Río de avenida
Casa de citas/ 715
Río de avenida
Héctor Cortés Mandujano
Dicen que tal vez Francisco López de Gómara nació en 1511 y vivió en Italia. En Argel, después (p. 7), “debió conocer a Hernán Cortés, entrando a su servicio al regreso a España, como capellán. En el transcurso de esa relación debió concebirse la Historia de la conquista de México” (Dastin, 2003), que ahora leo en la edición de José Luis de Rojas, a quien pertenece el entrecomillado que antes hice.
Dice De Rojas (p. 27): “Es obvio que Gómara toma a Cortés como protagonista y guion de la obra”. Eso no descalifica al libro, dice. Quién sabe, porque, si tuvo otras fuentes, no las cita. La conquista de México apareció cuando Hernán ya había muerto. Gómara se la dedica a Martín Cortés, “Marqués del Valle”, su hijo.
Hernán Cortés, dice Gómara, tenía (p. 42) “diecinueve años cuando, el año 1504 de nacer Cristo, pasó a las Indias, y de tan poca edad se atrevió a ir por sí mismo tan lejos”. En 1519 Cortés (p. 59) “comenzó a atravesar el golfo que hay de Cuba a Yucatán”.
En su travesía cazaron a un tiburón y (pp. 69-70) “le hallaron dentro más de quinientas raciones de tocino. […] También se halló dentro de su buche un lato de estaño […] y tres zapatos desechados, además de un queso. […] comieron del tocino que sacaron al tiburón del cuerpo”. Dice Gómara que el tiburón “es pescado que acomete a una vaca y a un caballo cuando pace o bebe a orillas de los ríos”.
Llegan a (p. 85) “Potonchan, que quiere decir lugar que huele mal. […] El señor se llamaba Tabasco, y por eso le pusieron de nombre los primeros españoles al río, río de Tabasco”. Sigue divagando sobre los tiburones, a los que vuelve no sólo de río, sino también de tierra (p. 86): “tiburones y lobos marinos que salen a tierra a dormir y roncan muy fuerte”.
Gómara da números de españoles y de indios como si fueran de fantasía. A veces son cientos, luego son miles. Cuenta, por ejemplo, que a Cortés le tienden (p. 132) “una celada de más de ochenta mil hombres”. ¡Ochenta mil! Y claro, Cortés ni se despeina mientras los mata, los aprisiona, los hace huir. Su resumen de la emboscada (p. 133): “muchos indios muertos y heridos, y de los españoles algunos fueron heridos, pero ninguno muerto”.
Matar indios es la mar de fácil para los españoles, que ya (p. 136) “tenían los brazos cansados de matar indios”; Cortés “quemó más de diez pueblos, y saqueó uno de tres mil casas, en la cual había poca gente de pelea, porque estaban en la junta”.
En otra batalla, los españoles (p. 159) “pelearon cinco horas, porque, como los del pueblo estaba armados y las calles con barreras, tuvieron defensa. Quemaron todas las casas y torres que hacían resistencia. Echaron fuera toda la vecindad; quedaron teñidos en sangre. No pisaban más que cuerpos muertos”.
Dedica Gómara muchas páginas al palacio, la vida, los tesoros, la vida de Moctezuma. Dice que en su palacio dormían pocos hombres; en cambio (p. 129) “habría mil mujeres, y algunos afirman que tres mil entre señoras, criadas y esclavas. De las señoras, hijas de señores, que eran muchísimas, tomaba para sí Moctezuma las que bien le parecía; las otras las daba por mujeres a sus criados y a otros caballeros y señores. Y así, dicen que hubo una vez que tuvo ciento cincuenta preñadas a un tiempo”.
En otras casa tenía Moctezuma, según Gómara (p. 181): “enanos, concorvados, quebrados, contrahechos y monstruos en gran cantidad, que los tenía por pasatiempo, y hasta dicen que de niños los quebraban y engibaban como por una grandeza de rey”; en salas tenía “leones, en otras tigres, en otras onzas, en otras lobos; en fin, no había animal de cuatro patas que no estuviese allí” y también tenía “culebras como un muslo, víboras, cocodrilos, […] serpientes de tierra y agua, tan fieras como ponzoñosas, y que espantan con su sola vista y mala catadura”. Y además (p. 184) “cada día, seiscientos señores y caballeros tenían que hacer guardia a Moctezuma”, que tenían a su vez ayudantes “ y así, eran tres mil hombres”.
Llega al meollo de su relato (p. 187): “Era México, cuando Cortés entró, un pueblo de sesenta mil casas. […] Está fundado sobre agua, ni más ni menos que Venecia. Todo el cuerpo de la ciudad está en agua”.
Los dioses de México, sigue (p. 197), “eran dos mil, según dicen. Pero los principales se llaman Huitzilopochtli y Tezcatlipoca” (no los escribe así, por supuesto), “ambos eran hermanos, Tezcatlipoca, dios de la providencia, y Huitzilopochtli, de la guerra”.
Cortés es, según Gómara, el más inteligente estratega que haya habido en el mundo antiguo y moderno (p. 202): “Nunca griego ni romano ni de otra nación, desde que hay reyes, hizo cosa igual que Hernán Cortés en prender a Moctezuma, rey poderosísimo, en su propia casa, en lugar fortísimo, entre infinidad de gente, no teniendo más que cuatrocientos cincuenta compañeros”.
Cuando Moctezuma quedó libre, pidió a Cortés que se fuera, en lugar de matarlo, como le aconsejaban. Cortés se va y viene de regreso a la conquista (p. 263): “Ya Cortés tenía entonces ciento veinte mil combatientes, y más gente, que con la fama y victoria concurrían a su ejército desde muchas ciudades y provincias”. Cortés dice a su ejército (p. 268): “La causa principal por la que venimos a estos lugares es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque juntamente con ella nos viene honra y provecho, que pocas veces caben en un saco”.
Por donde pasan saquean, queman, matan sin ton ni son. Su ejército llega a doscientos mil y era obediente a sus órdenes por (p. 303) “la destreza y gracia de Cortés en tratar y regirlo tanto tiempo sin Morín ni riña”. Dice que Cortés hizo una gran matanza (p. 313): “puesto que la mayoría eran mujeres y muchachos, y los hombres iban casi desarmados. Murieron allí ochocientos”. En otra población dice que mataron y sacrificaron (p. 317) “a más de quince mil de ellos”.
Cortés llegó a México Tenochtitlán (p. 318), “el martes 13 de agosto, día de San Hipólito, año de 1521. […] Murieron de su parte hasta cincuenta españoles y seis caballos, y no muchos indios (de los suyos). Murieron de los enemigos cien mil, y según otros muchísimos más”.
Reconstruyeron partes de la ciudad y Cortés (p. 347) “mandó que el barrio de los españoles estuviera apartado del barrio de los indios”. A Gómara le parece que a los mexicanos les fue (p. 489) “bien con ser conquistados, y mejor con ser cristianos”.
Hernán Cortés Murió en Sevilla, a la que fue porque una de sus hijas se iba a casar (p. 498): “Iba malo de flujo de vientre e indigestión, que le duraron mucho tiempo. Empeoró allí, y murió en Castilleja de la Cuesta, el 3 de diciembre del año 1547, siendo de sesenta y tres años”.
Dice casi al final Gómara que Cortés gastaba mucho (p. 499) “en guerras, en mujeres, por amigos y en antojos, mostrando escasez en algunas cosas, por lo que le llamaban río de avenida”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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