Los letreros en lo cotidiano

Marcela revisó su reloj, eran las 8:35 de la mañana, había quedado de pasar a traer a Lourdes y a Juan, sus colegas en la tienda de productos de plástico donde trabajaban. Vivían cerca de la casa de ella. Los sábados tenían como hora de entrada las 10. Estaba en tiempo para desayunar.

Se recogió el cabello en una coleta y se fue directo a la cocina. Se preparó un licuado de leche con tazcalate y le apeteció degustar una torta. Revisó ingredientes, tenía bolillos, pollo con verduras y unas rodajas de chile en escabeche. En unos minutos tenía la torta preparada y la desayunó rápidamente.

Al salir de casa tomó el camino más corto para pasar por Juan y Lourdes. Vio nuevamente la hora, 9:15. Apresuró el paso, agradeció que el día estaba nublado, eso le ayudaba a caminar sin fatigarse tanto. En el trayecto puso especial atención en los distintos letreros que había en los comercios, en puestos de comida ambulante y afuera de algunas tiendas.

El primer letrero que llamó su atención fue el de una cocina económica: Se solicita empleada responsable. Se quedó pensando si era necesario especificar tanto. Más adelante pasó un adolescente con un triciclo, el letrero que llevaba era: Se vende tepache. En unos locales de la siguiente cuadra estaba un escritorio público: Se hacen trabajos urgentes. Frente a la acera del escritorio público había un local de arreglo de zapatos, tenía en la parte de afuera un par de dibujos de zapatos con su respectivo letrero: Así llega, así sale. Antes de que pudiera distraer su atención, la captó el letrero colgado en la entrada de una tienda de productos lácteos regionales: Del campo a tu mesa.

¡Wow¡ No me había percatado de lo importante que son los letreros en lo cotidiano —dijo para sí Marcela.

En su mente comenzó a recordar cuando inició leyendo en la primaria, le gustaba ir intentando leer en voz alta los letreros que estaban en las calles. Cuando salía con su mamá o su papá, además de preguntarles cuando no le entendía a algo, iba deletreando las palabras que entendía. Era como una especie de descubrir un mundo nuevo, eso le motivaba. ¿En qué momento había olvidado el sentido de asombro ante las palabras escritas que hay alrededor? Ella se dio la respuesta, al crecer y dejarse envolver en el ajetreo cotidiano de la gente adulta. Se sintió muy afortunada y agradecida de poder leer y escribir, aunque solo había podido terminar el bachillerato, le gustaría continuar estudiando. Sonrió de solo imaginarlo.

Por tercera vez en la mañana verificó el reloj, eran las 9:35 y estaba a unos cuantos pasos de llegar a casa de Lourdes y Juan. Mientras tocaba el timbre de la casa nuevamente se sintió atrapada por un letrero en una tiendita de abarrotes: Se vende mole, en bote o en bolsita, solo sábados y domingos. Su mente ya estaba asociando el mole con unas ricas enchiladas cuando el saludo de Lourdes la tomó por sorpresa.

—¡Hola Marce! ¡Tan puntual como siempre!

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