No tenemos miedo
Por Gustavo Bárcenas Rosas
León Tolstói defendía en su libro “El reino de Dios está en ustedes”, que el deber de todo cristiano era cumplir con el mandamiento primordial de no resistir al mal con la violencia. Un mandamiento no reconocido, desviado y tergiversado por la doctrina de las iglesias de su época. Ante esto, fundamentaba su crítica anarco-cristiana en la idea de que ningún acto violento proveniente de los aparatos del estado, de sus guerras, instituciones, conflictos o sus sistemas normativos podría provenir de los valores cristianos para aplicarse. Y mucho menos, que las iglesias podrían justificar o avalar la resistencia al mal con actos que conllevaran castigos o abusos violentos de ningún género o especie. Hacerlo era un pecado.
Para Tolstói era mejor abolir las estructuras estatales y religiosas que encubrían y justificaban los diversos tipos de violencia, ya que contradecían el mandato supremo: “No resistan al malvado. Antes bien, si alguien te golpea en la mejilla derecha ofrécele también la otra. (Mt. 5,39). Tolstói tenía la enorme esperanza de que la inclinación de la maldad se destruía a través del bien, porque la verdadera seguridad se encontraba en la bondad de las personas, en la incansable paciencia y en la misericordia que solo los más humildes heredarían. Se trataba de desterrar la antigua ley del “Ojo por ojo y diente por diente.”
En el caso del querido padre Marcelo, la no violencia atravesaba el proyecto de la construcción del Reino de Dios con la misma paciencia, misericordia y bondad que apostaba Tolstói, pero con un énfasis primordial en la exigencia de justicia para los más necesitados y expoliados. Porque una paz digna necesariamente conlleva exigir justicia ante los abusos y proporcionalidad ante las inequidades. Todo ello bajo la gracia de una Fe acompañada por el magisterio de la Iglesia.
J´tatic Marcelo decía en una oración: “Señor Jesús, Tú eres nuestra Paz. Mira nuestra patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad. Consuela el dolor de quienes sufren. Da acierto en las decisiones de quienes nos gobiernan, toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanas y hermanos y provocan sufrimiento y muerte. Dales el don de la conversión. Protege a las familias, a los niños y niñas, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades. Que, como discípulas tuyas y discípulos tuyos, ciudadanas y ciudadanos responsables, sepamos ser promotores de justicia y de paz para que en Ti nuestros pueblos tengan vida digna. Amén.”
El padre Marcelo tuvo claro que los lineamientos del Documento de Aparecida del Celam, junto con los llamados al cuidado de la Madre Tierra, y el fomento de los lazos universales de amor y fraternidad de las encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti, allanaban su trabajo pastoral en los caminos y comunidades de la vasta Provincia de Chiapas, actualizando con ello la interpretación del signo de los tiempos que vislumbró el Concilio Vaticano II. Por ello, era posible verlo en diversas luchas y acciones. Todas ellas encaminadas a promover la solidaridad, a brindar acompañamiento, promover y defender los derechos humanos y denunciar los abusos y violaciones cometidos por caciques, el crimen organizado y diversos políticos.
Así, lo encontrabas en movilizaciones del magisterio estatal; con las y los sobrevivientes de Acteal en los aniversarios luctuosos de la Masacre. Con los desplazados de Santa Martha y Chalchihuitán evidenciado con su presencia la precaria situación de niños, mujeres, heridos de bala y ancianos viviendo en el monte, ante la indolencia del gobierno. Lo podías ver al frente de las peregrinaciones para exigir el cierre de cantinas, la detención de quienes trafican personas y el alto a la venta de drogas cuando era párroco en Simojovel. También lo escuchabas en las reuniones de la Pastoral de la Madre Tierra; o coordinando una reunión del MODEVITE (Movimiento en Defensa de la Vida y el Territorio) en la Selva. Podías encontrarlo en la recepción de representantes de embajadas y organismos internacionales de derechos humanos; o en la actualización de sus medidas cautelares ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos otorgadas desde 2015 a través de las oficinas del FRAYBA. Era previsible verlo encabezar la magna peregrinación del mes de septiembre sobre la Avenida Central de Tuxtla, convocada por las tres diócesis para exigirle a los tres niveles de gobierno el alto a la violencia e inseguridad generadas por el narco, especialmente la violencia que se instaló a partir de la disputa territorial que lleva a cabo el narco en los municipios fronterizos.
Marcelo, como se sabe, participó en la mediación del conflicto en Pantelhó entre dos grupos armados, uno de ellos que se hizo pasar por autodefensa (El Machete), siendo señalado después como un grupo delincuencial. La Fiscalía del estado de Chiapas trató de vincular a Marcelo con este grupo, para inculparlo por la desaparición de 21 personas pertenecientes al grupo opositor de narcos llamado los Herrera. Y con todo, fue notable su labor pastoral.
Lo recuerdo con su traje de gala de San Andrés Larráinzar, traduciendo la misa que ofició el Papa Francisco durante su visita pastoral a San Cristóbal de Las Casas a su idioma materno el Batsi´kop. O llorando frente al Comité del premio J´tatic Samuel J´canan Lum y su presidente, el obispo emérito de Saltillo, don Raúl Vera, profundamente conmovido y afectado por recibir ese premio, en un año complicadísimo, lleno de amenazas de muerte en contra suya y de los integrantes del Consejo Parroquial de la Iglesia de San Antonio de Padua, en Simojovel. O simplemente cumpliendo con la vida litúrgica de su magisterio y participando de la vida eclesial en la Diócesis. En ocasiones lo escuchabas conduciendo su programa radiofónico “Desde la Fe, construyendo la Paz.” O simplemente brindando y llevando los sacramentos que los fieles esperan de su iglesia.
La paz con justicia y dignidad por la que luchó Marcelo le costó la vida. Durante las reuniones de acompañamiento al ZODEVITE, (Movimiento del Pueblo Creyente Zoque en Defensa de la Vida y el Territorio) advertía en las asambleas que la lucha por la defensa de la Casa Común, de la Madre Tierra en contra de las licitaciones de pozos petroleros ponía en riesgo a la gente. Que oponerse al despojo implicaba una valoración desde el seno de la misma familia para valorar los riesgos y consecuencias. Y que era imprescindible la valentía y la fe en hacer lo correcto, respondiendo al llamado que el propio Papa Francisco hacía a los fieles a través de la Laudato Si. Siempre tuvo claro que tarde que temprano las luchas en este país se criminalizan o se violentan, y él sufrió ambas cosas. Aun así, nos recordaba que las luchas se llevan de forma pacífica y alejadas de los partidos políticos.
Te recordaremos padre Marcelo, cantando tu canción que sonó como un himno en tantos rincones de Chiapas a los que llegaste en tu labor pastoral: “No tenemos miedo. No tenemos. No tendremos miedo, nunca más. Quiero que mi país, viva feliz, con amor y libertad.”
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