Un largo viaje donde fui ciego
Casa de citas/ 703
Un largo viaje donde fui ciego
Héctor Cortés Mandujano
1
Hay un mundo real con el que choca constantemente Luis Daniel Pulido en sus poemas: el mundo donde la gente es importante por el dinero, la genealogía dizque ilustre, el empoderamiento por la política o por la delincuencia, si es que no son uno y lo mismo. El triunfo pírrico ante esa pata que se nos pone en el pescuezo todos los días es, de vez en cuando, decirle a un general “Zapata es tu padre”.
Pulido se siente a gusto, de verdad, cuando “enciende fogatas en medio de la nada” y puede soltar palabras, temas, ideas, versos, sin que la censura –ese ser de rostro multiforme– le diga que así no se dice, no se siente, no se piensa, no se sueña; sus poemas, entonces, no tienen rabia, sino la alegría del niño que corre y va soltando la cuerda al papalote.
De pronto, claro, los dos mundos se encuentran: la fábula (Hansel y Gretel) y la maestra de filosofía. Y con ella el debate siniestro, la posibilidad de ser pastel humano de la, en ese momento, representante del poder. Se resiente la emoción ahí, porque hubo incluso otros momentos en que los mundos se juntaron y hubo con quien compartir sexo, cocaína, “fanzines contra el gobierno”… Ya no. Ahora el poeta sólo y solo (solamente y en soledad) juega “futbol con las sombras”.
2
Con respecto a sus libros anteriores, éste propone algo que antes era sólo una evanescencia: la piedad, el amor por los animales. Pulido ha dedicado tiempo y corazón a la adopción de animales callejeros –gatos y perros, hasta el momento– y eso comienza a ser un tema en su poesía, en sus crónicas de palabras pensadas y medidas, en su víscera más tierna.
3
Hay un Pulido narrador –sus poemas, de hecho, no sólo cantan– que en De música ligera y otros temas aparece para hacernos confesiones íntimas: sus trabajos de adopción, la pérdida total de visión en su ojo izquierdo, el amor por sus padres idos, la depresión, el ensimismamiento, la llegada y la muerte de Lola, las aventuras de paseos con sus mascotas donde el culmen es esa maravilla que tituló “Mi hermano el Pit Bull”; la humanidad de Luis Daniel es aquí la esperanza de todos: entender la furia del animal que te ataca, perdonarlo, dejarlo ir, saberlo tu hermano…
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Hay una distancia crítica en este libro de Luis Daniel ante las muchas cosas que el mundo nos ofrece en la multitud de ventanas que ha abierto y sigue abriendo: la calle, la televisión, el internet, las redes, los teléfonos inteligentes… Es fácil descalificar la exageración de egos paseándose, compartiendo fotos, celebrando lo grandes que son. No es nada sencillo encarar la guerra –ese masivo golpe a nuestra más frágil humanidad–, los niños huérfanos, los animales que seguramente también fueron masacrados, los hogares que se volvieron polvo. No puedes evitar saber que fulano anda con fulana. La banalidad tiene pies con alas. Pero tampoco evitas las imágenes apocalípticas. Y Pulido conoce “el vacío fractal del estruendo”, los “piecitos que salen de los escombros”. Y, como todos los que no estamos en ese fragor inhumano, dice lo que decimos todos: “No he hecho nada”. No hice estallar la bomba. Ni evité su estallido. Soy espectador de la pesadilla en que convierten el mundo (que es o era de todos) los expertos en masacres.
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Los poemas de Luis Daniel Pulido tienen al menos dos ejes: la creación de una realidad alterna, donde el río de palabras discurre diáfano sobre un cauce que tiene a su vera árboles verdes e inmensos (“cedros de Guadalajara”), flores varias (“girasoles a la vuelta de la esquina”), animales infinitos; y la lucha contra otra realidad donde existe el desamor, las enfermedades, la política (como un cáncer terminal), la soledad, gente que arroja agua hirviendo a los ojos de los gatos, la puerta entreabierta del suicidio…
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Melancolía. Hubo un tiempo –la niñez, la adolescencia– cuando el poeta podía contestar en automático qué es la vida: “la poesía y su luz. Mi corazón en la mirada de un gatito”.
Nostalgia. Ya se fue papá que poco estuvo, porque apareció hasta los 70; ya no está mamá como tanto y tan breve tiempo. Murió Marco: “Hace un año partiste y me quedé sin hermano y sin lenguaje y en los libros que leímos no quedaron sobrevivientes”.
Saudade. La manada, la jauría ya no es rebelde. “Éramos, sin duda, los hombres más fuertes: si a alguien se le apagaba el auto ahí íbamos a empujarlo todos”. Se han vendido al poder y al dinero. No necesitaron trono y tesoros: bastó con migajas.
Morriña. El amor también anduvo en esta cama de sábanas estrujadas (“nos revolcamos, felices, en el lodo”). Y ya no, “porque el amor no es ya la causa profunda de las cosas”.
Soledad. La vida son estas horas desatentas (“me aqueja un barco que se hunde”), estos años crueles (“el miedo a quedarme totalmente ciego”), estos tiempos oscuros…
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De música ligera y otros temas, de Luis Daniel Pulido, alberga en sus páginas el amor sin condiciones a los perros y a los gatos; la afinidad con aquellos seres humanos que aún pueden emocionarse con ciertas canciones, con algunos libros, con películas específicas y puntuales discos de rock; la pasión con mujeres que alguna vez el poeta tuvo en la realidad de su cama revuelta y en la realidad de sus sueños…
Se ríe y se sufre en este libro, ante su abierto sentido del humor, ante la fiereza de su bien encajado golpe emocional; un desconsuelo nos queda, pero también una certeza: “Siempre habrá un perro al que curarle la patita”.
*Prólogo del libro De música ligera y otros temas, de Luis Daniel Pulido, leído en la presentación celebrada el 02 de agosto de 2024, en Casa Conejo Cafetería Cultural, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas
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