Odas, 2
Casa de citas/ 702
Odas
(Segunda de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
Escribe Neruda en “Oda al cactus de la costa” (p. 29): “Hermano, hermana,/ espera,/ estoy seguro:/ No nos olvidará la primavera”.
Maru Mori, cuenta Neruda en “Oda a los calcetines”, le regaló unos que le parecieron prodigiosos (pp. 30-31): “Eran/ tan hermosos/ que por primera vez/ mis pies me parecieron/ inaceptables/ como dos decrépitos/ bomberos,/ indignos/ de aquel fuego/ bordado,/ de aquellos luminosos/ calcetines”.
Cita el día y describe lo que ve en “Oda a la Cruz del Sur” (p. 43): “En un instante/ se apagaron todos/ los ojos/ de la noche/ y sólo vi clavadas/ al cielo solitario/ cuatro rosas azules,/ cuatro piedras heladas”.
Piensa que no lo necesita y lo dice en “Oda al diccionario” (p. 48): “El Diccionario/ viejo y pesado, con su chaquetón/ de pellejo gastado,/ se quedó silencioso/ sin mostrar sus probetas”. Termina pidiéndole (p. 51): “De tu espesa y sonora/ profundidad de selva,/ dame,/ cuando lo necesite,/ un solo trino, el lujo/ de una abeja,/ un fragmento caído/ de tu antigua madera perfumada/ por una eternidad de jazmineros,/ una/ sílaba,/ un temblor, un sonido,/ una semilla;/ de tierra soy y con palabras canto”.
Dice en “Oda al espacio marino” (p. 63): “Yo no soy mar, soy hombre./ Yo no conozco el viento./ ¿Qué dice estas olas?”. En “Oda a las estrellas” dice que llegaremos a ellas y las poblaremos (p. 67): “Ordeñaremos/ los senos de la estrella,/ y en la noche/ mugirá en la distancia/ de los cielos/ nuestra ganadería”.
El retrato que hace de estas aves no es en principio lindo. Escribe en “Oda a la gaviota” (p. 75): “No hay/ nada que no devores,/ sobre el agua del puerto/ ladras/ como perro de pobre,/ corres/ detrás del último/ pedazo de intestino/ de pescado”. Pero, dice más adelante (p. 76): “Todo/ lo transformas/ en ala limpia,/ el blanca geometría,/ en la estática línea de tu vuelo”.
Hace una completa descripción de sus funciones en su larga “Oda al hígado”. Dice que es el (p. 78) “buzo/ de la más peligrosa/ profundidad del hombre”, y más adelante (p. 79): “nadie/ lo ve o lo canta,/ pero,/ cuando/ envejece/ o desgasta su mortero,/ los ojos de la rosa se acabaron,/ el clavel marchitó su dentadura/ y la doncella no cantó en el río”.
Estas son algunas imágenes de su “Oda a la lluvia marina” (pp. 95-96): “Y agitando/ las plumas/ en la lluvia/ la nevada paloma estercolaria,/ la golondrina Antártida,/ el pájaro playero,/ cruzan las soledades,/ mientras/ las olas y la espuma/ combatiendo/ rechazan y reciben/ la inundación/ celeste”.
Te comparto lector, lectora el principio y el final de la “Oda al niño de la liebre” que a mí tanto me impactó cuando la leí, hace años, por primera vez (pp. 101-102): “A la luz del otoño/ en el camino/ el niño/ levantaba en sus manos/ no una flor/ ni una lámpara/ sino una liebre muerta. […] dos cuchillitos negros,/ eran los ojos/ del niño,/ allí perdido/ ofreciendo su liebre/ en el inmenso/ otoño/ del camino”.
Escribe en “Oda al ojo” (p. 103): “pequeño/ pulpo de nuestro abismo/ que extrae/ la luz de las tinieblas”.
En su “Oda a Juan Tarrea” lo impreca. Dejó Bilbao y llegó a Chile, se infiere, y puso (p. 149) “un pequeño almacén/ de prólogos y epílogos”. Le pide (p. 152). “tú,/ Tarrea, vuelve/ a tu cambalache de Bilbao”. Piensa que es un farsante, que engaña a muchos (p. 154): “yo, para tu desgracia,/ he andado, he visto,/ canto”.
Tercer libro de las odas (Losada, 1957)
Todo vivo como las vísceras del toro,
como el fuego de la música,
el acto de la unión amorosa
Pablo Neruda,
en “Oda al doble otoño”
Neruda reconoce la diversidad de las odas en “Odas de todo el mundo” (p. 7): “Odas/ de todos/ los colores y tamaños,/ seráficas, azules,/ o violentas”.
No cito ninguna línea de ellos, pero me encantaron completamente la “Oda al algarrobo muerto” y la “Oda al aromo”.
Llama “la cabellera muerta/ de la ola” a las algas en (p. 34) “Oda a las algas del océano”.
En “Oda a un gran atún del mercado” escribe sobre el pez muerto pensando en su vida (p. 44): “como si aún tú fueras/ la embarcación del viento,/ la única/ y pura/ máquina/ marina:/ intacta navegando/ las aguas de la muerte”.
Escribe en “Oda a la calle San Diego” que venden (p. 68) “lo imaginario, lo inimaginable” y también libros (p. 69): “Los libros/ se acumulan. Terribles/ páginas que amedrentan/ al cazador de leones./ Hay geografías/ de cuatrocientos tomos/ […] los últimos volúmenes/ son sólo soledades:/ reinos de nieve, susurrantes renos”.
Dice en “Oda al primer día del año” (p. 108): “Día/ del año/ nuevo,/ día eléctrico, fresco,/ todas/ las hojas salen verdes/ del/ tronco de tu tiempo”.
Cuenta en “Oda a un diente de cachalote” que en un diente un marinero (pp. 111-112) “grabó con su cuchillo/ dos retratos: una/ mujer y un hombre/ despidiéndose,/ un navegante/ por el amor/ herido,/ una novia en la proa/ de la ausencia”.
Confiesa esto en “Oda al pícaro ofendido” (p. 193): “Al amor,/ a su caja/ de palomas,/ al alma y a la boca/ de la que amo,/ consagré/ toda palabra, todo/ susurro, toda tierra,/ todo fuego en mi canto,/ porque el amor/ sostengo/ y me sostiene/ y de morir amándote,/ amor mío”.
Como es una actividad que yo practico mucho –regar las plantas, los árboles–, me gustó muchísimo su “Oda para regar” (p. 210): “al guardar la manguera,/ y enrollarla/ como una/ purísima serpiente,/ sabes que sobre ti, sobre tus ramas/ de roble polvoriento,/ agua de riego, aroma,/ cayó mojando tu alma:/ y agradeces el riego que te diste”.
Visita Moscú y escribe la “Oda al viaje venturoso” donde hay un verso bello (p. 231): “Arde la vida en medio de la nieve”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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