempo, no es posible la indiferencia ante el inmisericorde genocidio que avanza en el Medio Oriente contra el Pueblo Palestino y con él, contra la Humanidad como un todo. En las palabras de los burócratas dirigentes del Estado Israelí (el Pueblo es otro) se percibe esa “banalidad del mal” que dice Annah Arendt. Desde esta parte del mundo que es Chiapas-y ello es muy importante-no se trata de reducir a la diversidad/pluralidad cultural a un dogma, sino a la posibilidad de construir convivencia humana, lo que ante nuestros ojos se destruye implacablemente en Gaza. Digámoslo así: la chiapanequidad no es una “última verdad” sino una posibilidad para dar lugar a la interacción equitativa de la diversidad cultural y un derrotero para superar la desigualdad social.
Nota: Anna Harendt fue una pensadora política de origen judío que describió las prácticas del nazi-fascismo proponiendo el concepto de “la banalidad del mal”, sobre todo, en relación al juicio que se siguió en Jerusalén al nazi Adolf Eichmann. Ver su libro Eichmann en Jerusalén (1963). Adolfo Sánchez Vázquez, republicano español, exiliado en México, fue un importante filósofo de filiación marxista, que desarrolló una notable actividad intelectual en el país. Ver uno de sus libros: Filosofía de la Praxis, (1967).
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 21 de diciembre, 2024
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