El giro ultraderechista de la vieja Europa
El pasado 9 de junio se celebraron las elecciones al parlamento europeo, unos comicios llevados a cabo en los Estados que conforman la Unión Europea para definir el perfil de sus políticas compartidas en los futuros años. A pesar de la desigual participación ciudadana es evidente, tras los resultados definitivos, la tendencia observada en la Europa comunitaria hacia el voto conservador y ultraderechista de los últimos años. De esta manera, el grupo parlamentario de la derecha tradicional será el más numeroso de la Eurocámara, mientras que en escaños y en porcentaje han crecido las candidaturas de la ultraderecha nacionalista y xenófoba.
Para entender la conformación de los grupos parlamentarios, todavía modificables antes de la toma de protesta de los europarlamentarios, hay que saber que los partidos de los países establecen algunas coaliciones con aquellos que se consideran similares fuera de sus fronteras estatales. Tal situación propicia que la ultraderecha esté dividida en, al menos, dos grupos, mismos que podrían unirse para convertirse en el segundo, en número de diputados, del parlamento. Una coalición propuesta tras los comicios por el primer ministro húngaro Viktor Orbán. De esta forma, conservadores y ultraderecha, sin tomar en cuenta al grupo liberal cada vez menos representativo del liberalismo político, tienen una amplia mayoría de los 720 escaños.
La subida de esas formaciones significa, por lo tanto, la notable caída de los grupos considerados de izquierda, aunque dentro de ellos hay que considerar a la socialdemocracia que hace tiempo abandonó los presupuestos marxistas para decantar sus intereses hacia las políticas sociales en sus países.
Este desmesurado crecimiento de la ultraderecha ha tenido impacto inmediato en algún país como Francia, donde su presidente, Emmanuel Macron, anunció la disolución del parlamento para convocar elecciones la misma noche de conocerse los resultados electorales, y que dieron el triunfo a Marine Le Pen, hija del histórico líder de la ultraderecha francesa. Victoria electoral, también, en países como Italia, Austria y Bélgica. En Alemania y Países Bajos, por su parte, las fuerzas políticas ultraderechistas se han colocado como las segundas en la preferencia de su electorado.
El caso de España, donde la formación ultraderechista VOX lleva tiempo escalando en las elecciones, muestra otra tendencia que ya es conocida en América Latina. Se trata de la aparición de una nueva agrupación estructurada gracias a las redes sociales. Así, la formación “Se Acabó la Fiesta”, liderada por Alvise Pérez, ha obtenido 3 escaños en el parlamento europeo. Pérez es un conocido youtuber, sin un ideario concreto, que centra su discurso en el ataque frontral a los partidos políticos y a la corrupción. Postulados cercanos a VOX y propios de un peligroso camino, por conocido en el pasado europeo, que refleja la grave crisis de la democracia como estandarte, al menos discursivamente, del viejo continente.
No cabe duda que el discurso clásico de la democracia liberal parece sobrepasado, tan superado como los contenidos que hace décadas clamaban por una transformación radical de la sociedad. Lo que sorprende, con profunda preocupación, es que las referencias vacías de contenido de las agrupaciones y partidos ultraderechistas tengan como referentes políticos pasados regímenes dictatoriales y posiciones ultramontanas.
Son muchos los aspectos que sociológicamente deben analizarse para entender esta tendencia electoral, pero parece evidente que las respuestas de la socialdemocracia o la izquierda, siempre con la mente en la Europa del bienestar, no satisfacen a parte de la población deseosa de acciones simples e inmediatas ante situaciones complejas. Una realidad muy visible entre el joven electorado de la Europa que hizo, para bien o para mal, bandera de la racionalidad como sustento universal del accionar humano. Liderazgos carismáticos y ataques desatinados, más que propuestas constructivas, se extienden sin que las viejas formaciones políticas sepan reaccionar. No parecen buenos tiempos para los ideales democráticos, nunca logrados a cabalidad, en nuestras complejas sociedades.
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