Los dulces del terruño

Dulces. Foto: Cortesía

Terminó la jornada laboral del miércoles, Mariela apagó su equipo de cómputo, tomó su bolso y se encaminó a la salida. En el pasillo coincidió con Mercedes y Trinidad, quienes trabajaban en el área de contabilidad de la empresa, se saludaron y platicaron brevemente. El tema de la charla fue el clima, coincidieron en que percibían aires del tiempo que daban señales cercanas a fin de año, específicamente, un clima que anunciaba el Día de Muertos. Lo más curioso es que aún estaban en verano. Se despidieron y cada quien tomó su rumbo.

Mariela se quedó pensando en la coincidencia con Trinidad y Mercedes, de inmediato vino a su mente el mensaje de dulces regionales. Antes de subir a su coche revisó su reloj eran las 5:15 de la tarde, recordó que Damián, su hijo, le había pedido que le comprara algunos dulces regionales. Al día siguiente tenía que participar en una exposición en la primaria.

—¡Uff por poco se me olvida! ¡Bendito clima que me hiciste evocar los dulces! —dijo para sí.

Subió al carro, estaba a tiempo de pasar cerca del mercado, justo cerraban a las 6 de la tarde. Por fortuna no tuvo problemas para hallar lugar donde estacionarse. Ahora el reto era encontrar puestos donde vendieran dulces.

Mariela caminó entre los puestos, el área de las cocinas económicas estaba casi por cerrar. Se sintió extraña al pasar por ahí sin que nadie la llamara, como solían hacer en las cocinas cuando era mañana o mediodía, ¡pásele, le mostramos la carta! ¿Qué va a querer güerita? Apresuró un poco el paso, atravesó el pasillo de las carnicerías, todo cerrado. Dio vuelta y alcanzó a distinguir unos canastos grandes, seguro eran las señoras que vendían pan, ya no estaba tan lejos de hallar quien vendiera dulces.

Para la sorpresa de Mariela además de los puestos de pan estaban los de tamales, pero de dulces no se miraba ninguna señora con venta. El corazón de Mariela comenzó a sentir una especie de angustia, se resistió a mirar el reloj. No se dio por vencida y preguntó con una señora que vendía tamales y atole, dónde podría encontrar dulces regionales. La señora hizo un ademán en dirección opuesta a donde estaba. Mariela agradeció y se dirigió a ese rumbo.

La mirada de Mariela se alegró, al fondo había una señora ya mayor, con una pañoleta roja cubriendo su cabeza, era la única que estaba vendiendo dulces. Los productos de la señora eran diversos, tenía dulces de cupapé, higos, camote, turuletes, chilacayote, gaznates y puxinú.

—Buenas tardes señora —dijo Mariela.

—¿Buena tarde chula, qué va usté a querer? —respondió la señora.

Mariela hizo su pedido con un poco de cada dulce, se sintió afortunada de encontrar a la señora vendiendo a esa hora. Cada uno de los dulces le gustaba. Además de comprar para la tarea de Damián, apoyaba al comercio local y a una labor que cada vez se volvía más escasa, la elaboración de dulces regionales, los dulces del terruño. Dio las gracias a la señora, quien también se mostró contenta.

—Muchas gracias señora —dijo Mariela.

—¡Dios la bendiga chula! Le voy a poner su coitán[1], usted me trajo la suerte, ya voy a levantar mi venta, ya es tarde —señaló la marchanta.

Mariela retomó su camino, con el corazón contento, vino a su mente la época de su infancia donde las vendedoras de dulces pasaban en las calles, vendiendo de casa en casa, con su canasto sobre la cabeza y anunciando sus productos de una manera muy particular,

—¿Vas té a queré caballito, turulete, dulce de puxinú, oblea, gaznate?

Vaya que los tiempos cambian pensó, ya tenía que compartirle a Damián, para su exposición sobre los dulces del terruño.

[1]      Cantidad extra que ponen a uno al momento de comprar en el mercado.

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