Aroma a Navidad

La alarma del reloj sonó a las 7 de la mañana, Roberta la apagó, recordó que era domingo y siguió durmiendo. Un sobresalto en su sueño la hizo despertar. Revisó la hora, las 8:15 de la mañana. Mientras se estiraba para terminar de despabilarse se acordó que, aunque era domingo, tenía que ir a comprar el mandado para la cena de Navidad.

Antes de preparar su café se dio un baño rápido, luego fue a despertar a Mateo, su hijo de 7 años, para que la acompañara. A Mateo le gustaba ir al mercado, solía hacer una serie de preguntas de todo lo que llamaba su atención. Ese día, Roberta había invitado a Cielo, su vecina de 13 años y amiga de Mateo, para que fueran a las compras. No recordaba a qué hora habían quedado de verse. No tardó en saberlo porque justo antes de las 9 el timbre ya estaba sonando, era Cielo, tan puntual. Roberta la invitó a tomar café con pan y luego ella y sus dos acompañantes salieron por el mandado.

Mateo y Cielo habían leído previamente la lista del mandado, así que se iban alternando para recordar a Roberta lo que tenía que comprarse. Para la cena de Navidad Roberta se había propuesto preparar Bacalao tradicional, era la primera vez que lo cocinaría, así que le hacía mucha ilusión. Aunque el presupuesto para el platillo era un tanto oneroso, sabía que la ocasión lo ameritaba. Doña Vicky, mamá de Cielo haría una sopa de pan que le quedaba muy rica, además de temperante y hojuelas. Doña Refugio, mamá de Roberta prepararía el ponche con la ayuda de don Ricardo, papá de Roberta, quien también se había apuntado para cocinar el bacalao.

Mateo iba poniendo en práctica las matemáticas al ir haciendo las cuentas de lo que se gastaba y los cambios que le daban a su mamá. Cielo también quería aportar a la celebración y dijo que con sus ahorros compraría una piñata pequeña. Mateo no quiso quedarse atrás y cooperó para comprar cacahuates y unas mandarinas, Roberta pondría dulces y confeti.

—Pero qué bonito se siente venir acompañada por el mandado, además que me ayudan a cargar con tantas bolsas —señaló sonriente Roberta, al tiempo que escuchaba cómo Mateo leía en voz alta los letreros.

—¡Obleas, hojaldras! ¡Lleve sus obleas! —se escuchó decir a un vendedor ambulante, que portaba un gorro con  motivos navideños y que se movía de un lado a otro en una esquina.

Roberta observó el panorama, la algarabía de la gente por las compras, los puestos diversos por doquier, el ir y venir de las personas, el tráfico algo paciente, los policías en modo resguardo de seguridad, personas en el comercio ambulante, jóvenes y adultas mayores, algunas con rostros sonrientes, otras con mirada triste, muchas niñas y niños con rostros de asombro por ver juguetes, lucecitas con música decembrina, las decoraciones diversas en calles y comercios, los colores rojo, verde, plata y dorado al máximo.

—¡Mamá ya tenemos todas las cosas de la lista! Solo nos falta ir por la piñata y los dulces —señaló Mateo, con alegría, trayendo de nuevo a Roberta al  presente.

—¡Muy bien! Se aceptan propuestas para ir a ver las piñatas —dijo Roberta.

—¡Ya tengo una buena opción, buenas, bonitas y económicas! ¡Vamos con doña Pili! —propuso Cielo.

Roberta observó los rostros de Mateo y Cielo, sus ojos tenían un brillo hermoso, agradeció desde su corazón tener con quienes compartir la Navidad, estar con los seres amados era para ella el verdadero aroma a Navidad.

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