El encanto sonoro de la noche
La época de lluvias estaba en su apogeo en el verano. Bertha disfrutaba de la lluvia, siempre y cuando estuviera en casa. Tenía gratos recuerdos de pequeña cuando en los días lluviosos las clases en la escuela se suspendían. Ella y sus hermanos solían jugar, inventándose historias que iban en barcos y transformando la sala de su casa en ese escenario.
El fin de semana Bertha, Amparo su pequeña hija de cinco años y Jacobo su esposo habían quedado de acampar en el patio de su casa. Amparo tenía mucha emoción por acampar; la situación económica en la familia no estaba tan generosa para salir de paseo fuera de la ciudad, así que Bertha propuso hacerlo en casa. A Jacobo y Amparo les pareció buena idea.
Cada integrante de la familia tenía asignadas tareas y las realizaron. Amparo buscó las lámparas de mano, unas cobijas y tapetes para colocar en el piso. Jacobo preparó los sandwiches para la cena. Eligió hacerlos dulces y salados. A Amparo y a Bertha les gustaba la mermelada de higos, también el atún con aguacate y lechuga. Bertha fue a buscar la casa de campaña que tenían tan guardada que le costó encontrarla. También preparó un té de zacate con una pizca de canela. Ésa era una bebida caliente que les encantaba.
Mientras buscaba la casa de campaña, Bertha halló unas velitas que había olvidado que tenía en casa. Se le ocurrió que podría colocarlas en vasos chicos y hacer como un pequeño camino con ellas que le diera un toque especial frente al campamento.
Entre los tres instalaron la casa de campaña, la reforzaron por si acaso llovía, acondicionaron al interior. Jacobo fue por la cena y Bertha con ayuda de Amparo prendió las velitas. Eran alrededor de las siete de la noche cuando el campamento ya estaba listo, así que decidieron entrar. No solo Amparo estaba emocionada también su mamá y papá.
Entraron a la tienda de campaña, prendieron las lámparas. Acto seguido comenzaron a caer unas gotitas de agua, estaban con tal algarabía degustando la cena que no alcanzaron a percibirlas hasta que la llovizna dejó de serlo para tornarse en una lluvia más fuerte. Amparo no tardó en preguntar si la casa de campaña resistiría a la lluvia, Bertha le dijo que sí, secundada por Jacobo.
Jacobo propuso leer el libro Las mil y una noches, como por arte de magia, lo sacó de una de las cobijas. Bertha y Amparo aceptaron, cada quien fue leyendo en voz alta una parte. Estaba tan entretenida la lectura que se olvidaron de la lluvia, hasta que Amparo dijo,
—¿Ya no está lloviendo?
—Es cierto, ¿tienen sueño? —preguntó Bertha.
—Yo no, ¿y ustedes? —respondió Jacobo.
— Tampoco —dijo Amparo.
Bertha les propuso acostarse, apagar las lámparas y disfrutar el encanto sonoro de la noche. Justo después de la lluvia había una especie de magia con los sonidos. Les invitó a disfrutarlos. Así, fueron distinguiendo el canto de los grillos, el croar de las ranas, el gotear de algunas hojas de los dos árboles que tenían en el patio y cerca de donde estaba la casa de campaña, más allá los ladridos de algunos perros de casas vecinas. Esa noche la lluvia había sido un bello regalo para disfrutar más su campamento.
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