Libre
No le darán el premio de la paz, ni su rostro estará en ninguna portada de los medios dominantes. No será el hombre del año ni ejemplo para las élites encargados de los secretos de Estado, justo el quid de su arresto. A Julian Assange se le persiguió y juzgó, torturó y silenció, precisamente por esa estructura blindada de la toma de decisiones del poder político, excusada más “por razones de la seguridad nacional”.
Esta frase problematiza ciertos rasgos del comportamiento estatal en cuanto a que conlleva al asunto de por qué debe informar, hacer público muchos secretos que se guardan unos o se archivan otros, pero que en el momento no pueden ni deben se conocidos por las sociedades. ¿Cuántos decisiones han sido destruidas, ocultadas? ¿Cuántas documentos archivados como top secret? Se había conocido los papeles del Pentágono (Pentagono´s pappers), documentación acerca de las atrocidades de la guerra en Vietnam, rebelados por el analista militar Daniel Ellsberg.
Otras revelaciones de exagentes de inteligencia y espionaje, y algunos militares han contribuido a mostrar las acciones estatales, como abuso de autoridad, masacres, intervención en asuntos internos de otros naciones, golpes de Estado, o análisis de las situaciones de un teatro de operaciones.
Hasta qué punto los gobiernos deben informar a la sociedad, cuáles son mecanismos establecidos para que se conozcan las decisiones políticas, militares, psiquiátricas provenientes desde la cúpula civil y militar de un poder, en este caso el de Estados Unidos, ha sido y es un asunto que concierne a la democracia, como la incidencia de la sociedad en las decisiones gubernamentales.
Assange fue la persona que mostró una parte de esos secretos que no necesariamente pasan por el escrutinio parlamentario porque resultan ser igualmente justificadas como “razones de Estado”. A él se le debe este acceso antes no proyectado a una masa de información. ¿Hasta dónde debe el gobierno no informar y hasta dónde llega la libertad de expresión?
En esta idea está una cómoda costumbre de volverse un “perseguido político” , alegando usualmente ser un “atentado conta la libertad de expresión”, un derecho humano; por otro lado, los gobiernos -sobre todo durante tiempos bélicos- guardan y no comparten informaciones aduciendo a la “razón de Estado”, que no es un derecho humano. Ciertos comités en los Congresos tienen este propósito. Assange rebeló cómo operan los Estados contemporáneos. Una práctica que requiere más controles. La incomodidad de la élites políticas podría ser comparada con -también hay que reconocerlo- la aplicación de las leyes para, por ejemplo, haber garantizado la vida del hacker.
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