El final de lo infinito

Casa de citas/ 716

El final de lo infinito

Héctor Cortés Mandujano

 

El peso de vivir en la tierra (Alfaguara, 2023), de David Toscana, ganó en el 2023, merecidamente, el Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa.

He leído varios libros de Toscana y cada uno me ha dejado con ganas de leer el siguiente. En El peso de vivir en la tierra, como en Evangelia (2016), David saca a pasear su buen sentido del humor. Si en aquel logró poner muchos dardos en la diana, utilizando como base los relatos bíblicos, aquí se mueve con soltura en los personajes, las novelas, los relatos de los gloriosos rusos para contar los hechos y deshechos de Nicolás, un hombre de Monterrey que enloquece, como Alonso Quijano, de tanto leer a Chéjov, Dostoyevski, Gogol, Tolstói, Bulgákov…

No hay aquí sanchos, pero sí una mujer, un amigo y otros que se van agregando a las necesidades de poner en escena lo que Nicolás sabe de los rusos (el entierro de Chéjov, la muerte de Tolstói) y de sus creaciones, que son citadas recurrentemente en esta divertida novela.

Nicolás se vuelve Nikolái, no faltaba más, y Monterrey es Rusia (o la ciudad rusa que se requiera); su mujer y los que lo rodean (Marfa Petrovna, Guerásim…) también cambian de nombre; incluso las calles, las ciudades, los objetos…

El título de la novela alude a los astronautas rusos hallados muertos en su nave, cuando regresaron a la tierra. Se inventaron hipótesis para explicar el misterio (p. 10): “La más plausible era que luego de pasar tanto tiempo sin gravedad, sus corazones se habían detenido al sentir de nuevo el peso de vivir en la tierra”.

Dice el narrador sobre Nikolái (p. 55): “Saltó de la cama con los primeros rayos del sol. Pensó en Turguéniev, en cómo se regodeaba con las albas y los ocasos. ‘Hacía una apacible mañana de verano. El sol, que iba bastante alto, refulgía en el limpio cielo, pero en los campos brillaba aún el rocío. Las recién despiertas colinas exhalaban una aromada frescura, y en el bosque, todavía húmedo y silencioso, revoloteaban alegremente los madrugadores pájaros.’ Nikolái prefería a Chéjov, que no se andaba con tanto aderezo y acaso llegaba a decir: ‘Amaneció’ ”.

Consiguen a un tísico para su representación rusa. Él piensa que van a curarlo y le dicen que sí (p. 84): “La gente sana se siente tan superior a un moribundo que acaba tratándolo como a un imbécil”.

[Para un libro sobre últimas palabras. Dice Toscana sobre Pushkin que (p. 133) “sus últimas palabras carecieron de poesía: ‘No puedo respirar. Algo me aplasta’ ”.]

Las dotes a las mujeres las volvían apetecibles en la Rusia que recrea Nikolái (p. 144): “Cuando la doncella no era de aspecto agraciado, alguno podía decir: ‘Si a esta chica se le diera una dote de doscientos mil rublitos, se convertiría en un bocado de lo más suculento’ ”.

Cita en extenso a Chéjov (p. 219): “¡Qué suerte la de Buda, Mahoma o Shakespeare, porque ellos no tuvieron familiares bondadosos ni médicos que les curaran de sus éxtasis e inspiración! Si Mahoma hubiera tomado bromuro de potasio para curar sus nervios, trabajado sólo dos horas al día y bebido leche, ese hombre notable habría dejado tan poca huella como su perro. Los doctores y los familiares bondadosos terminarán por conseguir que la humanidad se embote, la mediocridad pase por genialidad y la civilización perezca”.

Es voluminosa la novela Guerra y paz, de Tolstói. Se dice que para decir que se la ha leído se la debe leer por lo menos dos veces. Nikolái platica con un librero (p. 224): “El hombre sopesó el tomo de Guerra y paz. ‘Ahora la gente prefiere versiones resumidas de trescientas páginas’ ”.

Habla de Isaak Bábel quien (p. 281) “no comulgaba con las directrices colectivas de un partido” Por eso, pese a que trabajaba en ello, “trabajó y trabajó sin alcanzar algo que pudiese presentar a los editores. ‘Me he vuelto un maestro de un nuevo género literario’, dijo en el Primer Congreso de Escritores Socialistas, ‘el género del silencio’ ”.

Me gusta lo que dice Nikolái casi al final de esta novela (p. 322): “La vida es lo único infinito que tiene final”.

 

***

 

De noche nunca se mencionaba a la serpiente por su nombre,

porque lo oiría

Chinua Achebe

 

En uno de mis lectores electrónicos leo Todo se derrumba (1958), del escritor nigeriano Chinua Achebe. El título, como lo explicita el epígrafe, está tomado de un verso de Yeats, y es parte de la trilogía constituida por Me alegraría de otra muerte (1960), de la que ya hablé en una Casa de citas anterior, y Flecha de Dios (1964).

Okonkwo, hijo de un padre débil, decide volverse luchador, rico y marido de tres mujeres. Lo logra y se siente importante por eso. Pero tiene una rabia que no puede esconder. Le dispara a una de sus mujeres y ella, después, dice a otras: “Todavía no encuentro la lengua para contar la historia”.

La furia de Okonkwo sigue en ascenso y un día mata sin motivo a Ikemetuna, quien había vivido como su hijo durante tres años. El muchacho iba caminando delante y Okonkwo “sacó el machete y lo atravesó”.

Después mata a un joven de 16 años con un tiro de escopeta: “El crimen tenía dos sexos, el masculino y el femenino. Okonkwo había cometido el femenino, porque había sido sin querer. Al cabo de siete años podía regresar al clan”. Matar a alguien del clan, como era el joven, era un crimen contra la diosa Tierra.

Apenas deja su casa, su tierra, un grupo de hombres, sin odio, “incendiaron sus casas, demolieron sus muros rojos, mataron a sus animales y destruyeron su granero. Era la justicia de la diosa Tierra y ellos no eran más que sus mensajeros”.

Se va al clan de un familiar de su madre. Su tío Uchendo le dice: “No hay ninguna historia que no sea cierta. El mundo no tiene fin y lo que a unos les parece bueno a otros les parece una abominación”.

La novela entonces se enfoca a describir cómo la religión del hombre blanco invade aquellas tierras, sin que nadie pueda impedirlo. Cuando Okonkwo, luego de siete años, regresa, la religión también controla a su clan. Él la enfrenta y termina encarcelado, rapado; tiene que pagar una multa para salir. Corta la cabeza a uno de los ujieres de los blancos, en su furioso intento porque las cosas vuelvan a ser como antes, luego se suicida. Todo se derrumba, efectivamente.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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