Cómo se escribe la realidad, 2

Casa de citas/ 706

Cómo se escribe la realidad

(Segunda de dos partes)

Héctor Cortés Mandujano

 

Erich Auerbach aborda el descubrimiento literario que supusieron los Ensayos, de Montaigne (p. 274): “Villey […] ha demostrado que la forma de los Ensayos proviene de las colecciones de ejemplos, citas y proverbios; un tipo de libros que gozaron ya de gran aceptación a fines de la antigüedad y en la Edad Media; y que sirvió en el siglo XVI para la divulgación del material humanista. Montaigne había empezado así: su libro era al principio una sarta de lecturas, acompañadas de observaciones. El marco resultó enseguida insuficiente; las glosas lo rebasaron, y como motivo u ocasión no sólo servía lo leído, sino también lo vivido, por uno o de oídas, y lo que ocurría en torno”.

Y llega Auerbach en su análisis, por supuesto, en este libro de prodigios que busca cómo se ha retratado la realidad en la literatura, a Shakespeare (p. 296): “Shakespeare mezcla lo sublime y lo bajo, lo mágico y lo cómico en inagotables gradaciones, y el cuadro se enriquece todavía si incluimos las comedias fantásticas, en las que a veces resuena como un eco de tragedia. Entre las tragedias no hay ninguna que sostenga constantemente, desde el principio hasta el fin, un solo nivel estilístico; en Macbeth mismo tenemos la escena grotesca con el portero”.

No podía faltar, en un libro de estas ambiciones, El Quijote, de Cervantes. Analiza la escena en que Sancho le muestra a tres campesinas, a quienes trata de hacer pasar por Dulcinea y acompañantes. La conclusión del Quijote es, por supuesto, que esa no parece Dulcinea, porque está encantada. Dice Auerbach (p. 319): “Cervantes gustaba mucho de estos alardes de retórica cortesana, ricos en ritmo y en imágenes, bellamente construidos y llenos de resonancias musicales, en los que es maestro y cuyo antecedente debe buscarse ya, sin embargo, en la tradición de la literatura antigua. También en este respecto es el gran prosista algo más que un crítico y un demoledor; es un continuador y coronador de la gran tradición épico-retórica, para la que también la prosa constituye un arte sujeto a reglas, oratoria”.

Dice más (p. 339): “Nunca, desde Cervantes, hasta hoy, ha vuelto a intentarse, en Europa, una expansión de la realidad cotidiana envuelta en una alegría tan universal, tan ramificada y, al mismo tiempo, tan exenta de crítica y de problemática como la que se nos ofrece en el Quijote; ni acertamos tampoco a imaginarnos dónde ni cuándo habría podido acometerse de nuevo la empresa”.

La Bruyêre alude en sus Caractêres (cuando habla del santurrón) al Tartufo de Moliêre, pero, dice Auerbach (p. 365): “La tragedia de los franceses presenta el límite extremo de la separación estilística, del desprendimiento de lo trágico de lo cotidiano-real, a que ha llegado la literatura europea. Su concepción del hombre trágico y su expresión verbal son producto de una educación estética, cada vez más distanciada de la vida media de su época”.

Analiza un fragmento de las Cartas filosóficas, de Voltaire, que plantea una comparación entre la religión y los negocios (p. 379): “Los mercaderes que abandonan la Bolsa se dispersan; unos van a la sinagoga y otros a beber: la equiparación sintáctica nos muestra a ambas cosas como dos posibilidades parejas de matar el tiempo”. Se refiere a una de las  características del estilo de Voltaire (p. 381): “Lo peculiar en él es, sobre todo, el tempo: la rápida y precisa recapitulación del desarrollo, el veloz cambio de las imágenes, la combinación sorprendente y repentina de cosas que uno no está acostumbrado a ver juntas: en todo esto, es casi único e incomparable, y en ese tempo consiste una buena parte de su ingenio”.

Ilustración: Camilo Herrera Cortés

En Cándido, sin embargo, Voltaire acumula demasiadas fatalidades en su personaje, una lluvia de desgracias, que (p. 384) “hace recordar, más bien, las desgracias de una figura cómica de la farsa, o del tonto del circo. […] Voltaire falsea también la realidad por la excesiva simplificación de las causas de los acontecimientos”.

Revisa un tramo de Al faro, de Virginia Woolf, y queda desconcertado ante tanta maraña de datos (no pone comillas ni guiones ni ninguna indicación aclarativa) que no se asientan con claridad de donde provienen (p. 501): “Nadie sabe exactamente lo que ocurre: todo son barruntos, ojeadas que alguien lanza sobre otra persona, sin poder descifrar su enigma”. Sigue y halla explicaciones (p. 505): “Lo esencial en los procedimientos del género del de Virginia Woolf es que no se trata solamente de un sujeto, cuyas impresiones internas se reproducen, sino de muchos, con frecuencia alternantes. […] Por la multiplicidad de sujetos debemos inferir que nos hallamos ante un intento de investigación de la verdad objetiva”.

El salto final al Ulises, de Joyce, parece natural (p. 513): “Este libro puede ejercer una fuerte influencia inmediata sobre la sensibilidad, pero no es fácil comprenderlo verdaderamente, ya que el incesante remolino de motivos, la riqueza de palabras y conceptos, el juego de sus abundantes relaciones, la duda siempre renovada y nunca resuelta sobre la clase de orden que se esconde en último término detrás de tanto capricho aparente, plantean altas exigencias a la cultura y a la paciencia del lector”.

Un gran libro el de Auerbach.

 

***

 

Sólo el espesor de un cabello separa la inocencia de la perdición

Petrarca,

citado por Dostoievski

 

Stepantchikovo, publicada en 1859, es una de las primeras novelas de Fédor Dostoievski (mi ejemplar es de Editora Nacional, de 1962, con traducción de Ricardo Baeza). Me la regaló mi querida amiga Linda Esquinca.

La historia transcurre en el pueblo que se llama como la novela y aunque la trama es entretenida (resumen: un hombre mayor enamorado de una jovencita), aquí vemos una de las grandes virtudes de este enorme novelista ruso: la creación de personajes. En especial, Foma Fomitch, suma de pedantería, santurronería, falso conocimiento y maldad (me parece vislumbrar en él coincidencias con el Tartufo de Molière). Por momentos dan ganas de arrojar el libro, tan molesto es este tipo que, además, se sale con la suya.

El traductor cita una declaración del autor sobre cómo se le ocurrió: en la cárcel de Siberia (p. 13): “Me sería imposible decirle lo que me hizo sufrir el no poder escribir en presidio. Mi trabajo mental, pues, se reducía a la ebullición”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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