Otra mexicanización de Chiapas
Puede causar sorpresa a los lectores el título de esta colaboración, puesto que resulta extraño cuestionar la pertenencia de Chiapas a la República mexicana en la actualidad. De hecho, en ningún momento estoy pensando en ello, sino en cómo aspectos producidos en otros territorios mexicanos se hacen presentes en Chiapas más allá de cuestiones simbólicas que resultan fundamentales para la identificación nacional.
Por lo anterior, hoy quiero destacar que Chiapas no es precisamente una balsa de paz. Tampoco lo ha sido en su historia, por muchos empeños que se hagan por afirmarlo. La violencia real o simbólica ha sido común en un territorio marcado por diferencias sociales procedentes de su historia colonial, aunque ello no signifique que con anterioridad a tal periodo esas diferencias fueran inexistentes.
En la actualidad, la llegada y conformación de grupos delincuenciales organizados es una realidad sufrida por los ciudadanos chiapanecos. La forma de actuar de esos grupos, no necesariamente nacida en México, por supuesto, parece extenderse como una mancha de aceite que atraviesa el vivir cotidiano. Modalidad de los grupos de la delincuencia organizada que leo como uno más de los procesos de mexicanización de Chiapas.
Quienes estén interesados en la historia como disciplina académica para aportar conocimientos sobre el pasado se habrán percatado de una tendencia poco reconocida, aquella que lleva demasiadas veces a realizar sentencias sobre lo ocurrido en tiempos pasados. Es decir, pocas veces se reconoce que son más los vacíos que las certezas que se tienen respecto a acontecimientos y procesos que conducen al presente. Es difícil, sino imposible, saberlo todo y ello debería conducir a plantear más dudas que certezas sobre lo ocurrido en tiempos pretéritos.
En lo personal he mencionado, en varios trabajos, una situación que tiene una vinculación antropológica por fijarse en aspectos simbólicos; un hecho que no significa dejar de sustentarse en hechos tangibles. La historia chiapaneca vinculada al Istmo centroamericano tras dos siglos parece olvidada, aunque muchas de las relaciones históricas se mantienen pese a los procesos de mexicanización procedentes de las instituciones estatales o de las decisiones forzadas y voluntarias de los seres humanos.
Si el aprendizaje de la historia mexicana y de los símbolos creados remite a cuestiones muy claras en la construcción de los Estados nacionales hay otras que, con la intervención estatal o no, se aprecian en el vivir cotidiano. Por mi formación y, seguramente, por tener una mirada foránea a pesar de los años viviendo en México, me llaman la atención aspectos que parecen no relevantes, pero que resultan fundamentales para pensarnos como humanos en sociedad. El abandono, forzado o asumido, del voseo, y los cambios de horarios para los almuerzos son detalles que nos alejan de ese pasado compartido, por ejemplo. Nimiedades para quienes dictan sentencias sobre el pasado y el presente, pero que hablan de transformaciones y continuidades que en muchos casos pasan desapercibidas.
No cabe duda que la violencia ha estado presente y lo sigue estando, de muy distintas formas, en Centroamérica. Sin embargo, la forma en la que se hace visible hoy en día en Chiapas parece recibir la influencia de los grupos creados en otras zonas del país, o se toman ellos como referencia para la construcción de los locales. Investigaciones y análisis deberán aportar datos al respecto, pero lo innegable es que no parece que Chiapas esté en la actualidad alejada de los procesos violentos causados por las organizaciones de delincuentes que llevan años perturbando la vida de los ciudadanos mexicanos.
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