Hasta dónde hemos llegado
El cobarde asesinato del padre, de origen indígena, de San Andrés Larráinzar, Marcelo. No tiene calificativo. Era un hombre de la Diócesis de San Cristóbal comprometido con la justica, la paz y la libertad.
La iglesia de San Cristóbal ha forjado a sacerdotes comprometidos con los pobres, vulnerables, los perseguidos por la justicia. El contexto de su muerte es lo que ha caracterizado a la entidad: una larga travesía de lucha por la justicia, la dignidad y la paz, abiertamente o de manera clandestina, pero Chiapas es una historia en donde la gente pobre, campesina e indígena pone sus muertos y no pocos de ellos quienes les acompañan como es el caso del padre Marcelo.
El padre inició sus trabajos en el municipio de Simojovel lugar histórico de lucha agraria y que ya, desde el siglo pasado, el que fuera gobernador de Chiapas Patrocinio González Garrido, detuvo y encarceló el padre Joel Padrón, y en la lucha por su liberación, se constituyó el llamado Pueblo Creyente, espacio desde donde las rebeldías indígenas, nutren a organizaciones como el MODEVITE, quienes encabezan la resistencia contra los megaproyectos, y en defensa del asediado territorio indígena.
Hace ya varios años hemos escrito, denunciado que la guerra del narcotráfico es contra personas, y que son personas cuya acción es no humana, sean sicarios, y son los llamados carteles de drogas.
Todo lo que en su corta mirada como personas ven, atenta contra sus intereses de tipo monetarios, vendiendo drogas, traficando armas, cobrando derecho de piso. Su poder es por las armas que poseen, el dinero que obtienen robando, amenazando, y son objetivos de sus planes las mujeres, las y los jóvenes, y quienes se oponen a sus planes.
Es en ese contexto que la lucha del padre Marcelo ha sido en contra de cantinas, prostíbulos; luego en apoyo a la lucha de de la organización civil Las Abejas, en el contexto del asesinato de Simón Pedro, dirigente de la organización mencionada.
Puso en el ojo del Huracán, por así decirlo, cuando en Pantelhó se constituye la organización paramilitar “Los machetes”; su primera acción es tomar la cabecera de Pantelhó y poder echar del municipio al “maridaje” político de la familia Herrera, por su cacicazgo político en contubernio con el PRD y mantener un control de cédula aliada a algún cartel de drogas, El Machete a la toma de la cabecera, retiene a un número importante de asociados de los Herrera y estos son ahora desaparecidos, no son pocas las personas que hacen responsables a los Machetes, y de paso al padre Marcelo; sea lo que fuera, la Diócesis toma la decisión de llevarlo a la Parroquia del Barrio de Guadalupe en San Cristóbal, sabiendo de las amenazas de muerte desde que fue párroco de Simojovel. El padre Marcelo fue un personaje de compromiso, sin importar la condición de riesgo en la que se encontraba, caminó por la paz y por la justicia.
Hoy vemos que no sabemos cuál es el techo de la violencia, que para el poder establecido la violencia no está en su agenda. Discuten y pelean la reforma judicial, el gobernador es un experto en clima y recomendaciones, se da el tiempo para caminar por San Cristóbal, claro con el control de la imagen y de la realidad.
En la región de Ocosingo, indígenas amenazan a indígenas lo cual no sería raro, pero amenazar a una comunidad que ha recuperado tierras y que son bases del EZLN es otra cosa, como si la guerra deba tener un protocolo.
La guerra en Chiapas es por el territorio y la hacen los carteles entre sí, pero que nos lleva entre las “patas”, a la población si es que la frase jocosa puede explicarlo. No entienden ni el gobierno municipal, ni el federal que la guerra en Chiapas y en país requiere de una estrategia en donde participemos todos los sectores, en específico la sociedad.
El asesinato del Padre Marcelo es el asesinato de quienes pensamos que la paz es prioritaria y que es producto de la justicia, y de la participación de todas las personas. Para este nuevo gobierno de la presidenta Sheinbaum, la sangres de estas semana en Sinaloa, en Chiapas ya es mucha, y es mucha la gente desaparecida, asesinada.
México es un país en una crisis de muerte y desaparición como nunca la habíamos tenido, y de una clase política cuya agenda es el poder de servir (se), sin pensar en hacer un alto y convocar (nos) para construir un país en donde nunca más desaparezcan las personas y que las niñas y los niños, las mujeres lleguen a casa. El padre Marcelo no merecía ser muerto por las balas cobardes de sicarios. Hasta dónde hemos llegado.
Correo electrónico: ggonzalez@ecosur.mx
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