Una pistola para matar a Marx: Diario de Gombrowicz, 2

Casa de citas/ 695

Una pistola para matar a Marx: Diario de Gombrowicz

(Segunda de tres partes)

Héctor Cortés Mandujano

 

1955 (continúa)

Coincide en una cena con Silvina Ocampo (hermana de Victoria), Bioy Casares (marido de Silvina) y Borges, amigo de ambos. No se siente a gusto con la conversación de Borges  (p. 199): “Hablaba de prisa y de una manera incomprensible” para el español “torpe” de Witold. Se cuestiona: “¿Cuáles eran las posibilidades de entendimiento entre yo y aquella Argentina intelectual, estetizante y filosofante? A mí me fascinaba, en este país, lo bajo y eso eran las alturas. A mí me encantaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París”.

Cuenta que los oficiales del zar se amarraban un cordel al falo y, por debajo de la mesa, tiraban de él con todas sus fuerzas. El que gritaba primero, pagaba la cena. Reflexiona (p. 214): “No ser hombre por encima de todo, ser un ser humano que sólo en segundo lugar es hombre; no identificarse con la virilidad, no quererla…”.

Le escriben una larga carta donde le piden que no trate de aleccionar con sus ideas de arte, literatura, etcétera (p. 217), “porque usted no es crítico de arte, ni de poesía, ni de literatura. Se supone que usted es escritor, que ha de crear literatura: debería, pues, crear y no comentar lo que han escrito los demás (y sobre todo lo que no han escrito)”. Me llamo la atención esta idea, que conmigo, salvadas las distancias, también ocurre. ¿Por qué alguien pretende decidir sobre lo que debe hacer un escritor con sus ideas, con su tiempo, con su vida? Señor, señora, señorita que escribes cartas te diré lo obvio: no leas, no oigas, no vayas a aquello con lo cual no puedas abrir tu inteligencia y tu corazón, con aquello que no refuerce la caja cerrada en que has decidido vivir.

Ilustración: Alejandro Nudding

Dice Witold sobre su oficio (p. 221): “Para escribir hay que ser alguien, hay que trabajar intensamente sobre uno mismo, incluso luchar consigo mismo”. En páginas posteriores dice lo mismo con un refrán, que me pareció muy simpático (p. 244): “Donde no hay mata, no hay patata”.

 

1956

Escribe sobre la vejez (p. 250): “La vida del hombre se convierte con los años en una trampa de acero. Al principio, elasticidad y blandura, uno se adentra en ello con facilidad, pero ahora la mano blanda de la vida se vuelve de hierro, despiadado frío metálico y terrible crueldad de la arteria que se endurece”.

De nuevo la literatura, el arte (p. 262): “¿Quién sentenció que hay que escribir sólo cuando se tiene algo que decir? Pero si el arte consiste precisamente no en escribir lo que se tiene que decir, sino algo totalmente imprevisto”.

La inteligencia, es claro, no tiene que ver con el conocimiento académico (p. 269): “La historia de la cultura demuestra que la estupidez es hermana gemela de la razón; en efecto, se desarrolla más exuberantemente no en el terreno de la ignorancia virginal, sino en aquel cultivado por los mil sudores de los doctores y los profesores”.

Cree que la novela que escribe (“es difícil llamar a mis obras novelas”) tal vez sea una “terrible porquería” (p. 275): “France: el talento no es más que una gran paciencia. Gide: el talento es el miedo a la derrota. Si el talento es paciencia y miedo, no me falta talento”.

No busca el triunfo, la cumbre (p. 301): “En las cumbres no hay nada, nieve, hielo y rocas, en cambio hay mucho por ver en el propio jardín”.

Escribe (p. 304): “Lo que decide la jerarquía entre nosotros no es el talento, la inteligencia o los valores morales, sino sobre todo esto: una existencia más fuerte y más real. Soy solo. Por eso soy más”.

La modestia no sirve para la literatura, dice (p. 309): “El orgullo, la altanería, la ambición son elementos que no se pueden eliminar del escribir, porque constituyen su motor. Hay que ponerlos en evidencia”.

 

1957

P. 351: “Hasta cierto punto mis libros son resultado de mi vida, aunque ha sido en mayor medida mi vida la que se ha formado con ellos y a través de ellos”.

 

1958

En la Argentina de aquellos años, y aún ahora, la figura del gaucho (un hombre a caballo) es mítica. Dice Witold (p. 366): “Un hombre sobre un caballo es tan estrafalario como una rata sobre un gallo, una gallina sobre un camello, un mono sobre una vaca o un perro sobre un búfalo”.

Defiende a los animales (p. 369): “El dolor humano tiene sentido para un católico porque le espera la salvación. […] Pero, ¿y el caballo? ¿Y el gusano? Ellos han sido olvidados. Su sufrimiento carece de justicia”.

El escritor debe alejarse del poder (p. 374): “Mi literatura tiene que seguir siendo lo que es. Sobre todo, no debe entrar en los juegos de la política y no debe querer servirle. Yo ejerzo una única política: la mía. Soy un Estado aparte”.

No le gusta que traten de hacer que la gente lea. Explota (p. 406): “¿De dónde han sacado que todo el mundo tiene que ser inteligente e ilustrado? […] ¡Dejen a los brutos en paz!”, y más (p. 407): “La idea de la igualdad es contraria a toda la estructura del género humano”.

Propone Witold una idea para la comodidad del suicida (p. 434): “Reclamo unas Casas de la Muerte donde cada uno tuviera a su disposición medios modernos que facilitasen su partida. Donde se pudiera morir cómodamente sin necesidad de tirarse debajo de un tren o colgarse de un picaporte. Donde un hombre cansado, estropeado, acabado, pudiera entregarse a los brazos amorosos de un especialista que le asegurase una muerte sin tormento ni vergüenza”.

Su diario se mueve en muchas direcciones (p. 437): “En el campo de las relaciones personales –y así son nuestras relaciones con los artistas– un detalle tiene a menudo mayor importancia que toda una montaña de méritos merecedores de un monumento. Es más fácil llegar a odiar a alguien por hurgarse en la nariz que llegar a amarlo por haber creado una sinfonía”.

Es constante su emoción por ver a las personas; tiene apuntes de un rostro, un cuerpo, un caminar (p. 443): “Allí cerca veo a una pareja como extraída de un cuento de hadas… ¡y están sumidos el uno en el otro como un lago que se anegara en otro lago! ¡De nuevo la belleza!”.

Escribe (p. 448): “Mi pasión, mis pecados, mi lado tenebroso son para mí más preciosos que mis luces”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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