Chiapanequidad, el aporte del doctor Andrés Fábregas Puig
Un concepto que ha provocado una saludable discusión pública es el de chiapanequidad, propuesto por el doctor Andrés Fábregas Puig en su libro Chiapas antropológico, publicado en 2006, y actualizado recientemente con el título de Chiapanequidad: trayectoria de un concepto. Chiapanequidad, dice el autor, es el sentimiento de pertenencia a una comunidad de identificación cultural.
El promotor de este término ha sido Cicerón Aguilar, quien en una reunión de trabajo propuso recuperar el término chiapanequidad, propuesto por el doctor Fábregas, para referirse a la identidad cultural y a la variedad de las culturas en movimiento de Chiapas.
El término ha tenido una súbita popularidad, aun cuando ya se había abordado desde la academia, pero ha sido la primera vez que salta a la esfera pública, y lo ha hecho con buena fortuna, porque toca el sentir y el carácter chiapaneco.
Las personas que han criticado el término ignoran que estas discusiones sobre el ethos y las particularidades de los pueblos no es reciente, pues desde el siglo XVI se empezó a hablar de hispanidad, el cual cobró impulso a inicios del siglo XX, cuando Miguel de Unamuno se refirió nuevamente a hispanidad para enfatizar la identidad lingüística y cultural de los pueblos hispanoamericanos. Al paso de los años, para festejar esas identificaciones culturales, se instauró el 12 de octubre como el Día de la Hispanidad.
América Latina se contagió de la discusión de las identidades nacionales. En México se buscaron los símbolos patrios como elementos identitarios de la mexicanidad. Lo mismo se hizo con argentinidad, colombianidad, guatemaltequidad –desde la mirada de Luis Cardoza y Aragón–, bolivianidad, cubanidad y ecuatorianidad.
A principios de este siglo la discusión del ethos se trasladó a los estados. Académicos, intelectuales y políticos hablaron de ese carácter local que los identificaba como parte de una comunidad de identificación. Así surgió yucatanidad, oaxaqueñidad o tlaxcaltequidad, de Jaime Cuadriello, para referirse “a la conciencia que los tlaxcaltecas tienen de sí mismos”, porque después de todo, como dice su publicidad, “Tlaxcala sí existe”.
Si el gentilicio es mexicano, su ethos o carácter es mexicanidad, y por tanto podríamos hablar de una chipacorcenidad, suchiapanequidad o frailescanidad, para los chiapacorceños, suchiapanecos o frailescanos.
El caso más exitoso de la muestra de ese carácter local celebratorio es quizá Campeche, que desde el 2000 ha convertido en octubre el mes de la campechanidad, con lo que busca fortalecer los lazos identitarios.
El término campechanidad, indica en su página el gobierno de Campeche, “alude a la conformación, a través del tiempo, de una cultura singular que es también un estilo de vida, que incluye la exaltación de las cualidades emblemáticas”.
Como campechanidad es un término que no aparece en los diccionarios, aunque sí españolidad, cubanidad, argentinidad o ecuatorianidad, lo han conceptualizado con fines de fortalecimiento identitario.
Los festejos anuales de la campechanidad, dice el académico Carlos Farfán, han contribuido de manera positiva al “orgullo por el imaginario, los símbolos y valores” de Campeche al exaltar “las torres de catedral, las murallas, un pasado colonial heroico por las defensas contra los piratas” de tal manera que lejos de menguar, la campechanidad “se ha afianzado como una tradición”.
Chiapanequidad, dice el doctor Andrés Fábregas Puig, es un exhorto a la fraternidad chiapaneca inmersa “en la variedad cultural”. Esperemos que este término haga buena fortuna y que se arraigue en esta comunidad de identificaciones del sur profundo.
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