Por mis manos escupe la poesía su espumarajo negro

Casa de citas/ 713

Por mis manos escupe la poesía su espumarajo negro

Héctor Cortés Mandujano

 

Uno

 

Efraín, Pillita y yo conversábamos en la Ciudad de México. En casa de ellos. Tal vez vino a cuento, tal vez no, pero ascendimos por la torre (me refiero a La Torre de la Diosa, o La Torre del Centauro, que de las dos maneras nombran a esa esbelta construcción) y llegamos hasta un mueble –el cofre de los tesoros, digamos– de donde Efraín comenzó a sacar un recorte, un escrito, una fotografía… hasta que llegó a una carpeta, que puso en mis manos.

La abrí y di con la maravilla de sus versos escritos a mano. No sólo eso. Había ilustrado, con sus dibujos, aquí y allá, cada página. Quedé asombrado.

—¿Lo vas a publicar?

—No hay ninguna propuesta por el momento. Lo hice para mí. Y para que lo viera muy poca gente. Tú eres uno de los elegidos…

 

Pasó mucho tiempo. Un día se me ocurrió que el cuaderno podía editarlo yo con pocos recursos y mucha amistad. Me ayudaron, en un inicio, Juan Ángel Esteban y Raúl Ortega. Lo platiqué también con Paco Méndez, hasta que apareció, un poco por azar, en el algoritmo que teje la realidad todos los días, Alejandro Figueroa, quien fue el conducto para que Eduardo Figueroa, su hermano, escaneara y limpiara el original.

La idea dejó de ser tan básica como fue, para mí, en un principio: no podría hacerse una publicación, como ésta, sin dinero. De nuevo apareció nuestro amigo Alejandro Figueroa, como ángel salvador, y nos consiguió el financiamiento de las fundaciones José Martí y Alejandría.

Resuelto eso, pedí a Juventino Sánchez que hiciera el trabajo editorial y, voilà,  al fin se logró lo que quise hacer desde que tuve este extraño y terriblemente bello cuaderno en las manos: compartirlo.

 

 

Dos

 

Cuadernos contra el ángel (1987) es el cuarto libro de Efraín; se aleja de los territorios selváticos de su libro inicial –Ojo de jaguar, 1982– y llega a la ciudad; tampoco hay ya, en éste, la evocación del pasado idílico de aquel libro anterior, la reafirmación de que alguna vez existió el Paraíso, sino exactamente lo contrario: un Virgilio impío ha llevado al poeta justo al centro del dolor, del sufrimiento, del infierno, y desde allí él nos muestra su corazón lleno de púas, sangrante, crepitando, aullando –y paradójicamente danzando, cantando– en la llama iracunda del rencor vivo.

Ilustración: Amanda Cruz Hernández

Cuadernos contra el ángel es, así, en una síntesis primaria, la bitácora de un hombre asaetado, torturado hasta lo indecible, que habla con imprecaciones el lenguaje violento de quien ya no cree en la bondad de los ángeles, devenidos pajarracos.

Ahora tiene

 

el desnudo, el pobre corazón como un puño aplastado

                        como un perro sin patria 

                        atropellado, roto, tajado, destazado por los dientes rojizos

                        de la calle

                        […]

                        Un carbón ardiente le quema la aorta

 

Este libro es un golpe a la cara del lector. Se lee como si alguien nos tuviera agarrado por los pelos y metido nuestro rostro en una poza de agua turbia para que extrañemos la dulce delicia que es respirar. Es una feroz patada al punto más débil de nuestra anatomía: limón y sal en la herida abierta. No se sale incólume de esta lectura, pero se aprende mucho. Como en los grandes libros, y éste lo es, la lectura se vuelve escritura. La encarnamos. Efraín es el poeta y hace que lo seamos sus lectores. Borges lo ha dicho siempre desde su ciega sabiduría: “El hombre que lee a William Shakespeare es William Shakespeare”.

Al modo en que los griegos inventaron la posibilidad de sentir la desgracia más dura con una historia ajena –Edipo, tú y yo matamos a nuestros padres–, Efraín nos hace sufrir con cada verso, porque nos hace deletrearlos, escribirlos de nuevo con nuestra propia sangre, es decir, leerlos, leernos, pues asciende por sus venas “el dolor líquido de todos, todo el amor de todos, todo el asco de todos, el cansancio de todos, la luz de todos”.

Escribir es vivir. Leer es vivir. Cuadernos contra el ángel es un palpitante organismo que aletea, canta, grita, aúlla, palpita dentro y fuera de nosotros. Está en el papel y los ojos lo meten a nuestra propia caverna humana. No hay otra forma de leerlo.

 

Tres

 

Es un ejercicio desacostumbrado ya escribir con nuestra mano, con nuestro pulso; dibujar las letras, que se formen en el cerebro y bajen por nuestra sangre hasta los dedos y de allí hacia el lápiz, la pluma, la tinta.

¿Quién escribe así, ahora?

Por eso era importante que este libro estuviera frente a ti, contigo, lector, lectora, para que te metas en él, para que lo vuelvas personal, lo guardes dentro.

Un hombre solo, en el centro del mundo, ha escrito y dibujado esto para ti en minutos, horas, días, que ahora te pertenecen, con un dolor que ahora es tuyo. Y ese hombre es un poeta, es decir, una veta de oro, un milagro de la naturaleza.

Este libro, pues, sembrado de asombros, es él, Efraín Bartolomé, y al mismo tiempo yo, tú, todas, todos…

Y “aquí se inicia un viaje en la palabra”.

 

[El texto es la presentación de Cuadernos contra el ángel, versión manuscrita, de Efraín Bartolomé, leído por el autor en la presentación en la FIL Unach el miércoles 16 de octubre de 2024, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.]

 

 

 

 

 

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