Las negras almas de los seres humanos

Casa de citas/ 717

 

Las negras almas de los seres humanos

Héctor Cortés Mandujano

 

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La novela histórica es un estuario donde se juntan, como si vinieran del mismo lugar, las aguas académicas y ordenadas de la Historia, y las aguas salvajes del mar de la ficción. No tiene la precisión del reportaje ni la total libertad de la invención. El porcentaje de realidad y de fantasía lo decide la autora, el autor.

Los disfraces de la muerte (Fondo de Cultura Económica, 2024), de Mikel Ruiz, con epílogo de Elisa Ramírez Castañeda, toma como tema literario la llamada (p. 200) “Guerra del Pajarito, entre junio y octubre de 1911”, que se enlaza con varios acontecimientos históricos de Chiapas y que son importantes en esta narración: el sistema de enganche de indígenas para trabajar en fincas cafetaleras de la Costa, que (p. 204) “operaba al menos desde 1890”; y hacia el final de la novela, con el levantamiento indígena de 1867 y el inicio del mapachismo. Al Pajarito lo matan en pleno carrancismo, cuando Jesús Castro ha tomado Chiapas como suyo.

Antes de Mikel, que me parece es el primer tsotsil que lo hace, han escrito sobre levantamientos indígenas, de 1712, 1867 y 1911, varios autores mestizos: Flavio A. Paniagua, Rosario Castellanos, Alfredo Palacios Espinoza, Jesús Morales Bermúdez, Juan Pedro Viqueira y, entre otros, Efraín Bartolomé (en su poema “Audiencia de Los Confines”). El zapatismo de 1994 tiene también, ya, varios volúmenes.

 

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La novela está dividida en cuatro capítulos: “Los espíritus esperan su día I y II”, y “Los disfraces de la muerte I y II”, y cada uno propone tramos de la vida y la muerte de Jacinto Ik’alnabil, y de muchas y muchos más, porque la novela tiene una altísima violencia gráfica de torturas y asesinatos, una intensidad abrumadora y un ambiente que a veces se torna irrespirable. No es una lectura de entretenimiento.

Jacinto, su hijo Pedro y tres acompañantes más llegan a San Cristóbal a comprar carne, y son apresados, torturados, y, en el caso de Jacinto, condenado a muerte. Pareciera que la novela hablará del dominio caxlán y las injusticias que cometen sobre los indígenas, pero la historia que nos contará Mikel no está escrita, afortunadamente, en blanco y negro, como curiosamente están planteadas, en términos generales, las novelas de escritores mestizos.

A Jacinto, preso, le dan innumerables culatazos: en las rodillas, en las piernas, en el estómago, en las costillas, en la sien; golpes, puntapiés, pisotones… y luego lo vuelven a golpear. Su resistencia es asombrosa (p. 43): “Jacinto ya no era un hombre, sino un cadáver que aún respiraba”.

¿Cuál es su delito? Que fue un chamula levantado primero por Porfirio Díaz y luego en la leva para atacar Tuxtla. No lo hizo por sí mismo, sino obligado, engañado. Lo acusan ahora, pese a que la guerra terminó, de querer levantarse nuevamente.

 

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En el segundo capítulo oímos lo que Jacinto cuenta a su hijo Pedro, también preso, sobre la guerra de San Cristóbal contra Tuxtla. Jacinto dice (p. 47): “Yo fui sargento primero del Ejército. Llegué a Chiapilla con una tropa de mil quinientos soldados”. Y cuenta cómo mataron, los indios y los caxlanes, a la población civil, sin importar su edad (p. 55): “ni yo, ni el subteniente Tovilla sabíamos cómo detener el saqueo y los brutales asesinatos”. Machetean a una anciana, cortan la cabeza a un abuelo y a sus nietos (p. 66): “Dentro de las casas se oían chillidos de horror, gemidos de los heridos, sollozos de los huérfanos y de las mujeres llenas de pánico”.

El enfrentamiento con el ejército ladino comienza a derrumbar el castillo de arena del triunfo indígena (p. 97): “Miré mis alas empapadas de sangre. Por eso ya no podía volar”. Aun así, Jacinto decide asumir el mando total (p. 86): “¡Ahora soy su nuevo líder y los dirigiré para acabar con el gobierno tuxtleco! ¡Si ganamos la batalla correremos a todos los ladinos de nuestros pueblos!”.

Jacinto no estuvo en la batalla final y es Antonio quien cuenta la derrota y cómo con los cadáveres hicieron los mestizos una pira. A los sobrevivientes los marcaron de por vida: Agustín Castillo Corzo les cortó las orejas, las ensartó en un alambre y (p. 105) “Luego se colgó algunas como collar”.

 

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En el primer capítulo cuenta la historia un narrador omnisciente; en el segundo capítulo, en primera persona, dos narradores personajes. En el capítulo tercero, de nuevo en la omnisciencia, aparece el otro gran personaje de Los disfraces de la muerte: Mariano Tentsun, enganchador y líder chamula, quien se niega a ir a la guerra contra los tuxtlecos. Por eso matan a su hijo Martín, por eso mueren sus nietos, por eso su familia se pulveriza.

Tentsun, el Chivo, esperará a que las aguas se calmen para buscar a sus enemigos, para matar a diestra y siniestra, para presentar pruebas falsas que inculpen a Jacinto, para gozar de su venganza (p. 148): “Convertiremos su nombre en ceniza con el fuego de nuestra rabia”…

Durísimo capítulo. No se sale incólume de su lectura.

 

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Jacinto se enfrenta a la muerte en el último capítulo. La destreza narrativa de Mikel Ruiz hace, aquí y en las páginas anteriores, que los datos históricos no estorben en la narración, sino aclaren y permiten que la novela avance.

Otra de las virtudes de Mikel es lograr que, aunque de algún modo se adivine el final de la historia, sea capaz de volver narrativamente interesante este trecho conclusivo. ¿Cómo? Recurriendo al mito que de algún modo está planteado desde el principio: no es fácil matar a Jacinto, a sus 50 años: no muere con las balas del fusilamiento ni con el primer tiro de gracia. Es un héroe contradictorio: “un asesino” y un amoroso padre de familia, “muy alto”, “un cura” que incluso, después de enterrado, se vuelve el pájaro de su apodo, un colibrí, para seguir a su hijo y luego alejarse (p. 197) “entre la oscura memoria de los árboles”.

Felicito a Mikel Ruiz por la inteligencia de no caer en las categorías básicas de la militancia por raza o por ideología. Su novela muestra lo lóbrego de los seres humanos, no importa que sean indios o caxlanes. Varias de sus páginas me golpearon con dureza, porque me parece que hay en él un narrador poderoso, con muchas habilidades y sapiencia, y muchos libros por hacer. Que así sea.

 

[Texto leído en la presentación de Los disfraces de la muerte, de Mikel Ruiz. Librería del Fondo de Cultura Económica. 15 de noviembre de 2024. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.]

 

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