Nuevo Presidente para Panamá
No es Panamá un país al que se le preste mucha atención en los medios de comunicación mexicanos salvo cuando han aparecido informaciones relacionadas con amaños financieros, como ocurrió con los famosos Papeles de Panamá. Y lo mismo puede decirse con respecto a las crisis humanitarias vinculadas a la migración. De hecho, la frontera entre Colombia y Panamá, identificada por el Tapón del Darién, se ha convertido en un paso recurrente de migrantes en busca del sueño americano, a pesar de que durante muchos años dicho paso parecía una quimera para ser recorrido por seres humanos.
Salvo esas cuestiones, y alguna más puntual, el país centroamericano no resulta de mucho interés pese a que su Canal es uno de los lugares nodales en el tráfico de mercancías entre continentes. Ni siquiera los científicos sociales de México observan como aliciente la diversa composición histórica de su población, mucha de ella ocupando comarcas y territorios denominados indígenas. En definitiva, un complejo país pese a su tamaño y, sobre todo, sus escasos 4 millones y medio de habitantes.
El pasado 5 de mayo se celebraron las últimas elecciones presidenciales para sustituir en el cargo a Laurentino Cortizo, conocido como “Nito” Cortizo, y que fue electo por el Partido Revolucionario Democrático (PRD), el instituto político fundado por el general Omar Torrijos en 1979. Nito despertó muchas esperanzas entre los panameños, pero se vio sobrepasado en el cargo por las dificultades para enfrentar la pandemia de covid-19, y por decisiones poco afortunadas con respecto a la explotación minera de compañías extranjeras en suelo panameño.
En la contienda de este año, en la que compitieron ocho candidatas y candidatos, resultó ganador José Raúl Mulino para desempeñar su encargo por cinco años. Desde fuera resulta ciertamente sorprendente su triunfo dado que uno de sus principales apoyos del ahora presidente electo fue un exmandatario, Ricardo Martinelli, político condenado por lavado de dinero y hoy refugiado en la embajada de Nicaragua en Panamá. Corrupciones y sospechas de ellas también extendidas al que fuera su sucesor, Juan Carlos Varela.
El apoyo del expresidente y que ello no afectara en la elección de Mulino asombra, aunque no hay que olvidar que el nuevo presidente electo es un político con dilatada experiencia y trayectoria en distintos ejecutivos panameños. Entre dichos puestos se encargó del equivalente a la Secretaría de Gobernación en México o fue responsable de la Seguridad Pública del país. Tal vez estos últimos encargos y su discurso vinculado con la seguridad hayan decantado la balanza de un electorado pesimista respecto al presente y el futuro panameño.
José Raúl Mulino ha prometido un gobierno de unidad nacional que articule su discurso populista para atender a los panameños más necesitados, así como recuperar las grandes inversiones efectuadas, precisamente, en el gobierno de Martinelli. Promesas que se unen a las siempre resultadistas de cerrar el Tapón del Darién para evitar el arribo o paso de extranjeros. Discurso con tintes xenófobos tan recurrente en el planeta en las últimas décadas y que se ha extendido en Panamá como una respuesta simple, pero efectiva, para contrarrestar una prolongada crisis económica que afecta a las capas más desprotegidas de un país con inmensos contrastes sociales. No tiene una fácil papeleta el nuevo mandatario por la crisis política y social panameña, en especial porque sedimentar las soluciones en discursos “contra” en vez de en la construcción resulta, al menos de principio, sospechoso y, sobre todo, peligroso para una población demasiado sensible a todo aquello que supuestamente ataque a la “nación”.
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