El hueso impar
Casa de citas/ 699
El hueso impar
Héctor Cortés Mandujano
¿Tiene música la soledad?
Wilber Sánchez Ortiz,
en Los tuzantecos
Leo Los tuzantecos (Coneculta Chiapas, 2022), de Wilber Sánchez Ortiz, quien, según los datos de la primera pestaña, nació allá, en Tuzantán, en 1980.
El libro no sólo está bien escrito, sino rebosa amor al terruño, conocimiento de los tuzantecos y, además, de la flora y la fauna circundante (el autor es ingeniero biotecnólogo). Está conformado de breves textos que van pintando el mural de aquella tierra que, por cierto, yo no conozco.
Dice en “En torno al fuego” sobre el árbol de molinillo, “diminutivo de molino”, cuyas ramas sirven para (p. 10) “batir el cacao”, que “los aztecas lo llamaron chuq’ul: el que lo bate. En tuzanteco morirú y en castellano recibe el poético nombre de contento, por la danza que ejecuta en medio de las manos de quien lo agita para batir la mezcla”.
En “De tu voz a mi vos” cuenta cómo se prohibió la centroamericanidad en Tuzantán. A los habitantes (p. 16) “les prohibieron usar la lengua, la ropa y hasta el voseo. Por eso el Soconusco es el único sitio en Centroamérica que, derivado del cosmopolitismo histórico de la población y la negación de lo indio, no emplea tales expresiones como sucede en el resto de Chiapas. Por eso, en Tuzantán decir vos, como sinónimo de tú, es homenajear a quienes se revelaron y no desistieron de su lengua”.
Cuenta la historia de Francisco Torres, un personaje local en “Un hombre que se llamaba…”. Para llevarlo al monte y que no se perdiera le cambiaron de nombre (p. 19): “¨Fue así como acordaron llamarlo José. Por eso de niño y en casa fue Antonio, y José en la montaña, pero nomás al llegar al pueblo de Tuzantán era Francisco: Chico Torres, pa los amigos”.
El tequio, tan normal en Oaxaca, es también parte de la cultura de Tuzantán, nos cuenta Wilber en “El sentido del tequio”; habla de doña Inés Palacios (p. 22): “El día que su hija Gloria se casó, las horas contratadas para la marimba que amenizaba la fiesta fueron tan cortas que los abuelos tuvieron que hablar con Rómulo Rojas, el marimbista, para que sobre la marcha fuera padrino de la boda y obsequiara un par de horas más de canciones”.
En “Notitas para el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas” cuenta la visita que hicieron a esas oficinas, cuando se llamaban de otra forma. En el atlas de los pueblos indígenas de México está incluido el tuzanteco. No fue así en la visita que relata (p. 38): “nos dijo el funcionario que nos recibió que el tuzanteco ya no existía, a menos que nosotros quisiéramos asumirnos como tales. Nos vimos a los rostros, contrariados y ofendidos, y descubrimos lo que los datos estadísticos nos ofrecen: un vacío de investigación, de trabajo de campo no realizado”.
Manuel Sánchez Mejía fue, dice Wilber en “La pulverización de la tierra”, un afortunado sobreviviente de una batalla de donde salió (p. 43) “con los charcos de sangre hasta los tobillos”. Ha cambiado la posesión de la tierra y cada vez corresponde menos a cada cual. Escribe (p. 45): “Mis hermanos y yo somos mestizos que, labrados por generaciones, vivimos en el campo, pero no somos campesinos y en la ciudad tampoco somos citadinos. Vaya absurdo”.
Habla de la “raíz del pueblo” en “Roberto Salinas: ni perro ni perico”, citando la versión de Evodio Rojas Hernández (p. 65): “El rayo de tierra fría vino a la costa y sintió envidia porque su maíz era pequeño en maizales pequeños. Enterró sus huaraches bajo la tierra y éstos se convirtieron en tuzas que dañaron nuestro cultivo” (Tuzantán, lo dice en un texto anterior, es lugar “donde abundan las tuzas, en náhuatl”). En el mismo texto, un hombre pide a su mujer que cocine frijol colorado, pero la expresión es muy parecida a decir “cocina al bebé”. La mujer oye mal y mata y cocina al hijo de ambos. Poi, el hombre, dice, al darse cuenta del equívoco (p. 69): “¿Qué podemos hacer?, si nuestro hijo ya está muerto. De nada nos sirve llorar ni pelear entre nosotros porque el bebé no va a vivir. Mejor ven. Siéntate a comer conmigo que ya después tendremos otro hijo”.
Me pareció muy simpática la anécdota de “Carlos Hernández: de cómo nació el artista”. Explica Carlos cómo encontró la música (pp. 74-75): “Una vez hechos los instrumentos gorgoreamos las canciones, producíamos sonidos con la garganta y le fuimos buscando el rumbo para encontrar las melodías a puro esfuerzo de pescuezo”.
También es divertido que a (p. 99) “la Tityra semifasciata”, un “ave pequeña, propia de las regiones tropicales de América” la llamen, en Tuzantán, como si fuera una persona, “Pedrito Torres”
Fue un gusto leer Los tuzantecos.
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Me cuesta entender las matemáticas y por eso me obligo a leer libros sobre ella. Leo El secreto de los números. Juegos, enigmas y curiosidades matemáticas (SEP-Ediciones Robinbook, 2004), de André Jouette, con traducción de Pedro Crespo.
Dice Joutte (p. 23): “El matemático estadounidense Edward Kasner señaló que no existía término alguno en la tabla numérica para designar 10 elevado a 100; así pues, creó el neologismo GOOGOL. Según Kasner, la invención de esta palabra se debe a su sobrino de nueve años”.
Se llama nanometría a (p. 77) “la ciencia que estudia las medidas de alta precisión”. Del milímetro para abajo; por ejemplo (p. 78), el micrómetro (1 milésima parte del milímetro), el nanómetro (1 milésima parte del micrómetro), el angstrom (1 décima parte de nanómetro), el picómetro (1 milésima parte del nanómetro), el femtómetro (1 milésima parte del picómetro) y el attometro (1 milésima parte del femtómetro).
El esqueleto humano está formado por 198 huesos; de ellos sólo uno es impar: el hueso hioides que (p. 196) “en forma de herradura, se halla situado encima de la laringe, en la base y parte posterior de la lengua”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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