Agua de coco, agua de coco
Verónica salió de casa rumbo al mercado, prefería ir temprano para que no le diera el golpe de calor. Doña Chofi, su vecina, la había invitado a su cumpleaños en la tarde noche y Verónica quería prepararle un atole de guayaba y un panque de vainilla con pasas. Además, aprovecharía para comprar algunas legumbres para su despensa.
Cuando tenía espacio de tiempo, como ahora, Verónica prefería ir al mercado caminando, entrar a esa zona en coche requería de mucha paciencia no solo para encontrar dónde estacionarse sino también para lidiar con el tráfico que siempre había.
Revisó su reloj, eran apenas las 8:30 de la mañana y la zona no estaba tan despejada como imaginó. Observó que había nuevos puestos de comercio ambulante, pasó entre algunos de ellos. Los productos eran diversos, ropa, zapatos, bolsas, plantas, dulces regionales, panes, bueno hasta algunos instrumentos musicales como flautas. Verónica sabía que de no tener pendientes se quedaría ahí revisando si había algo que le gustara para comprarlo. En esta ocasión pasó de largo.
Al entrar al mercado las escaleras estaban vacías, ninguna vendimia se asomaba. Un mundo de aromas le dio la bienvenida primero el olor a pan, luego arroz con leche, tamales, frutas, pinole hasta llegar al aroma a rosas, que prevalecía sobre las demás flores. Buscó sus productos, encontró unas guayabas hermosas con un aroma muy agradable. Fue al puesto de las especias, compró canela, un ingrediente clave para el atole, fécula de maíz, así como los ingredientes para el panque, azúcar mascabado, harina de trigo, vainilla, pasas, mantequilla. Repasó si algo más le faltaba, no, los demás ingredientes los tenía en casa. Hizo una especie de escaneo entre las legumbres, compró lentejas y garbanzos. Por fortuna eran pocas cosas y el peso era aceptable, acomodó los productos en sus bolsas de tela. Regresaría a casa caminando.
Salió del mercado y se percató que las escaleras ya tenían productos en venta, unas bellas flores se asomaban en bolsitas de plástico negras. Eran como una especie de decoración que alegraba la vista.
Se puso sus gafas para el sol. El calor se sentía muy fuerte en la calle, le dieron ganas de salir corriendo. Sin embargo, se la llevó tranquila, caminando entre la muchedumbre. Algunas personas se detenían para buscar algo en el comercio informal, unas más respondían mensajes en el celular o simplemente esperaban a alguien sin tener en cuenta que había más personas que deseaban pasar. A lo lejos Verónica escuchó una voz que gritaba,
—¡Agua de coco, agua de coco! ¡Lleve su agua de coco!
Estaba cerca de los puestos de aguas frescas. Como una especie de respiro entre el gentío hizo una pausa, se detuvo a comprar agua de coco. Se quedó unos minutos en el negocio, mientras la degustaba, saboreando los trocitos de la pulpa de coco. Terminó el agua, dejó su bolsita en el bote de basura del negocio y emprendió su camino.
Verónica sintió que se había recuperado del calor. Ahora le esperaba la emoción de preparar la bebida y panque para obsequiar a doña Chofi. Mientras retomaba su paso aún alcanzó a escuchar,
—¡Agua de coco, agua de coco!
Verónica pensó en voz alta: ¡Agua de coco! Un oasis para este calor, mientras sonreía para sí, disfrutando aún lo refrescante de la bebida.
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