COLABORACIONISTAS
Por segunda vez la oportunidad de que los vecinos norteamericanos pudieran tener a una mujer como presidenta, se desvaneció frente al otro candidato quien, ante su planificada mediatez, sólo le faltó exclamar como el general Macarthur: “regresaré”. Y regresó.
Ya en 2008, otra mujer “democráta” -por el partido político- había intentado avanzar desde las primarias frente a Barack Obama. No lo logró. Y entonces él se convirtió en el primer presidente no blanco en ese país… la mujer tendría que esperar. Llegó 2024 pero tampoco la vicepresidenta Harris pudo.
Ahora la pelota está nuevamente del lado del “republicano” -por el partido político-, y así, los estadounidenses tendrán que esperar a que en ese cargo una mujer sea presidenta. Dividida como está la oligarquía, “polarizada” la sociedad, el poder político ha regresado al seno de un stablischment socorrido por su decadencia imperial, pero con ganas de poner a prueba las armas del complejo militar industrial, de paso llevarse a todos en el túnel de la guerra. Las diferencias entre demócratas y republicanos es mínima, por no decir, invisibles.
Y mujeres son también las protagonistas políticas en México. No sólo por estar en el cargo más importante a una de ellas, sino porque en la arena política sus voces y actitudes han sido y son motivo de una actitud reservada a ellos. Pero lo dimes y diretes tienen historias y varios protagonistas. Era un tenso febrero de 2006. Quizá no una “polarización política” como ahora. En el Congreso se empezaba a discutir la reforma que privatizaría el petróleo mexicano. De pie, uno de sus impulsores, aplaudía. Era el panista Santiago Creel, quien, junto a los priístas, defendían a la perredista Ruth Zavaleta como presidenta de la Junta Directiva del Congreso, cargo en la actualidad ocupa un morenista. Ya desde ese año venían, pese a que eran como el agua y el aceite, PRI y PAN juntos, aliados, gemelos a la fuerza, como en ese año, para claro, impulsar con mayoría, la reforma energética…que lograron.
A Zavaleta la acusó de “colaboracionista”, la también perredista Aleida Alavez. Los que dieron la cara en defensa de aquella fueron precisamente priístas y panistas. “Creo que usted fue muy abierta, muy puntual, muy plural…”, diría el panista Humberto Andrade; “Los legisladores del PRI (…) le queremos expresar nuestro reconocimiento por su trabajo profesional, objetivo…”, diría el príista Samuel Aguilar (Milenio, 2 de febrero de 2008, p. 5). Eran tiempos en los que se gestaba -o gestaban- la división en el nido de la izquierda mexicana: entre una facción independiente cuya cabeza estaba el obradorismo, y la del orteguismo, donde Zavaleta era parte de ésta. Eran tiempos en que se oía la máxima: “divide y vencerás”…, a la izquierda claro. Al final los “colaboracionistas” ya sabemos quienes fueron. A la derecha ya le había pasado lo que a la selección nacional de futbol: dejar de usar sus colores. Se dice que las monedas arrojadas por la senadora Téllez a algunos y algunas políticas fueron las mismas que fueron aventadas hacia ella. Se necesitaría un costal de monedas para cubrir las ahora llamadas “traiciones”. Otros, también usan los reflectores, pero sin decirlo todo. Francisco Labastida, último perdedor presidencial del priísmo, quien no dijo en los medios ad hoc que en cinco años desapareció 330 empresa del Estado, cuando fue funcionario delamadridista. La “tradición política” de cambiar de camiseta sigue siendo parte de los tiempos, de una historia que suele repetirse. Sólo que las “traiciones” no es la moda.
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