El crimen del padre Marcelo: del arrebato de la vida y la memoria de la palabra

Exequias del padre Marcelo Pérez. Foto: Ángeles Mariscal

Por María del Carmen García Aguilar[i]

El domingo 20 de octubre, desperté muy temprano y, como siempre lo hago, fui a mi pequeño estudio para tratar de pensar y escribir sobre la violencia que hoy domina al mundo. Me interrumpió la noticia del asesinato del padre Marcelo Pérez Pérez en San Cristóbal de Las Casas. Había sido párroco de Simojovel, pero fue trasladado a San Cristóbal de Las Casas por las amenazas de muerte que venía sufriendo. Canal Católico de Chiapas, La Jornada y las redes locales, registraron la terrible noticia, trayendo consigo los datos básicos: fue ordenado como párroco en 2000, y era un sacerdote indígena tsotsil de San Andrés Larráinzar. El expediente de su trayectoria, propio de los párrocos de la Diócesis de San Cristóbal, da cuenta de una lucha incansable desde la palabra y su apoyo a las movilizaciones sociales que luchan contra las violencias estructurales y contingentes que portan como objetivo último el poder en todas sus expresiones.

La información oficial, como todo caso similar, es escueta: “sujetos desconocidos en motocicleta dispararon en cuatro ocasiones, quitándole la vida”. El curso de las investigaciones seguirá “con apego al protocolo en contra de quien o quienes resulten responsables del delito de homicidio del padre Macelo “N” (La Jornada, 20 de octubre de 2024). Difícilmente, como siempre ocurre, se llegará a la detención y al castigo de los responsables de tal acto.

En el transcurso de ese día, el aluvión mediático del homicidio, pero también organizaciones defensoras de derechos humanos locales, nacionales e internacionales, expresaron su repudio inmediato al crimen, exigiendo el pronto castigo. Las respuestas de la población del territorio diocesano no se hicieron esperar, haciendo presencia y participando en los actos organizados por la Diócesis. Aunque la politización con múltiples banderas es inevitable, la centralidad discursiva giró en torno al valor de la paz garantizado por el respeto y la defensa de los derechos humanos, que es el nodo central principal del hacer social de la Diócesis de San Cristóbal.

¿Qué decir de este crimen? Un “acontecimiento” para la Diócesis, para sus feligreses y para quienes, desde la palabra del padre Marcelo, se orientaban en la búsqueda de la paz hoy perdida en prácticamente todas las comunidades de las regiones Altos, Norte y Fronteriza de Chiapas; un hecho que provoca tristeza y rabia”, porque el crimen del padre Marcelo, nos mata a todos, en tanto es la expresión fáctica de la violencia simbólica, encarnada en la palabra, en el lenguaje y sus formas que habilitan nuestros universos de sentido, para imponer un universo de sentido que entraña el dominio de un único poder.

El crimen del padre Marcelo es la expresión de una sociedad que ve y siente la desestructuración de los elementos fundantes que la hacen ser tal: una sociedad institucional democrática, instituida e instituyente, a la que se le atribuyen facultades de individuación social, de poder de coexistencia y de poder que garantiza el “fin común” (político/gobierno), y del poder de la regla/ley como forma para asegurar su observancia y resolver sus conflictos[ii].

En su particularidad, el concepto de crisis política, que es a la vez una crisis del derecho, desvela el proceso de desmantelamiento del constitucionalismo democrático de la modernidad, es decir, empequeñece la soberanía nacional al desplazar las fuentes del derecho hacia fuerzas privadas que desdibujan o anulan su función garantista. Su impacto de facto es la dilución de su fundamento de legitimidad: la igualdad de todos en las libertades fundamentales y en los derechos sociales. La ausencia de este valor se tradujo en la primacía de las fuentes de los poderes “privados” sobre la política, y la corrupción en extremo de un derecho que ya no es tal, pero paradójicamente sostiene la legalidad de reglas y leyes[iii].

En su particularidad, la violencia que hoy vive Chiapas ha sido provocada por “nuevos-viejos actores” que activan-toleran las prácticas del narcotráfico y de la violencia criminal derivada de actividades ilegales pero sostenidas por la ausencia o la complicidad de las instituciones locales y federales. El control derivado del monopolio del poder político, que mantuvo a la sociedad local en situación de violencia latente, se agudiza en extremo cuando la disputa por territorios y control de las comunidades estratégicas para el tránsito de “mercancías ilegales”, se hace a través del terror, no solo por la activación de la vía armada, sino también a través de la exigencia de obediencia, participación y confrontación interna de la población geográficamente situada.

