Apagones y desprotección ciudadana
Desde hace semanas el país vive en un constante ir y venir del servicio eléctrico para afectar la cotidianidad de hogares, empresas y oficinas públicas. Tal circunstancia ha llevado a los especialistas en el tema a denominar la situación a través de dos estados, mismos que ya han aparecido en distintas regiones del país. Un estado de “alerta” que remarca el déficit entre la demanda de energía y la capacidad para generarla; el otro estado es el de “emergencia” y se produce cuando lo anterior se torna más grave, hasta el punto de poner en peligro el abasto constante de energía. Así, desde principios de año varios estados de la República han visto la declaratoria de alerta o emergencia.
No es cuestión de anotar cifras y porcentajes, porque lo que realmente preocupa a la ciudadanía es que, en tiempos de temperaturas sumamente elevadas la caída del servicio eléctrico impide el descanso con ventiladores y aires acondicionados. Y lo mismo sucede con la conservación de los alimentos en el refrigerador si los apagones se prolongan por demasiadas horas. A estas alarmas familiares se unen, lógicamente, las referidas al funcionamiento de empresas e instituciones que se ven impedidas de trabajar durante los apagones.
La interrupción del sistema eléctrico en ciertos países ha sido observada, en muchas ocasiones, desde el desprecio que significa la incapacidad para generar los recursos eléctricos necesarios para cubrir los requerimientos de la población. Tal realidad se vive hoy en México porque el Centro Nacional de Control de Energía (CENACE), un organismo público descentralizado, se ha tenido que encargar de los cortes de luz para evitar el colapso nacional. Como se informa desde la página gubernamental, tal Centro se encarga del “control operativo del Sistema Eléctrico Nacional”, entre otras de sus funciones.
No hace falta ser especialista en la materia para darse cuenta que algo ha fallado, en los últimos decenios, a la hora de generar energía. Realidad que contrasta, desde la visión de muchos ciudadanos, con las posibilidades que ofrece el país para explotar recursos que sobran en el país, como lo es el sol.
En definitiva, los que no somos especialistas en la materia no tenemos claridad sobre lo que ocurre, pero lo que sí parece necesario es un profundo replanteamiento de la forma en que se debe producir la energía eléctrica en México. Revisión de la estrategia que, imagino, no resulta fácil de llevar a cabo de forma inmediata. Situación que habla, por supuesto, de años de inacción sobre una materia fundamental para los requerimientos productivos del país o del bienestar ciudadano.
Reconocer el problema es la mejor manera de emprender el camino de las correcciones imprescindibles e impostergables, de lo contrario la emergencia, que ya ha sido anunciada durante este año en regiones del país, será una triste y recurrente constante.
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