La vida es una fiesta

Murales realizados en varios puntos de Salto de Agua. Cortesía: Ingrid Paola González Mena

Julieta había quedado de comer el sábado con Mónica y Ramiro, dos de sus amistades de la época universitaria. Pese a su intensa semana laboral había despertado temprano ese día, tenía alrededor de un mes sin hacer su rutina de caminata en fines de semana. Echaba de menos salir a caminar, disfrutar la mañana sin prisas, escuchar el canto de los pájaros que solían habitar el parque por el que normalmente pasaba como parte de su ruta y observar esos detalles que de lunes a viernes pasaba inadvertidos por el incesante transcurrir del tiempo.

Mientras caminaba se percató que había nuevos murales en algunas bardas de casas, varios de ellos con alusión a temas de cuidado a la naturaleza. También encontró pequeños letreros como señalética para recordar depositar la basura en los botes. Eso le alegró no solo la vista sino también el corazón, sobre todo porque en esa zona había pequeñas áreas verdes y más de una ocasión ella había levantado botellas de plástico que la gente tiraba.

— ¡Ojalá que estos murales nos hagan reflexionar y tener presente que si cuidamos a la naturaleza nos cuidamos! —se dijo en voz alta.

Continuó su recorrido, hizo una pequeña pausa para tomar agua, se dio cuenta que aunque era sábado había mucho movimiento, personas en distintas faenas, ésas que normalmente no tenía el gusto de observar en la semana. Se alegró de haber retomado la caminata, decretó desde su corazón que el tiempo tenía que ser su aliado, para poder disfrutar al máximo cada instante.

Al retomar su caminata vio a lo lejos que unas personas adultas mayores tenían una plática amena en la puerta de una casa. Al pasar cerca de ellas se dio cuenta que era una señora y dos señores quienes conversaban. El rostro de las tres personas mostraban alegría, la señora era quien tenía el turno de la palabra, justo cuando Julieta pasó frente a ella la escuchó decir:

—¡La vida es una fiesta! Reímos, bailamos, luego paramos, nada es para siempre.

El tono en que la señora expresó su sentir hizo mover muchas emociones en Julieta, cuántas veces se podía olvidar que la vida es una continua sucesión de oportunidades para estar y vivirlas. Vinieron a su mente los instantes de agobio y estrés en su dinámica cotidiana, había tanto que soltar. Siguió su caminata con más ánimo para luego dirigirse rumbo a casa.

Al llegar a su domicilio respiró profundo, vaya que la actividad había sido intensa, no solo por haber retomado el ritmo de hacerla sino por la cantidad de paisajes con los que se había deleitado. En eso estaba cuando escuchó su celular, era un mensaje de Ramiro, les preguntaba a Mónica y a ella si confirmaban la comida de esa tarde. Mientras Julieta respondía el mensaje afirmando que ella ya tenía agenda apartada para comer con ambos, que tenía muchas ganas de saludarles y conversar largo y tendido, sonrió para sí. Luego se dirigió a la cocina para ver qué prepararía de desayuno, el canto de un pájaro se escuchó como fondo musical y en su mente resonó nuevamente la frase, la vida es una fiesta.

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