Hablar sobre una nueva Guerra Fría
Como remembranza de la repetición histórica expresada por Tucídides para referir la inalterable condición humana, o como lógica del eterno retorno expuesto por Hegel, se vivió a mediados de junio un episodio con resonancias a la Guerra Fría del siglo pasado. Afirmación motivada por la llegada de buques y de un submarino ruso a Cuba y la respuesta de Estados Unidos, que movilizó algunos barcos y un submarino de su Comando Sur hacia el mismo territorio donde, se debe recordar, cuenta con una base militar –Guantánamo-. Movimientos estratégicos leídos, en ciertos titulares de la prensa mundial, como una repetición de la mencionada Guerra Fría. Incluso en este baile de barcos y submarinos militares se unió Canadá, país que también envió algún buque de su flota a la Mayor de las Antillas.
La temporalidad de dicha Guerra Fría no pone de acuerdo a los especialistas, pero resulta innegable que la máxima tensión vivida con la crisis de los misiles, en el otoño de 1962, puso al mundo frente a la posibilidad de un desastre nuclear causado por la confrontación entre los dos gigantes del momento: Estados Unidos y la URSS.
Sin necesidad de creer en la circularidad o repetición de la historia, es evidente que el control territorial deseado por los imperios, en cualquier momento del pasado, incluye en la actualidad a América Latina y ciertos puntos estratégicos como lo es Cuba. Una isla que, tras el giro político de la Revolución de 1959, se vinculó con el régimen político soviético; alianza que no se ha desvanecido con Rusia, a pesar de la disolución de la URSS iniciada en 1991 y que causó una profunda y prolongada crisis, conocida como “Periodo Especial”, en el país antillano.
Hoy, como ocurrió con la crisis de los misiles, dos grandes potencias se enfrentan en varios escenarios mundiales para controlar lealtades políticas y económicas pero, especialmente, el territorio del planeta en un momento donde la guerra de Ucrania ha debilitado a Rusia y fortalecido militarmente a la OTAN encabezada por los Estados Unidos. Y todo ello se produce en un momento donde China, el otro gigante en discordia, ha ganado espacios económicos en el planeta, como se observa a la perfección en el continente americano.
Todos estos movimientos geopolíticos, que recuerdan una pavoneada demostración de testosterona de los líderes involucrados, no debe olvidar la situación de debilidad de Cuba. Su crisis económica prolongada por más de tres décadas, el bloqueo comercial estadounidense y la ineficiencia de su economía planificada ponen al país en una coyuntura donde cualquier aliado alejado del ámbito estadounidense, como sucede con Rusia, China, India e Irán, se convierte en una posibilidad para solventar, aunque sea de manera precaria, su déficit de alimentos y de energía que castiga a su ciudadanía.
Los últimos acontecimientos no llaman a pensar en la reproducción de las tensiones mundiales vividas durante la crisis de los misiles del siglo XX, aunque el tablero geopolítico mundial se mueve en un panorama tan inestable como preocupante. Los conflictos bélicos en Ucrania y en el Mediterráneo, y las tensiones nunca resueltas entre China y Taiwán, son situaciones tan problemáticas como la emergencia de liderazgos mundiales carismáticos alejados de los ideales democráticos. Tal vez el olvidado y polémico historiador, Oswald Spengler, quien creyó en el fin de la civilización occidental, como anunció en su obra La decadencia de Occidente, haya sido premonitorio. Un vaticinio acompañado, en su predicción, por el resurgir de los totalitarismos y del gobierno de los césares. Habrá que esperar que el error acompañe las oscuras premoniciones del historiador alemán, pero es evidente que las señales del presente no llaman al optimismo, y mucho menos si se piensa en lo lejos que quedaron los ideales que vislumbraban un mejor futuro para la humanidad. Ideales que, tristemente, parecen olvidados y alejados del mundo contemporáneo.
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