Conectar, aquí y ahora
El día comenzó más temprano que de costumbre para Tabita, tenía una agenda llena de actividades laborales. Madrugó para viajar. La faena no era nada sencilla, implicaba trasladarse vía terrestre muchas horas lejos de casa, pero le hacía mucha ilusión el poder compartir sus servicios como tallerista en temas como la escritura y la lectura.
Su viaje fue cansado pero interesante. Tabita gustaba de observar los paisajes que tenía el trayecto a los espacios a donde se trasladaba. Los paisajes que contempló desde el amanecer hasta el atardecer no solo deleitaron la vista de Tabita, sino que le animaron en la ruta del viaje.
Una vez llegado a su destino, la recepción de sus colegas fue muy grata. Tabita se sintió en un ambiente con armonía, acompañada, como estar en casa. Esa ocasión tuvo un doble reto, trabajar con personas mayores que tenían interés en desarrollar la escritura y, además, con un grupo multigrado en educación básica.
Ambas experiencias fueron de diversos aprendizajes, no solo entre quienes integraban cada grupo, sino también para Tabita. Al trabajar con las personas mayores identificó las habilidades y conocimientos que cada integrante tenía, y cómo en las dinámicas que ella presentó pudieron explorarlas al máximo para plasmarlas en la escritura de textos breves. Los resultados eran escritos muy emotivos.
En el grupo multigrado destacó el interés por la lectura en voz alta, el esfuerzo que hicieron sus integrantes fue algo muy valioso para Tabita. Implicó la escucha atenta, perder la pena a leer frente a otras personas, poner en práctica el respeto a cada integrante y, sobre todo, generar en el grupo el sentido de confianza e incentivarles la lectura. Uno de los momentos más emotivos fue cuando algunas estudiantes leyeron en voz alta un par de textos de autoría de Tabita.
Las experiencias con los grupos le hicieron volver la mirada a Tabita hacia su propio caminar. Agradeció la posibilidad de hacer su trabajo en colectivo. Aún faltaba cerrar con broche de oro.
Tabita fue invitada a participar en un temazcal. Había escuchado diversas experiencias, tenía ganas de vivenciarlo, aunque le faltaba dar el paso para ello. Sin pensarlo más, se decidió a participar en el temazcal. El espacio estaba conformado por una estructura a base de ramas entrelazadas en forma circular que eran cubiertas con gruesas cobijas. En ella ingresaron mujeres y varones, quienes se integraron alrededor del círculo del temazcal. Al interior del temazcal, depositaron a las abuelitas, piedras volcánicas que habían sido calentadas previamente. El ambiente comunitario se hizo presente, el ritual fue guiado por Nayelli, colega de Tabita. La respiración profunda, el estar en silencio e inclinar la cabeza hacia el suelo, para hacer contacto con el pasto en caso de sentirse sofocados, fueron las indicaciones que Nayelli comentó al principio.
Se entonaron cantos, se compartieron esencias sobre las abuelitas. Tabita se fue dejando guiar, volviendo su mirada al interior. El calor que generaban las abuelitas era una sabia manera de poder hacerlo. Al terminar el ritual del temazcal Tabita tuvo la oportunidad de compartir la palabra, agradeció desde el corazón el regalo de estar en esa práctica. En su interior agradeció que ese viaje le había permitido no solo hacer su trabajo sino de darse el espacio para conectar, aquí y ahora.
Uno a uno fue saliendo cada participante del temazcal, afuera el paisaje del atardecer les esperaba con bellos tonos entre naranjas y azulados.
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