La existencia inherente

Casa de citas/ 697

La existencia inherente

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo La luz angelmática (Edamex, 1983), del científico mexicano Jacobo Grinberg-Zylberdaum, quien propone varias fórmulas de pensamiento. Dice en “Universos” (p. 59): “Ningún pensamiento es privado, todo lo que se piensa afecta al universo y determina su marcha. Por ello, la máxima responsabilidad humana es la felicidad. […] En cada ser humano existe la sabiduría de todos los universos”.

Dice en el fragmento XVI del mismo texto (p. 96): “Detrás mío estoy yo”.

Escribe en “Las esferas del conocimiento”, I (p. 113): “Esto lo aprendí de Ram Das. En un viaje vio su cuerpo desde ‘fuera’ y, puesto que seguía consciente, consideró que su cuerpo no era necesario para su conciencia. Después vio su historia desde fuera y puesto que él seguía existiendo la abandonó al considerarla superflua. Al final sólo quedó él. Sin cuerpo, sin historia, sin estructura sustentante. Sólo él. Pero incluso ese él era parte de una totalidad que lo sobrepasaba”.

Dice en el fragmento II (p. 115): “Ni mi cerebro ni mi cuerpo están localizados en la porción de espacio que logro materializar perceptualmente. Mi cerebro es todo el universo en el que se expande el producto de su actividad”, y el fragmento XVI escribe (p. 132): “Cuando se alcanza la conciencia de unidad, el único deber y responsabilidad es mantener el amor hacia uno mismo puesto que eso es el amor hacia el universo”.

En el fragmento VII de “La conciencia de la conciencia” dice (p. 145): “La experiencia no tienen una localización interna. En términos muy estrictos tampoco está localizada en el exterior. Esto último porque todo está interconectado y la experiencia ocurre en ese todo”; en el fragmento VIII asienta (p. 151): “Aparentemente vivimos dos vidas, aquella que nos relaciona con el mundo durante la vigilia y aquella que experimentamos durante el sueño. Digo aparentemente porque no existe diferencia fundamental entre ambas. Las dos son creaciones nuestras”, y concluye (p. 157): «No nos relacionamos con el mundo, sino más bien somos el mundo”.

Ilustración: Juan Ángel Esteban Cruz

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Mi amiga Paty Bautista me regaló Mahamudra del Tantra. Néctar de la gema suprema del corazón. Una introducción a la meditación en el Tantra (Editorial Tharpa, 2006), de Gueshe Kelsang Gyato.

He leído varios libros de Gueshe, los he comentado en columnas anteriores. Éste, sin embargo, me pareció que me abría a un nuevo conocimiento (de mí y de la vida). Me lo quedo como uno de mis libros fundamentales. Te comparto lector, lectora, algunas citas largas que quizás también te sirvan a ti.

Cuidar la mente es el gran consejo (p. 94): “Comprender que todo es creado por la mente nos ayuda a conocer su poder. Todos los seres sintientes están dominados por su mente. Vida tras vida, desde tiempos sin principio, hemos estado bajo su control; hemos tenido que hacer todo lo que nuestra mente haya deseado sin elección, como si fuéramos su sirviente. Si nuestra mente nos dice que nos suicidemos, nos suicidaremos, y si nos dice: ‘Mata a tus padres’ o ‘Mata a tus hijos’, nos veremos obligados a hacerlo también. Todas nuestras acciones perjudiciales las hemos cometido bajo su control, y si no alcanzamos una realización directa de la vacuidad en esta vida, continuaremos siendo sus esclavos durante innumerables vidas futuras”.

Dice páginas adelante (p. 113): “Nacemos manchados de sangre y entre gritos y llantos, y somos incapaces de comprender lo que nos está ocurriendo. Hemos perdido todas las posesiones, los conocimientos y los amigos que nos costaron tanto trabajo conseguir  en nuestra vida anterior, y venimos al mundo son las manos vacías, confusos y solos. A medida que vamos creciendo, hemos de experimentar los sufrimientos de la vida humana…”; hemos experimentado eso durante muchas vidas, dice Gueshe. ¿Cómo podemos soportar esta situación? Entendiendo que vivimos en la vacuidad.

¿Qué es la vacuidad? Aquí está la explicación en extenso (pp. 116-117): “Buda dijo que todos los fenómenos son como ilusiones. Existen diferentes clases de ilusiones, como los espejismos., los arco iris o las alucinaciones causadas por las drogas. En el pasado, había magos que a partir de un objeto cualquiera, como un trozo de madera, hechizaban a la audiencia, haciéndole ver, por ejemplo, un tigre. En este caso, los afectados por el hechizo veían un tigre y sentían miedo, pero aquellos que llegaban después sólo veían un trozo de madera. Todas las ilusiones tienen en común que el modo en que parecen existir no se corresponde con la realidad. Buda comparó todos los fenómenos con ilusiones, puesto que debido al poder de las impresiones de la ignorancia del aferramiento propio que hemos acumulado desde tiempo sin principio, cualquier objeto que aparece en nuestra mente parece tener existencia verdadera y de modo instintivo aceptamos esa apariencia, cuando en realidad es totalmente vacía de existencia verdadera. Al igual que un espejismo parece ser agua, pero en realidad no lo es, la manera en que todos los fenómenos parecen existir es engañosa. Sin entender su naturaleza verdadera, nos dejamos engañar por las apariencias y nos aferramos a los objetos, como los libros, las mesas, los cuerpos y los mundos, como si tuvieran existencia verdadera. El resultado de aferrarnos a los fenómenos de este modo es que generamos estimación propia, apego, odio, celos y otras perturbaciones mentales, nuestra mente se altera y perdemos la paz interior. Es como si estuviéramos en un desierto y nos agotáramos corriendo tras un espejismo, o como si confundiéramos la sombra de los árboles al anochecer con criminales o animales salvajes que van a atacarnos”.

Más claro aún (p. 127): “Todos los fenómenos existen por convención, nada existe de manera inherente. Lo mismo ocurre con la mente, con Buda e incluso con la vacuidad misma. Todo es una mera designación de la mente”.

Otro apunte sobre la naturaleza de la vacuidad (p. 145): “Es importante señalar que aunque la vacuidad es una verdad última, tampoco existe de manera inherente. La vacuidad no es una realidad separada que existe por detrás de las apariencias convencionales, sino la naturaleza verdadera de estas últimas. No podemos hablar de la vacuidad de manera aislada porque siempre es la mera ausencia de existencia inherente de algo. Por ejemplo, la vacuidad de nuestro cuerpo es la ausencia de existencia inherente de nuestro cuerpo, y sin este último como base, esta vacuidad no podría existir. Debido a que la vacuidad depende necesariamente de una base, carece de existencia inherente”.

Una enseñanza más (p. 155): “Durante los descansos de la meditación debemos ser como un actor. Cuando un actor interpreta el papel de un rey, se viste, habla y actúa como un rey, pero sabe que, en realidad, no lo es. Del mismo modo, hemos de vivir y actuar en el mundo convencional, pero recordando que tanto nosotros mismos como las personas que nos rodean y nuestro entorno no son las entidades con existencia verdadera que parecen ser. No son más que meras proyecciones de nuestra mente y su naturaleza verdadera es la vacuidad”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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