¿Es que me cambió la cara?

Casa de citas/ 709

¿Es que me cambió la cara?

Héctor Cortés Mandujano

 

El ajuste de cuentas (Universidad Veracruzana, 2007), del escritor húngaro Tibor Déry (1894-1977), con traducción de Sergio Pitol, contiene tres cuentos: el que da título al volumen, “Amor” y “Filemón y Baucis”. Son una muestra de talento y excelente escritura.

En “El ajuste de cuentas”, muchos huyen del régimen. No quieren hablar de nada relacionado con lo político (p. 23):  “¿Por qué hablar de política?” –dice una anciana–, “uno termina, tarde o temprano, por escaldarse la boca”.

Es curiosa la observación sobre el sabor de la nieve (p. 30): “Comenzaba a nevar y el viento le arrojaba contra el rostro, a los ojos, grandes copos con un gusto a esperma y agua”.

 

***

 

Sos un escritor y…, ¡cómo te compadezco, hijo mío!

Martha Lynch a Alberto Manguel

 

He leído varios libros de Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), en su carácter de ensayista (Historia de la lectura) y en el de creador de ficción (Un amante extremadamente puntilloso): me gustan sus dos facetas. Leo, ahora, Alberto Manguel. Conversaciones con un amigo (La compañía de los libros, 2011), diez conversaciones que sostuvo con Claude Rouquet (con traducción de Pedro B. Rey), donde recorre su vida, comenzando con sus padres, su nacimiento, su infancia, su destino viajero, su ser políglota, su descubrimiento y deslumbramiento por los libros, su aparición como escritor…

 

Ilustración: Leonora Ventura

Más que con sus padres, Alberto pasó parte de su infancia con su nana Ellin Slonitz, en Israel, donde su padre era embajador. Casi no veía a su mamá ni a su papá; él vivía en un área de la casa (desayunaba, comía, leía y dormía con Ellin) y era instruido por su culta nana (p. 27): “Para ser una niñera, Ellin tenía dos características muy particulares. La primera, que no tenía ningún sentido del humor; no sabía lo que era un chiste, una broma; la otra, no sabía lo que era un chico. Me trataba como a un adulto…”.

¿La pasó mal? No (p. 30): “Muy a menudo hay amigos que me preguntan cómo fue esa infancia tan extraña, sin mis padres. Y bien: ¡era completamente feliz! […] No iba a la escuela. No trataba con otros chicos. No trataba con otros adultos. Pero con Ellin viajábamos. Fuimos a Venecia, a París, a Jordania, a Alemania. […] Su vida era yo…”.

Manguel viajaba mucho, incluso a su Argentina natal (p. 35): “Yo no sabía exactamente dónde estaba ese lugar que podía llamar mi casa y me veía obligado a encontrarlo en los libros”. No es un hombre de religión (p. 42): “La idea de Dios me parece fascinante y Dios, el personaje más extraordinario inventado por nuestra imaginación; creo que la religión ocupa un lugar de primer orden dentro de la literatura fantástica”.

Al final de sus estudios secundarios, lo meten a la cárcel (era “normal” en la Argentina de esos años (p. 68): “La policía tenía derecho a detener a cualquiera. Bastaba con tener encima un libro de poemas de Neruda, por ejemplo”. Manguel es un gran lector, un hombre que ama los libros y a los autores que lo deslumbraron (p. 79): “Kipling lo dice en alguna parte, en uno de sus cuentos: ‘La pasión de un joven escritor respecto de su mayor tiene toda la pasión de una muchacha por su primer príncipe’ ”.

Manguel ha sido también traductor y eso hace que sepa qué hace a un escritor bueno y a otro malo (p. 85): “En Borges, como en algunos otros escritores, no hay que olvidar hasta qué punto cuenta la mecánica. […] Hice muchas traducciones en mi vida; y bien, las traducciones más difíciles son siempre las de los malos escritores”. Borges es uno de sus ídolos (p. 87): “Después de Borges, todo cambia; limpió el vidrio oscuro y detrás vemos otra cosa”.

Sobre la tarea de escribir, confiesa (p. 96): “Lo más difícil del oficio de escritor es el esfuerzo que hay que hacer para poner las manos en la masa; para pasarse el tiempo garabateando palabras. […] Lo que imagino nunca se parece a lo que termino poniendo sobre el papel. ¡Nunca!”. Cita lo que cree es el oficio del artista: “Arte poética”, de Borges (p. 107): “Cuentan que Ulises, harto de prodigios,/ lloró de amor al divisar su Ítaca/ verde y humilde. El arte es esa Ítaca/ de verde eternidad, no de prodigios”.

Manguel lee y verifica datos en libros, no en internet; se acostumbró a ello (p. 172): “por aquel entonces no existía internet y hoy mismo no la uso porque está atiborrada de errores y me es necesario el contexto de una información, el resto del libro…”.

Me pasa más o menos como a él (p. 182): “Los libros que escribo son, en cierta forma, collages. Pienso con citas”. No se corta para dar sus puntos de vista (p. 187): “La Madre Teresa tenía un aire malévolo. Con una capucha negra, la habríamos tomado por la bruja de Blancanieves”.

No he buscado hacerlo, pero creo que a lo largo de los años que he escrito mi Casa de citas he hablado de las palabras finales de los artistas. Aquí unas más (p. 201): “La muerte de Stevenson tiene algo de novelesca. La descripción que de su muerte hace su hijastro es algo que se podría imaginar en una novela. Que sus últimas palabras, las de él, el creador de Doctor Jekill y Mister Hyde, hayan sido: ‘¿Es que me cambió la cara?’. Estaba sufriendo un aneurisma y de pronto tuvo la impresión de que se le estaba transformando la cara. Es extraordinario. ¡No hay que agregarle nada!”.

Dice (pp. 209, 210, 211): “Hay libros malos porque el autor, con la mejor intención del mundo, no pudo hacer nada mejor. […] Es distinto el caso de los libros malos deliberados, al estilo de Paulo Coelho, Ángeles Mastretta, Michel Houellebecq, gente que sabe escribir, que conoce de literatura y que, en forma intencionada, produce un texto que afecta a los lectores por razones mezquinas, malsanas. Ni siquiera tienen la excusa de ser tontos. […] es mucho más fácil y confortable meterse en el universo de Houellebecq, donde todo mundo es idiota, donde uno puede decir con comodidad ‘yo soy más inteligente que ellos’, que meterse en el mundo de Dostoievski. […] Es mucho más cómodo leer a Paulo Coelho, donde todo está explicado y digerido, que ponerse en una posición de aprendizaje con Dostoievski, donde todo lleva más tiempo y es mucho más difícil”.

Dos citas (p. 226): “Shakespeare dice en algún lugar que, si cada uno recibiera lo que merece, nadie escaparía a los azotes” y (p. 227) “Graham Greene dice que el odio es falta de imaginación”.

Una última idea (p. 238): “El éxito no tiene lugar en el mundo del arte. Al contrario, son los errores los que empujan, los que hacen avanzar la imaginación”.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

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