No fue sorpresa que cuando estalló esta violencia, el acompañamiento de la Diócesis de San Cristóbal haya hecho suya no sólo la exigencia de su pronta detención, sino también el acompañamientos de la población afectada, desde la huida de las familias del lugar que les vio nacer, hasta el involucramiento de los procesos que entrañan la búsqueda de un sentido común de pertenencia y un mínimo de igualdad en los derechos humanos, es decir, los mínimos vitales de homogeneidad cultural, todos  ausentes en los nuevos espacios y mundos de vida.

Las narraciones de la experiencia del padre Marcelo vertidas en estos dos días, definen un hacer suyo de lo que siempre ignoramos: la orfandad, el dolor y el silencio ante el terror de verse sometidos a una violencia que, sumada, a la violencia estructural que históricamente portan, los coloca en una absoluta precariedad que los arroja, en palabras de Agamben, en la “nuda vida”[iv]. Y es la palabra, la que rehabilita la práctica desde valores y principios esperanzadores. Esa es la herencia que deja el padre Marcelo a su Diócesis y a sus feligreses.

Las imágenes y las palabras vertidas en los discursos diocesanos que vimos y oímos ayer y hoy, si bien no son únicas en la vida de la Diócesis de San Cristóbal, lo es el contexto y el acompañamiento de una multitud de instancias de la sociedad civil y de la población local. No sorprenderá decir que es la Diócesis forjada por el Obispo Samuel Ruiz, la única institución que tiene la calidad moral para hacer el llamado, que hiciera en los años ochenta del siglo pasado, ante la atroz violencia desatada contra una guerra de exterminio a un supuesto “comunismo”. Me refiero al primado político de la Paz y los derechos humanos, que el poder instituido ofrecía con sentido de falsedad, después del “fin de la guerra fría”, que no fue tal para Chiapas ni para los centroamericanos.  Y los derechos humanos funden vida y política, una tesis que define sus alcances y obstáculos:

[…]  la lucha en el proceso de reconocimiento mutuo hay que buscarla en experiencias pacificadas de reconocimiento mutuo, que descansan en mediaciones simbólicas sustraídas tanto al orden jurídico como al de los intercambios comerciales: el carácter excepcional de estas experiencias, lejos de descalificarlas, subraya su gravedad, y por eso mismo garantiza su fuerza de irradiación y de irrigación en el centro mismo de las transacciones marcadas con el sello de la lucha.

Quizás la lucha por el reconocimiento sigue siendo interminable: al menos, las experiencias de reconocimiento efectivo en el intercambio de los dones, principalmente en su fase festiva, confieren a la lucha por el reconocimiento la seguridad de que no era ilusoria ni inútil la motivación que la distingue del apetito del poder, y la pone al abrigo de la fascinación por la violencia[v] .

Desde las entrañas de lo que fueron los “pueblos originarios”, esta utopía o esperanza comunitaria -humana- era el motivo de vida del padre Marcelo. Le arrebataron la vida, pero no la palabra. Las repercusiones de este crimen no auguran nada bueno para Chiapas.

NOTAS

 

[i] Investigadora. Observatorio de las democracias: sur de México y Centroamérica (ODEMCA).

[ii] Barcellona, Pietro (2005). La teoría de sistemas y el paradigma de la sociedad moderna, en Portilla Contreras (coord..), Mutaciones del Leviatán. Legitimación de los nuevos modelos penales, universidad Internacional de Andalucía/Akal, pps. 9-55.

[iii] Ferrajoli, Luigi (2001). “Pasado y presente del estado de derecho”, Revista Internacional de Filosofía Política, RIFP (Madrid, numero 17, julio 2001), pps. 31-45.

[iv] Agamben, Giorgio (2005). Estado de Excepción. Homo sacer.  Valencia: Pretexto.

[v] Ricoeur, Paul (2006). Caminos de reconocimiento. Tres estudios. México: FCE, pps. 277 y 307-308.

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