La luz y la tragedia
Casa de citas/ 692
La luz y la tragedia
Héctor Cortés Mandujano
Envueltos en los aromas de sus sexos,
se sentían animales dichosos
Amín Miceli,
en Mácula
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San Juan de los Llanos, donde transcurre Mácula (Péndulo de las contradicciones) –Unicach-Juan Pablos Editor, 2023– del chiapaneco Amín Miceli, es un pueblo que podría ser cualquiera, porque los tipos humanos que viven en él pueden encontrarse, como dice el bolero, “en las torres de un castillo o en humilde vecindad”. Puede ser, también, claro, Ocozocoautla, donde nació el autor, en 1960.
La novela, contada en 41 fragmentos, aunque se ocupa de la vida de muchas y muchos, centra su atención en las contradicciones sociales que hacen que un amor, una amistad y las relaciones sexuales estén permitidas en algunos casos y prohibidas en otros. El joven Poncho y la vieja tía Chenta pueden ser amantes, aunque lo suyo sirva para alimentar los parloteos de burla. Los dos son pobres. Se vale.
Pero las posiciones que la sociedad decide son no sólo diametralmente opuestas, sino antagónicas, entre el rico Braulio Zaragoza y su familia, y Poncho, el muerto de hambre que dejará el pueblo para vivir aventuras de diversa laya hasta convertirse en médico-político y volver al pueblo para hacer suyo un sueño que se volverá pesadilla. Bromelia, la hija de Braulio, sólo entregaría su virginidad a cambio de un matrimonio entre iguales o con alguien de mayor jerarquía, aunque también, como ocurre, su padre puede cambiarla por una diputación (p. 50): “Braulio Zaragoza Burillo de la Torre, candidato a diputado por el VIII Distrito. La deuda de honor estaba saldada”.
La decisión narrativa de no optar por los capítulos largos, y concentrar las acciones y reflexiones en breves páginas, tienen en México muchos antecedentes brillantes: Pedro Páramo, de Rulfo; La feria, de Arreola; La región más transparente, de Fuentes, entre varias más. Miceli, dueño ya de un trabajo cimentado en la narrativa, resuelve con eficacia, con soltura, con brillantez los abalorios de este collar hecho de complejas piezas humanas, donde no hay personajes inmaculados; donde incluso el narrador no muestra ninguna piedad, ninguna consideración por sus criaturas, envueltas, entre otros laberintos, en los sinsabores, las dichas y las desgracias de los placeres sexuales.
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Poncho, amante de la pobre y vieja carnicera, estaba encandilado por la belleza de Bromelia, hija de Braulio Zaragoza, cacique del pueblo, y es la tía Chenta quien lo salva de lo que supone será una reacción violenta del rico contra el pobre. No por lo que Poncho haya hecho, sino por lo que piensa, por lo que siente. Lo hace huir del pueblo, irse a la gran ciudad (p. 35): “Acrecencia simulaba no amar al muchacho, pero se ocupaba de él con diligente aprecio, como su compañera, su segunda madre y su puta agradecida”. No se va él sin antes conocer, a través de Demetrio, el placer que puede darle un hombre a otro. Chenta y Demetrio –el mampo del pueblo– se vuelven sus protectores, los que le mandan dinero para que pueda sobrevivir y estudiar.
Es 1967. La ciudad hace del provinciano un regenteador de putas y un bisexual consumado, un Ganímedes que habita el Olimpo donde Teófilo, su amante poderoso, lo mete a las camas de hombres y mujeres de la política. Y aún extraña a la bella lejana (p. 78): “Del joven repartidor de carne, con su carrera maltrecha en las mañanas frías del pueblo, sólo quedaba en el fondo de su mirada el espejo refulgente y el recuerdo de Bromelia”.
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La novela no explicita los cambios de tiempo. Todo parece estar ocurriendo a la misma vez y este presente perfecto hace que las páginas se lean con la impronta de lo inmediato: Poncho está padeciendo un atentado para asesinarlo y sacarlo de la vida de su amante (Teófilo se ha vuelto candidato a la Presidencia de la República) y al mismo tiempo ha regresado al pueblo; Herbert Stebenhaus, el alemán, trabaja con José Luis y, también, lo acaba de matar; Bromelia, la hija de Braulio Zaragoza, quien entregó su virginidad a José Luis, a cambio de una diputación para su padre, páginas atrás, se vuelve ahora cómplice de Herbert, al declarar con mentiras ante la autoridad.
Herbert se ha vuelto amante de Bromelia, porque al ya doctor Ildefonso López Gutiérrez, el otrora Poncho, le atraen más los hombres. El trío se vuelve cuarteto, cuando la pasión mengua en la pareja activa, y es la hija de Bromelia y Poncho, quien suma a la figura geométrica sus propias calenturas, hasta que llega una muerte natural y el crimen premeditado de las páginas finales.
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Hay una referencia en la novela que busca hacerla real. A Ildefonso le dan su título, antes de que termine sus estudios en la UNAM, y lo nombran director del (p. 105) “hospital Doctor Domingo Chanona de Tuxtla Gutiérrez”. Dice después el narrador (p. 108): “Así inició su ejercicio profesional el doctor Ildefonso López Gutiérrez, que si viviera hoy sabría que nada ha cambiado, que todo ha sido falsas promesas, demagogia y corrupción, historias donde la perversidad humana no tiene límites”. Si viviera hoy, quiere decir vivió, una estrategia narrativa para volver creíble la historia, no importa que los personajes sean inventados por completo o hayan existido bajo las sombras de otros nombres.
La otra cuestión, que también apunta a la verosimilitud, es la aparición de doña Salomé, Shalo, una madrota que sabe y calla todos los secretos de los políticos chiapanecos, y que fue protagonista de una novela anterior de Amín.
Amín Miceli mueve con sapiencia los hilos de sus marionetas y su capacidad demiúrgica hace sostener la tensión en una historia con muchos caminos, con muchos meandros que llevan a la confluencia de quienes quizás nunca debieron encontrarse: Ildefonso y Bromelia. Con esa postergada unión se hace (p. 120) “la luz y la tragedia”, y nace esta espléndida novela. Felicidades, querido Amín.
[Texto leído por el autor en la presentación de la novela Mácula (Péndulo de las contradicciones), de Amín Miceli, en el Centro Cultural de Chiapas Jaime Sabines, el jueves 23 de mayo de 2024. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.]
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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