Los días de fiesta

Paisaje La Pera. Cortesía: RAC

Ernestina echó una vista al paisaje que tenía frente a su casa, la bella montaña que rodeaba a la colonia donde vivía. Justo estaba a punto de presenciar el ocaso, se dio cuenta que disfrutaba tanto ese momento. Era la espera de la magia, el poder ver al sol ocultarse. Cuando la magia sucedía solía contemplar las hermosas tonalidades que coloreaban el cielo, como en esa tarde.

Observó la llegada de la noche, ese día estaban en casa Pilita, la perrita que tenían como una integrante más de la familia y ella. Jesusa, su hija y Matías, su esposo habían salido a comprar unos antojitos para la cena.

Pilita estaba en la entrada de la casa, acostada en su tapete, últimamente se cansaba y dormía más. Ernestina la observó y regresó el tiempo cuando era una cachorra, habían pasado varios años desde su llegada. Fueron sumando a su mente la serie de experiencias que en familia tenían con Pilita. Además de ser una gran cuidadora en casa, era una excelente compañía, amorosa, le gustaba que la acariciaran y disfrutaba tomar el sol en los días calurosos.

El silbido del viento hizo volver la mirada de Ernestina hacia la ventana, percibió el aire frío. Se acercó despacio a Pilita para colocarle una cobija. Ni siquiera sintió su presencia, estaba enrrollada sobre el tapete. Dormía profundamente y dejaba escuchar un ligero ronquido.

El clima le hizo apetecer un atole a Ernestina. Fue a la cocina para ver qué ingredientes tenía. Decidió hacer atole de amaranto. Doró la cantidad de amaranto que tanteó para que la consistencia del atole fuera espesita. Posteriormente, lo licuó. Colocó en un recipiente leche, canela, azúcar y el amaranto en polvo. Mientras preparaba el atole siguió pensando en la importancia de Pilita en la familia, se sintió  muy afortunada  y agradecida de tenerla y de los distintos aprendizajes que les había llevado.

Respiró profundo al tiempo que disfrutaba el aroma de la canela que daba un toque especial al atole. Esa tarde era de fiesta, los motivos eran varios, el ocaso contemplado, la presencia de la noche, el viento, el atole de amaranto, la presencia de Pilita y sus ronquidos, los antojitos que venían en camino y cenarían en familia.

Ernestina pensó que finalmente los días de fiesta podían ser todos. Qué difícil era poder apreciarlo así, a simple vista. Sin embargo, al volver la mirada al tiempo pasado, la memoria y el corazón se conectaban, trayendo las imágenes de esas experiencias vividas, los instantes, las emociones distintas y a los distintos personajes que formaban parte de ellas.

Apagó el fuego. Dejó tapada la olla donde preparó el atole. Fue a poner la mesa para la cena y a buscar el recipiente para la cena de Pilita. A lo lejos se escuchó el sonido de un carro, Pilita  despertó de inmediato y se dirigió ladrando rumbo a la entrada de la casa, la cobija quedó a medio camino.

Ernestina observó la escena. Sonrió. Los días de fiesta podían ser todos, cada quien tenía la libertad de elegir si así lo vivía.

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